Manso como una paloma y astuto como una serpiente
El escritor Antonio Gil, uno de los candidatos al próximo Premio Nacional de Literatura, habla de la reedición de "Hijo de mí" (UDP), la agonía de Diego de Almagro que escribió hace 30 años.
Hace 30 años comenzaba una de las obras narrativas chilenas más singulares de las últimas décadas. Al concurso para novelistas jóvenes de Editorial Los Andes llegaba el manuscrito "Hijo de mí". Un jurado integrado por escritores de distintas generaciones como Fernando Alegría, Juan Andrés Piña, Mercedes Valdivieso y Alberto Fuguet premiaba "Las fabulosas memorias de don Diego de Almagro" escritas por Antonio Gil (1954). Fuguet señalaría en el veredicto que "es como si el autor combinara las técnicas del videoclip y el montaje publicitario con la novela histórica".
Para entonces, Antonio Gil había publicado dos libros de poesía en los años ochenta y se dedicaba a la publicidad, rubro en el que todavía trabaja. Gil ha creado una amplia obra literaria narrativa que lo tiene Como candidato (entre otros escritores) para la entrega del próximo Premio Nacional de Literatura. Además, es un activo colaborador en Las Últimas Noticias, donde semanalmente despacha una columna que indaga en la identidad chilena.
Treinta años después de su aparición original, un Diego de Almagro próximo a su muerte nos vuelve a hablar en "Hijo de mí" (UDP). Para el escritor, su primera novela "se mantiene vigente simplemente porque busca explicar lo que todos los seres intentamos explicarnos todos los días: el porqué de nuestros actos. Un porqué que no tiene respuesta, ni la tendrá nunca. Y nos pone en el trance de manera eficiente. Y eficaz. Nos hace ser Almagro en su momento postrero. Y eso es muy, pero muy difícil de lograr. Y me temo que se logró".
-Antes de "Hijo de mí" usted sólo había publicado poesía. ¿Qué lo hizo comenzar su obra narrativa?
-"Sólo poesía" suena a algo levemente devaluado para referirnos a la mayor y más alta de las expresiones humanas. La poesía tiene una cualidad sagrada que se manifiesta en toda su magnitud, real, esplendente, sólo en edades tempranas. Yo comencé a narrar justamente en el momento en que comprendí que mi "estro" (que etimológicamente tanto significa picadura de abeja, deseo sexual o inspiración poética) había mermado en mí. Nunca habría profanado ese Arte Mayor haciendo una poesía de "oficio", falseando un ardor que es por completo infalsificable. Por eso soy narrador apreciado, amigo. Por respeto. Por amor. Y creo que como forma de agradecimiento las musas de la poesía me prestaron lenguaje para llegar más lejos, más hondo, que es la gran ventaja de la poesía sobre la narrativa ramplona y plana que tanto gusta a algunos escritores chilenos irrespetuosos y desaliñados.
-¿Qué lo llamó a narrar las memorias de Diego de Almagro? ¿Recuerda cómo comenzó aquella voz?
-Lo recuerdo perfectamente y en cada detalle. Fue un encadenamiento de sincronías. En un momento convulso de mi propia vida. Hay una pequeña epifanía nocturna. Montado en un muy buen caballo chileno corralero, llamado "Ojo de Agua" y a todo galope en medio de la oscuridad de unos campos de la cordillera de la Costa, comenzaron a cruzar por mi mente imágenes, viñetas, visiones. Sensaciones difusas. Soy perceptivo a la voz de los ángeles y las deidades desconocidas. No las temo ni olvido esos mensajes que llegan, porque soy una antena parabólica. Y tengo el deber de dar forma a cierta difusa información que llega del éter. Alguien soltó el caballo antes que yo aquí, alguien picó espuelas en estos yermos antes que yo. Y se me apareció don Diego y sus valientes. Y yo los escuché cabalgar y cumplí con ellos y con mis lectores, al redactar, como un modesto amanuense esa fábula que es "Hijo de mí".
-Diego de Almagro era analfabeto. ¿Qué era la escritura para estos hombres?
-Simplemente no existía como categoría, lo que los obligaba a aguzar la memoria y a adiestrar la oralidad. La escritura era una profesión distinta de la de los guerreros. Era el oficio del cronista, del letrado que era como se llamaba esa vieja peste que son los abogados. Del fraile que era un ser lleno de los mismos vicios y debilidades que los soldados. Se vivía en la oralidad de las viejas leyendas, tal como aún ocurre en algunos lugares lejanos todavía. No te olvides que hay partes de la Tierra que siguen en el siglo XVI.
-Si bien la novela la protagoniza de Almagro, su destino está amarrado con el de Francisco Pizarro. ¿Qué nos podría contar del carácter de estos conquistadores?
-Duros, inmensamente duros, con vocación de invencibles. Obligados a aprender política sobre la carrera, al galope, y a crear alianzas y mentir y rendir pleitesías. Nada muy diferente de lo que ocurre ahora, pero más recio, más viril, menos ensalonado.
-¿Cómo era Antonio Gil en 1992? ¿Qué ha cambiado en usted en estos 30 años? ¿Cómo es ahora?
-Bastante más parecido a este, pero joven, brioso, y hasta bello, dicen las viejas fotos. Muy impulsivo. He cambiado. Estoy algo distinto, ya que sigo un principio cristiano que antes no tenía incorporado: soy manso como una paloma y astuto como una serpiente.
-Usted es actualmente uno de los candidatos al Premio Nacional de Literatura. ¿Cree que lo ganará?
-Mira, si el premio sigue siendo "de literatura" tengo muchísimas posibilidades de ganarlo. No te voy a decir más, y ya sabrá el jurado como desatar ese nudo. O cómo cortarlo de un golpe, como Alejandro cortó el puto nudo Gordiano. No sé quiénes van en definitiva, pero yo subí al ring a ganar por nocaut. Por obra, por aporte a las letras de Chile, por coraje.
Antonio Gil escribe todas las semanas la columna "La recta provincia" en el diario las últimas noticias.
Por Cristóbal Gaete
"No sé quiénes van, pero yo subí al ring a ganar por nocaut. Por obra, por aporte a las letras de Chile, por coraje".
Rodrigo Fernandez