Un niño llamado Andy, habitante de los suburbios, tiene muchos juguetes en su casa. Su preferido es Woody, un vaquero moldeado al estilo de los héroes de matiné, y luego Buzz Lightyear, astronauta construido sobre el orgullo de la carrera espacial. Pero hay también otras figuras de plástico en esa casa: muñecas, juguetes rotos, animales, marcianos, robots. Todos ellos -y los humanos no lo saben- tienen vida propia y compiten por el afecto de su dueño. En algún momento, un nerd coleccionista rapta a Woody con el fin de completar una colección que piensa llevar hasta Japón y el resto del clan va en su rescate. Es una de las tantas aventuras que se desatan al interior del hogar. Hasta que un día ocurre lo inevitable: Andy ha crecido y debe abandonar el nicho para instalarse en la universidad. Los juguetes son relegados al olvido, que es algo así como el infierno para un juguete. Sufren, lloran, logran sobrevivir. Pero un día entienden que la vida sigue y los afectos se renuevan. Terminan bajo el control de una niña traviesa que parece una nueva amenaza. Salen a la carretera en busca de una nueva odisea, esta vez liderada por Woody en clave western.
Lo anterior podría sintetizar, de una manera muy general, las cuatro entregas de "Toy Story". Una saga que, a pesar de sus desniveles naturales (la lacrimógena "Toy Story 3" está por sobre el resto), mantiene un buen nivel. Esto no quiere decir, por supuesto, que sea extensible hasta el infinito.
Aunque el mercado de secuelas funciona siempre bien, los responsables de la serie de películas iniciada por John Lasseter (con el apoyo de Steve Jobs en esos años experimentales de Pixar) parecen cuidar el contenido en vez de empeñarlo en beneficio de las ganancias.
¿Cómo hacer entonces para complacer los ambiciosos planes comerciales de Disney? La respuesta es ampliarse hacia los costados a través de spin-offs. "Lightyear" -actualmente en cines chilenos- es uno de ellos. Una aventura espacial que usa un pie forzado para conectarse con la saga. "En 1995, Andy recibió un juguete. El juguete era de su película favorita. Esta es esa película", leemos desde el comienzo. Lo que estamos viendo es, entonces, la ficción cinematográfica que justifica el juguete que recibe Andy. Los creadores apuestan por la metaficción para extender el universo conocido. Apelan de paso a la nostalgia juguetera que conquistó principalmente a la infancia de los años 70 y 80. Esos muñecos eran extensiones de fantasías proyectadas en el telón.
Con una estética aún más vintage que apunta a ofertas como "Buck Rogers" y "Flash Gordon", la película tiene al héroe espacial viajando en el tiempo. Alisha Hawthorne, su colega lesbiana (no vale la pena hablar aquí de la inflada y pacata polémica sobre el beso), asegurará la cuota de nostalgia que la oferta siempre ha buscado. El humor, en tanto, lo aporta un gato con inteligencia artificial. Esto es matinée retro pero a la luz de la inclusión y las nuevas tecnologías.
"Lightyear" está actualmente en los cines chilenos.
Por Andrés Nazarala
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