La historia sin fin
Para los habitantes de Valparaíso los tecnicismos no son relevantes a la hora de entender por qué ningún gobierno se pone los pantalones en un proyecto que tampoco es una invención de la modernidad. De hecho, este tipo de transporte existió entre 1863 y
la década de 1980".
Una fe renovada se produjo esta semana, luego de que, en el discurso presidencial, Gabriel Boric planteara la promesa de echar a andar un Plan Nacional de Desarrollo Ferroviario, en el que se incluiría ponerle corazón y, en buen castellano, "patitas", al tan esperado proyecto de tren rápido entre Santiago y Valparaíso.
Se trata de una necesidad tanto para la capital como para la región -con un flujo importante y diario de personas entre ambas zonas del país-, pero que además tiene historia y se ha convertido en un comodín político al menos en los últimos tres periodos: no ha habido campaña a La Moneda ni parlamentaria que no lo haya propuesto en sus planes. Similar a otras iniciativas que parecen ya el cuento del lobo, como el wifi abierto y libre; que el puerto tribute a la ciudad o la, a estas alturas "famosa", estación Valencia del Merval.
Pero en la práctica, en todos los gobiernos ha sucedido lo mismo: se antepone el factor económico al social y el tren termina siendo un fantasma, que pena recurrentemente, cada cuatro años, pero que nunca se hace realidad.
Ahora pareció haber una luz de esperanza, aunque el tema nuevamente ha sido un ir y venir de declaraciones, que han hecho que los habitantes de esta región pasen de la alegría a la frustración y vuelvan a lo mismo una y otra vez.
De hecho y como recordó la prensa, será el tercer presidente en los últimos años que lo intenta. Michelle Bachelet lo planteó en 2018, aunque a solo dos meses de dejar el gobierno, cuando recibió un proyecto de una empresa china-chilena para construir un tren que demoraría solo 45 minutos entre la capital y el puerto. Obviamente, aquello no prosperó en momentos en que la mandataria dejaba ya La Moneda.
Luego fue Sebastián Piñera quien tomó la posta ese mismo año, tras asumir el cargo. Primero, se anunció que había "gran interés" en la medida, para luego plantear que la licitación se realizaría en 2019 y reforzar el compromiso en su cuenta pública de ese año. Pero vino la pandemia y el proyecto quedó nuevamente en nada.
Ahora, tras asumir el gobierno, el ministro de Transportes, Juan Carlos Muñoz, había manifestado que la concreción de la iniciativa era "difícil". Pero, contra todo pronóstico, ahora el Presidente Boric lo lanzó en su cuenta ante el Congreso Pleno, generando aplausos de los habitantes de la V Región.
Lamentablemente, apenas unos días después, el propio titular de la cartera matizó los dichos del mandatario, afirmando que, si bien se iniciarían los trabajos para concretar el proyecto, todo dependerá de la "rentabilidad social" que este tenga, aun cuando comprometió que el gobierno hará "todos los esfuerzos".
Y aquí vamos de nuevo, en este círculo vicioso en el que se ha transformado la iniciativa. De hecho, las palabras de Muñoz fueron también refrendadas por el expresidente de EFE durante la gestión de Sebastián Piñera, Pedro Pablo Errázuriz, quien aseguró que el proyecto "requiere un subsidio tan grande que no resulta conveniente". Y si bien reconoció que política y comunicacionalmente es "muy atractivo" advirtió sobre la cantidad de recursos que deberá desembolsar el Estado.
Pero para los habitantes de Valparaíso los tecnicismos no son relevantes a la hora de entender por qué ningún n gobierno se pone los pantalones en un proyecto que tampoco es una invención de la modernidad. De hecho, este tipo de transporte existió entre 1863 y la década de 1980.
Y si se trata de rentabilidad social, como ha planteado el ministro, esta se define como el valor que un proyecto aporta a la sociedad como beneficio, independiente del tema económico. Aun así, en cuanto a lo monetario, si bien es obvio que no somos una tremenda metrópolis, de todas maneras, hay estudios que plantean que el tren Santiago-Valparaíso podría favorecer a unos siete millones de personas, eso sin contar el impulso que le daría a la región en términos de turismo e inversión, e incluso en temáticas medioambientales, reduciendo la contaminación que producen los viajes en auto o bus.
Al momento de escribir esta columna, el gobierno adelantaba que para 2030 debiera estar operativo el tren, lo que de nuevo abre la puerta a la esperanza. ¿Cuánto durará? No se sabe. Es posible que efectivamente en el mandato de Boric este anhelo de la región se haga realidad o, al menos, queden sentadas las bases para que el próximo Ejecutivo termine de echarlo a andar. Pero la locomotora que guía este proyecto ha sido muy lenta y veleidosa, y el ferrocarril se ha transformado en una larga historia sin fin. 2
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