Apuesta: "Drive My Car" debería ganar el Oscar
Esta noche se realiza en Los Ángeles la ceremonia de los premios de la Academia y sería justo que la película del japonés Ryusuke Hamaguchi se llevara la estatuilla mayor. Cuenta con cuatro nominaciones y la aclamación de la crítica.
Todos los años hay en los Oscar al menos una película extranjera que sobresale y trae esperanza cinéfila para contrarrestar el ombliguismo habitual de la selección. En esta edición es "Drive My Car", largometraje japonés que brilla en la cartelera del Cine Arte Alameda (en Santiago) y en otras salas del país. Dirigido por Ryusuke Hamaguchi sobre un cuento de Haruki Murakami, está nominado en cuatro categorías: mejor película, mejor dirección, mejor guion adaptado y mejor película extranjera. Habrá que ver cómo le va en la ceremonia que se transmite hoy desde Los Ángeles. Si existiera la justicia en los territorios de la Academia debería llevarse al menos dos o tres estatuillas porque se trata de una obra sensible, bien filmada y dotada de un sentido de la contención que no abunda en Hollywood.
Hagamos el siguiente ejercicio: sometamos la película a la práctica reduccionista de las sinopsis -tan acostumbrada en el streaming- y veremos que ésta no puede condensar la experiencia en un resumen. La Internet Movie Data Base señala: "Nishijima Hidetoshi interpreta a un actor de teatro y director felizmente casado con su esposa dramaturga hasta que un día ella desaparece". OK. "Drive My Car" se trata de eso pero también se podría acentuar otra trama: el vínculo que el protagonista mantiene con una joven chófer que conduce su auto durante los días en que Yusuke Kafuku -así se llama el personaje- monta en Hiroshima su montaje de "Tío Vania", de Antón Chéjov. Así y todo, esto tampoco logra indicarnos lo que es la película. Digamos que una descripción argumental no podrá nunca dar cuenta de la experiencia porque a Hamaguchi le interesa todo lo que no se puede contar en una síntesis: las miradas, los diálogos, los silencios, las situaciones que desbordan esquemas y encasillamientos, las tramas interiores de un hombre en crisis.
El carismático Hidetoshi Nishijima está perfecto como un artista lacónico que debe enfrentar la muerte de su esposa, con quien mantenía una relación creativa y marcada por una tragedia imborrable. Su auto -un Saab 900 Turbo rojo- es su refugio, una zona de reflexión donde él escucha una y otra vez un casete con la voz de su mujer. Cuando el médico le dice que su visión se está debilitando, su primera preocupación es si podrá o no seguir manejando. Ese vehículo llamativo, que funciona como personaje, definitivamente no es circunstancial.
"Drive My Car" avanza con una calma que invita a la reflexión. A Ryusuke Hamaguchi le gustan la precisión y la simetría. Rompiendo las convenciones pero con un sentido, instala los créditos iniciales recién a 40 minutos de metraje luego de presentaros el universo del filme. Es así como retomamos a Yusuke Kafuku dos años después de la muerte de su mujer para apreciar las grietas, las consecuencias de esa pérdida y cómo el teatro puede fusionarse con la vida. "Tío Vania", con su historia de hastío, está ahí todo el tiempo como espejo. La película se llena de correlatos: Chéjov, el dolor de Hiroshima, las historias que los personajes se cuentan, los fantasmas que siguen rondando a pesar de la ausencia física, los mundos de la creación que se entrelazan con los sinsabores de una existencia opaca.
A Hamaguchi le interesa todo lo que no se puede contar en una síntesis: las miradas, los diálogos, los silencios.
Por Andrés Nazarala R.
fotograma