El costo de las lecciones nunca aprendidas
Los últimos incendios ocurridos en Valparaíso muestran cómo una medida clave aún no se aplica: prohibir viviendas en las zonas de riesgo.
Pocas semanas después del megaincendio que devastó Valparaíso en abril del año 2014, las autoridades aún se mostraban sorprendidas de que un siniestro forestal confinado al fondo de una quebrada en el camino La Pólvora, se transformara de pronto en un mar de fuego que inflamó catorce cerros, destruyó 3 mil viviendas, provocó 15 fallecidos y dejó 12 mil damnificados. El cruce de informes entre el Cuerpo de Bomberos de Valparaíso, la Oficina Regional de Emergencia, el municipio, la Corporación Nacional Forestal y las más altas autoridades del país fue intenso, en parte, porque no existía claridad sobre quién debía cargar con la responsabilidad de una tragedia tan grande. Después vino el anuncio de un portentoso plan de reconstrucción para Valparaíso, que incluía la habilitación de nuevos caminos para el paso de los carros bomba, la instalación de estanques de agua permanente en las partes altas, lo que evitaría los típicos problemas de presión en los grifos, la aplicación de nuevos sistemas de coordinación entre los organismos encargados de enfrentar estos desastres y, quizás la clave de todo, la expresa prohibición para construir en zonas de alto riesgo, para lo cual al menos tres ministerios -Interior, Vivienda y Obras Públicas- se encargarían de modificar las leyes y reglamentos vigentes en la época.
Incluso, el entonces gobernador porteño, Omar Jara, fue personalmente a algunos sectores de quebradas para indicar los puntos estratégicos donde se vetaría, expresamente, la instalación de nuevas casas. En pocos días más se cumplirán ocho años de todos esos anuncios y promesas, aunque muy pocos pasarían una evaluación de resultados. No es necesario ir a los papeles para reconocer los problemas que hoy tiene Valparaíso para enfrentar las emergencias por incendio. Basta saber que los dos siniestros ocurridos el miércoles -uno en el sector de San Roque y otro en Laguna Verde- dejaron como resultado dos fallecidos, al menos 40 viviendas destruidas y decenas de damnificados, y que ese mismo día, frente a las oficinas del Serviu y el municipio, un grupo de familias exigía con cartel en mano que el Estado mejorara los subsidios que le prometió en diciembre de 2019, cuando un siniestro en la parte alta de la ciudad arrasó con 245 viviendas, justo en la víspera de la Navidad. Es el triste costo de las lecciones no aprendidas, de los planes incompletos, de la flexibilidad admitida cuando se deben adoptar medidas impopulares y restricciones que ninguna autoridad quiere asumir, porque siempre hay una elección que cuidar.
Por los incendios de esta semana, el alcalde Jorge Sharp anunció una querella y deslizó sus sospechas de que había intencionalidad en el inicio del fuego. El Ministerio Público ya instruyó a la brigada de la PDI especializada en estos temas para que indague esta idea. Si se comprueba la tesis de que fue un incendio intencional, la Justicia deberá sancionar con todo el rigor para que los responsables reciban penas ejemplificadoras. Sin embargo, a la espera de que ello ocurra, las autoridades regionales, sectoriales y municipales deben, de una vez por todas, aplicar las medidas que hace mucho están identificadas como urgentes para evitar que vuelva a ocurrir una tragedia como la de 2014.