RELOJ DE ARENA Obsolescencia programada
Cuando manyés que a tu lado se prueban la ropa
que vas a dejar…
Parte de la letra de "Yira Yira", uno de los quejosos tangos de Enrique Santos Discépolo, quejosos, pero basados en la realidad de sus tiempos que hasta se puede proyectar a nuestros días. "Yira Yira" es de 1929 y su famoso y archicitado "Cambalache" -verás que todo el mentira…-, de 1934. Escúchelo usted y medite su vigencia.
Pero volvamos al tango que citamos, en que el músico y poeta alude a un moribundo que se da cuenta cómo antes de que emprenda el viaje final están disponiendo de su ropa. Podría ser una representación de esos interesados, parientes, amigos o políticos, que están disponiendo la herencia del familiar o del correligionario agónico.
Santos Discépolo se refiere a "la ropa que vas a dejar". Una realidad doméstica lejana, pues la buena ropa del extinto despertaba interés entre los deudos. Ese abrigo de casimir inglés, por ejemplo, o esa estupenda bufanda de inencontrable vicuña… Lo que sea, eran tiempos de ropa duradera, de camisas a las que se les daba vuelta el cuello gastado o de ternos de buena tela que se mandaba a "virar" y quedaban como nuevos.
Reciclaje precursor
Era la época del Zurcidor Japonés ¿o Ruso?, avenida Pedro Montt, o de la paragüería Colón, calle Colón precisamente. Allí se reparaban paraguas transmitidos a través de generaciones. Valía la pena, pues abundaba la lluvia y un paraguas importado, de esos que no se daban vuelta al primer ventarrón -perdón, no es una alusión impropia- y de tela que no se llovía eran parte del patrimonio familiar. Olvidarlo por ahí, un pecado. Actualmente, sin lluvias y con paraguas plegables a precio de liquidación ya no vale la pena la faena artesanal de una reparación.
En la actual cultura del consumo, legado de esos fatídicos 30 años, desechar es el verbo y reparar una labor que sale más cara que comprar algo nuevo, ya sea una chaqueta, un televisor, un celular, un electrodoméstico, un colchón…
¿Ha visto usted esas cosas y otras más botadas en las calles?
Hablando de colchones, si usted es memorioso o muy joven le habrán contado que los viejos colchones de lana se cardaban y quedaban como nuevos, en tanto que los antiguos somieres de resortes se estiraban. Recorrían las calles "especialistas" que pregonaban esas faenas a domicilio. Reciclaje antes que se descubriera la palabra hoy tan de moda.
Tengo un amigo dentista con conocimientos de electrónica. Con la misma habilidad con que repara y restaura nuestro complicado, delicado, a veces adolorido y maltratado molinillo bucal, es capaz de reparar el más sofisticado artilugio electrónico condenado a muerte por los mejores servicios técnicos.
Lo hace nuestro amigo simplemente por distracción, asumiendo la "lectura" de complicados y microscópicos circuitos como un desafío intelectual.
Comento esta habilidad de mi amigo con un economista y, medio en broma y medio en serio, me dice:
-Con un millón de personajes como el que me cuentas, la economía mundial se comenzaría a derrumbar, comenzando por oriente…
Me explica que por razones de costos o de mercado, los bienes no son durables. La reposición de la "ropa que vas dejar" supone empleo, demanda de insumos y de mano de obra. Podemos aplicar lo mismo a la tecnología actual en todas sus dimensiones.
Arthur Hailey, novelista norteamericano, presenta en su libro "Ruedas" la reunión de un grupo de alarmados empresarios de Detroit que comienzan, años 50 del siglo pasado, a inquietarse por la llegada al mercado de los automóviles japoneses. Profesionalmente, los desarman y lo examinan pieza por pieza. Son despectivos, pues los coches producidos en los Estados Unidos son duraderos y de calidad superior. Duraderos, el problema…
Saliendo de esa ficción literaria, el sociólogo también norteamericano Vance Packard escribió en 1961 "Los artífices del derroche", libro que nos muestra cómo la economía se las arregla para mantener los ritmos de consumo. Se pregunta si la vida "irrazonablemente breve" de los artículos de consumo norteamericanos ¿lo es por cálculo? Añade:
-"La reciente fascinación de muchos hombres de negocios con la 'obsolescencia planificada' ha sido uno de los más importantes acontecimientos del período de posguerra. Su estrategia para influir, ya sea en la forma del producto o en la actitud mental del consumidor, representa la quintaesencia del espíritu del derroche".
Cita luego Packard a Sylvia Porter, columnista especializada en temas financieros:
-"A fines de los 50 (siglo pasado), detrás de las puertas cerradas de las oficinas de los directores de las grandes corporaciones de todo el país se discutía la prudencia de desarrollar una política de obsolescencia planificada… Un debate de esta clase -que afecta las bases del nivel de vida norteamericano- jamás estalló en forma tan abierta. Incluso en el Congreso de los Estados Unidos, un representante ofrecía sus simpatías a los millones de personas que descubren que sus nuevos artefactos de todo tipo se despedazan con el uso".
Comentarios y teorías que comenzaban a circular hace más de medio siglo, pero que hoy son parte de nuestra vida diaria, de nuestras experiencias y de nuestro consumo: la obsolescencia planificada. Los bienes deben tener una vida útil calculada.
A veces eso se informa. Una ampolleta dura 3 mil horas y la estufa eléctrica que acabamos de comprar, 80.000. Podemos hacer el cálculo del caso y saber cuándo se apagará nuestra ampolleta y cuándo la estufa dejará de calentar. Pero esa información tan abierta y franca no es generalizada y nos sorprendemos ante una falla inesperada para nosotros, los consumidores, pero no para los fabricantes.
Las diabólicas
Para los aficionados a los automóviles, un comentario de Packard, insistimos, escrito en 1961:
-"Los fabricantes de autos interesados en construir un vehículo más duradero podrían muy bien estudiar, en busca de inspiración, el 'Deux Chevaux' de Citroën -nuestra conocida y por algunos añorada citroneta-, que, según se dice, recorre 150.000 kilómetros sobre toda clase de carreteras, prácticamente sin reparaciones… O mejor aún, podrían tratar de copiar alguna de las características del Ford A, el coche quizá más resistente que jamás se haya construido".
Haciendo memoria cercana, vemos nuestras calles invadidas por esas citronetas, dos cilindros, mecánica simple, económicas, una manilla al estilo de los primeros automóviles para darle partida en caso de falla de batería… Fue la democratización del automóvil sin alardes de diseño ni equipamiento.
La presentación de la citroneta fue a través de un filme francés, clásico de terror, de 1955, "Las diabólicas", con la actuación de Simone Signoret y Véra Clouzot. En uno de esos vehículos viajaba el cadáver de la víctima. Cinta en blanco y negro con muchos premios. Se la recomiendo. En alguna plataforma por ahí tiene que estar.
La obsolescencia se puede dar por la calidad del objeto cualquiera que tendrá una duración fríamente calculada o por la moda. Puede que el objeto aquel siga sirviendo o funcionando, pero ya, simplemente, no se usa. Está pasado de moda, lo que puede ocurrir tanto con unas zapatillas como con un automóvil. Y aparece ahí la tentación del cambio y cedemos ante nuevos teléfonos, televisores, pantalones o automóviles…
En fin, ya no hay interés por "la ropa que vas a dejar"… está pasada moda. Y la moda, el cambio, manda y la economía, circular al fin, así sigue dando vueltas. Yira yira…