¡Hay que fundar prácticas heterodoxas! Suena contra intuitivo que en mi condición adhiera a esta frase. Debería, en cierto sentido, optar por la ortodoxia. Al usar estos conceptos no estoy pensando en su aplicación teológica, sino en la autoexigencia de ejercitar hábitos distintos del orden actual de las cosas.
El ser humano posee esa misteriosa flexibilidad única de envilecerse o santificarse y, en alguna medida, eso dependerá de las cualidades del mundo de su vida. Por "mundo de la vida" entiendo el ámbito vital y cotidiano donde las relaciones de gratuidad son previas a cualquier pacto político o económico. Esto es muy propio de algunos cuerpos intermedios como la familia, la junta de vecinos, la Iglesia o los bomberos, por nombrar solo algunas.
En otras palabras, los cuerpos intermedios son mediaciones de sentido cuya especificidad radica en las interacciones regidas por la reciprocidad vital. A Tocqueville le parecía que eran una ayuda para corregir la autorreferencialidad de la democracia.
Si en un momento era la economía la punta de lanza, hoy es la política -corrijo, los movimientos sociales- quienes absorben y subsumen campos de la vida diaria con su posterior deterioro.
No será suficiente el "patriotismo constitucional", si a la vez y urgentemente no le damos la importancia debida a esos espacios vitales que imprimen valores y hábitos, y en no menor medida amortiguan la anomia campante.
Al rescatar la preponderancia de los "mundos de la vida", me declaro distante de apelar a la superficial amabilidad, ni me agoto en la conciliadora blandura de "lo pequeño es hermoso". Pienso, más bien, en la hondura del pensamiento de Edith Stein y su comprensión de la empatía: es un acto originario y peculiar que consiste en la experiencia de una conciencia ajena, con independencia del tipo de sujeto cuya conciencia es experimentada. Es decir, a través del experimentar empático realizo el reconocimiento de que el otro ajeno a mí, es como un nuevo punto cero de orientación. Nada más heterodoxo que actuar de esta forma cuando en la actualidad la empatía depende de preferencias y estados subjetivos.
"Debemos aprender a ver las cosas bajo una luz nueva, porque la llama de la razón ya no alcanza a iluminar el complejo laberinto que va tomando forma lentamente a nuestro alrededor", señala B. Labatut en "La piedra de la locura". El escritor apunta a un modo nuevo de percibir y también de actuar; hábitos distintos del orden actual, espacios vitales de convivencia donde la mediación circulante no sea el dinero, el poder y la influencia. La vida y la realidad sin esa interna contextura, sin esa esencial urdimbre, es solo disponibilidad material para el ejercicio del poder duro.