Crónicas del país que se esfumó
"Un acertijo envuelto en un halo de misterio dentro de un enigma". La estrambótica frase, empleada en 1939 por Winston Churchill, buscaba describir en un momento crucial de la historia la profunda sensación de extrañeza -y de temor- que despertaba el experimento comunista de Rusia en las democracias occidentales, asediadas en ese momento por el creciente poder de la Alemania nazi.
La cita es recordada por el británico Robert Service al comienzo de su libro "Historia de Rusia en siglo XX", un monumental relato de la más que turbulenta centuria vivida por esa nación, que en pocos años pasó del régimen zarista a ser el primer lugar del mundo en que se intentaban aplicar de manera completa las propuestas de Karl Marx para organizar la sociedad. El libro, publicado originalmente en 1997, ayuda a comprender los acontecimientos que hemos estado observando a partir de la invasión de Ucrania.
La obra, por cierto, está centrada en los casi 70 años en que esa parte del mundo formó parte de un estado que solía llamarse Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Service inicia este largo y minucioso viaje con una descripción de las condiciones en que se encontraba el imperio ruso al despuntar el siglo XX, en el que parecían mezclarse por partes iguales el despotismo del régimen zarista con ciudades que daban una apariencia de encaminarse a la modernidad, pero que en el fondo ocultaban un atraso feroz. "El imperio ruso vivía una profunda fractura entre el gobierno y los súbditos del zar; entre la capital y las provincias; entre la gente alfabetizada y los analfabetos; entre las ideas occidentales y las rusas; entre los ricos y los pobres; entre el privilegio y la opresión; y entre las modas contemporáneas y las costumbres seculares", resume este autor, que no tarda en recordarnos que en el vasto mundo rural las cosas eran muy simples: "Para la mayoría de los campesinos la vida era desagradable, brutal y corta".
La mezcla de esa realidad y la llegada de la Primera Guerra Mundial, que endureció aún más las condiciones para el pueblo del imperio ruso, le dio a los bolcheviques liderados por Lenin la oportunidad que necesitaban. En pocos años, participaron en el derrocamiento del régimen zarista, eclipsaron y aplastaron a sus rivales políticos en la izquierda e instauraron un régimen inédito en la historia.
La clave de lo que ocurrió a continuación, nos explica Service, tiene que ver con un hecho muy simple: "El partido de Lenin tenía una base de apoyo político demasiado débil como para mantenerse en el gobierno sin recurrir al terror".
Esa última palabra, terror, se repite con frecuencia en el libro, que describe pormenorizadamente cómo se instauró mediante la violencia y el asesinato una dictadura de partido único basada en la vigilancia de la población y en la planificación centralizada de la economía.
De la mano de su acceso a los archivos de la ex Unión Soviética abiertos en la década de 1990, Service hace un retrato de Lenin que dista mucho de la imagen del teórico-estadista que una vez se trató de dar de él. El 11 de agosto de 1919, por ejemplo, impartió la siguiente instrucción: "Colgad a no menos de un centenar de kulaks, ricachones y chupadores de sangre conocidos (y aseguraos de que los colgáis a la vista de todo el mundo)". Pocos años después, en 1922, mandó a asesinar a un grupo de obispos a los que acusó de no colaborar en el combate de una hambruna que afectaba a la región del Volga. El autor no pretende reducir a Lenin al mero papel homicida, pero sí nos subraya que la violencia sin contemplaciones forma parte integral de su fórmula. El proceso de colectivización del campo, por ejemplo, costó millones de vidas de personas que murieron de hambre por las requisas de grano y la mala planificación.
Tal vez una explicación de por qué la imagen de Lenin no resultó tan dañada en un comienzo es por la terrible fama que se construyó su sucesor. A Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, más conocido como Stalin, se le atribuye la siguiente frase, según Service: "Elegir tu víctima, preparar tu plan minuciosamente, apagar una implacable sed de venganza y luego irse a dormir… no hay nada más agradable que eso en el mundo". A la muerte de Lenin, este georgiano implacable se las arregló para deshacerse (para siempre) de todos sus potenciales rivales y se hizo con el poder absoluto. Fue el inicio de una época que hoy se recuerda como El gran terror y que se tradujo en el asesinato de millones de personas, en el desplazamiento forzoso de otras decenas de millones y en la prisión, la tortura y los trabajos forzados para otros millones.
Mientras esos hechos terribles ocurrían, la Unión Soviética se transformó en un país industrial y jugó un rol central en derrotar al nazismo, un hito que marcó el inicio del mayor momento de poder de este imperio que sucedió a los zares: los países de Europa del Este se convirtieron en estados cuasi vasallos y Stalin y sus herederos disputaron por décadas con Estados Unidos un peligroso juego que en al menos una oportunidad pudo llevar al fin del mundo.
La lista de sucesores en la jefatura del estado soviético, varios de ellos pacientes de geriátrico, termina con un hombre que observaba desde la década de los 80 profundas fallas en el sistema y que accedió al poder con la convicción de que era necesario realizar reformas que revitalizaran el proyecto original. Pero, como nos subraya Service, "la URSS no habría existido sin la confianza intolerante de Lenin ni se habría colapsado cuando y como lo hizo sin la audacia llena de ingenuidad de Gorbachov".
Y fueron las reformas de Mijail Gorbachov las que terminaron, tras casi siete décadas, con el sistema mismo y con la entidad territorial que este sustentaba, en 1991.
"¿Por qué perduró tantos años el entramado?", se pregunta Service, para luego responder que "el amplio uso de la fuerza fue un factor crucial" en aplacar cualquier intento de oposición. En paralelo, el Estado se erigía en "un sistema escalonado de premios y gratificaciones que apaciguó el descontento acumulado durante la época de los zares". A ello suman la ampliación del progreso educativo, el fomento de las artes (bajo control, por supuesto) y el apoyo a la ciencia y a los deportes. Todo, en medio de un proceso de crecimiento de los ciudades y de industrialización que le ayudó a derrotar a la Alemania nazi, tras lo cual "logró proporcionar a casi todos los ciudadanos un mínimo nivel de alimentación, vivienda, ropa, asistencia sanitaria y empleo".
Casi al final de este libro iluminador, el autor observa de manera casi premonitoria que los rusos "salieron del período comunista con una idea menos clara aún de su identidad que la mayor parte de los otros pueblos de la antigua URSS".
El Samurái DE LOS LIBROS
Título: "Historia de Rusia en el Siglo XX".
Autor: Robert Service.
Editorial: Crítica.
Extensión: 592 páginas.
Precio: $ 35.000 (aprox.)