LA PELOTA NO SE MANCHA El gigante egoísta
POR WINSTON POR WINSTON
Un metro noventa o, si prefiere, ciento noventa centímetros. Esa es la distancia que existe entre la cabeza y el suelo en la vida del centrodelantero argentino David Escalante. Si "El Chiquito", como le dicen, hubiese nacido en Ámsterdam, su vida habría sido completamente normal. No habría tenido que agacharse en la ducha para que el chorro le mojara la nuca, podría haber dormido cómodo en la cama de su primera novia, no se habría golpeado en la cabeza al subir al microbús ni tendría que haber encargado las zapatillas tamaño trasatlántico al extranjero.
Sin embargo, el destino quiso lo contrario y Chiquito Escalante creció -y vaya que lo hizo- en esta parte del mundo, siendo el objeto de las burlas del curso. Nadie se quería sacar fotos con él para no parecer enano, lo llevaban a las fiestas como guardaespaldas y, por supuesto, lo quisieron ocupar de arquero, hasta que demostró que lo suyo era hacer y no detener los goles. Tampoco es que haga muchos, seamos sinceros, pero convierte los suficientes como para haber cruzado la cordillera y mantenerse durante varios años siendo un número fijo en la primera B del fútbol chileno.
El jueves 12 tuvo una señal del destino. En un partido de su equipo Cobreloa contra Santiago Wanderers, cuando el primer tiempo estaba por extinguirse, un tiro en el vertical y luego en el suelo fue confundido por el árbitro y su (in)asistente como gol a favor del equipo del norte. En ese momento, David Jonathan actuó como si hubiese cumplido el trabajo para el cual fue contratado. Sin pudor alguno, salió corriendo, desenfrenado, y lo festejó sin asco, mientras sus compañeros de profesión, pero que juegan en Wanderers, reclamaban al árbitro.
No quiero condenar a Escalante, supongo que la oxigenación del cerebro de un tipo de 1,90 es distinta, más dificultosa que la de cualquier pachacho. Asimismo, confirmar que no estaba ahí solo para hacer goles de cabeza, era un aliciente difícil de rechazar.
Pero hagamos el siguiente ejercicio: pongámonos en el caso de que Escalante hubiese tomado otro camino -pudo haber sido él o su director técnico, Manuel Astorga- y hubiese reconocido que esa pelota jamás entró. Su honradez habría recorrido el mundo, como lo hizo Marcelo Bielsa hace algunos años, al obligar a su equipo a que los rivales marcaran un gol después de haber hecho uno de forma poco ética.
Pero Chiquito Escalante, vaya paradoja, optó por la pequeñez. Lo peor es que lo hizo por un gol que, en perspectiva, no vale nada. Otro empate en Calama, como cientos que ha habido a lo largo de la historia. Un gol a Wanderers como otros que ha marcado en su carrera a Melipilla, Barnechea o Magallanes. No había una copa, un ascenso ni un título de pichichi de por medio. En definitiva, falseó un gol miserable en un torneo igual de mediocre.
No quiero hacer leña con el árbol caído. Lo más triste de esta historia es que el 99% de los jugadores del fútbol chileno habría hecho lo mismo que Chiquito Escalante, igual para los técnicos. Además, siempre el jugador se puede excusar que estas jugadas polémicas son responsabilidad de los jueces o que el problema es la ausencia del VAR. Que, así como a veces las reglas nos han perjudicado, esta vez nos favorecieron. Una especie de karma de supuesta justicia donde nadie quiere reconocer que a veces es mejor perder para ganar….
Por lo demás, esta ley del engaño compensatorio o de hacer faltas que nadie echa en falta, lo vemos todos los fines de semana, en cada partido y a cada minuto: jugadores que se tiran al suelo como si se les hubiese salido el fémur, a los delanteros que les rozan la cara y parece que les hubiese pegado Mike Tyson, defensas que pegan y lloran cual Magdalenas al primer encontrón, calambres que justo aparecen a la hora de hacer tiempo, etc., etc.
Para terminar, esta semana se supo de una deuda millonaria de la ANFP, ya no sabemos cuántos clubes son de representantes ni quiénes son los dueños de cada uno, los árbitros están inmersos en una enorme crisis y los barras bravas han ganado la batalla de la delincuencia. Los únicos que podían sacarnos de este pozo eran los jugadores, pero como Chiquito, ninguno de ellos ha estado a la altura.