RELOJ DE ARENA
Mis días de radio se inician cuando llega a casa un receptor marca Centrum, sueco, a tubos, en tiempos en que no se soñaban los transistores. Tampoco se soñaba la dominación tecnológica oriental con la avalancha digital que hoy viene desde China o Japón.
Esa radio, de sobremesa, de madera y color oscuro tenía una suerte de pantalla con líneas horizontales que indicaban las frecuencias de recepción, especialmente las ondas cortas, con el nombre de diversas ciudades desde donde se trasmitía para a todo el mundo. Nombres conocidos como Londres, Nueva York o París y otros, exóticos, que nos obligaban a aprender geografía.
Una aguja vertical móvil, accionada por una perilla, recorría todo este surtido universal. Y, lo mejor y asombroso, era el "ojo mágico", una pequeña pantalla circular que con una luz variables ayudaba a lograr una buena sintonía. Era un artilugio precursor de las pantallas de los televisores y ahora de computadores.
Todo esto, con las voces que salían desde un hueco cubierto por una elegante tela, era para mí un misterio. En fin, eran tiempos en que los niños tenían una saludable capacidad de asombro. Y no solo de asombro, sino que de curiosidad por saber de dónde diablo salían esas voces, lo que obligaba a mirar la parte posterior del artefacto. A través de pequeños agujeros aparecía una especie de ampolletas con pequeñas luces rojas.
Se nos explicaba que eran los tubos que permitían la presencia de esas voces extrañas, a veces acompañadas de música, en nuestra intimidad.
La radio llegó a casa con un fin utilitario. El padre quería escuchar en directo la trasmisión de la rueda de la Bolsa de Corredores y así tomar sus decisiones financieras desde la comodidad del living de la casa.
Una emisora local, creo Cooperativa, trasmitía la rueda matinal como si fuera un partido de fútbol:
-Se ofrecen 500 Vapores.
-Se transan a 25.
Se ofrecían y se compraban acciones "a la mala" o a la "próxima mala". Nada siniestro, sino que "la mala" o la "próxima mala" indicaban plazos para el pago de los valores, cuestión que a veces no se cumplía. Las expresiones correspondían a los lejanos tiempos en que llegaban los vapores con la correspondencia, "la mala", desde Londres.
Madame butterfly
Olvidando la rueda en casa descubren, descubrimos, que la radio ofrece un amplio abanico de entretenciones y hasta de cultura.
Un domingo por la tarde, silencio total. Trasmitirían la ópera Madame Butterfly, el drama de una japonesita engañada por un marino norteamericano, de quien tiene un hijo. La abandona, pero retorna casado con una compatriota. Ella se suicida. Una amiga, Suzuki, presentía el engaño. ¿Tendrá algo que ver la obra de Puccini, con el conocido automóvil japonés? Parece que los tiempos no calzan.
Los matinales, hay que decirlo, son un invento de la radio. En Valparaíso estaba la actriz Quela Briones y en Santiago Marita Buhle. Espacios con mucha interacción con el público, generalmente por carta y a veces por teléfono. Desde recetas de cocina hasta ayuda social. Ambos espacios en Cooperativa, mientras en Radio Agricultura de Valparaíso Julio Pincheira tenía su matinal "Señora, ¡apúrese con el almuerzo!".
Y al mediodía, con el almuerzo a medias y con aseo casero terminado, aparecía, implacable la hora. Cooperativa retransmitía la señal horaria oficial que emitían los precisos cronómetros de la Oficina Meteorológica de la Armada, hoy SHOA. Tres minutos de pititos que indicaban el paso de los segundos para culminar con uno más largo al término del cual el locutor, ¿Estela Pérez? ¿Guillermo Portilla? ¿Martín Rodríguez?, proclamaba: "¡Mediodía en Chile!"
Información esencial para la navegación aérea y marítima y también para la vida las personas que así sabían que ya se había ido la mitad del día.
A las cinco de la tarde aparecía en Radio Cooperativa de Valparaíso "La Hora del Niño del Hada Madrina", un creativo espacio infantil de alta sintonía y buenos auspicios. Voces y libretistas radiales hicieron allí su estreno.
El Hada, conductora del espacio, era Sara Rioja Ruiz, hija de Fernando Rioja Medel, el propietario del palacio viñamarino que lleva su nombre y donde alojó en 1920 el príncipe Fernando María de Baviera y Borbón, uno de los grandes de España.
Cantemos
Cerca de los años 50 del siglo pasado aparece "Cantemos", algo que hoy sería pueril. Coros y voces conducidas por un sacerdote. Gusto de la época, alta sintonía. Conductor el padre René Pionovi Massafierro y el generoso auspiciador Ambrosoli, la empresa de los caramelos de don Constantino. No hay dónde perderse. Pienovi, alma máter del Refugio de Cristo.
Un poco más tarde, por algunos años escuchamos y aprendimos algo de inglés con "The British Hour". Una señora recomendaba:
-Klenzo clean best. Use Klenzo in your kitchen.
¿Existe todavía el Klenzo?
Un poco más allá en nuestra exploración del dial aparece "L'ora meramente italiana", conducida por Lucia D'ambra, una dama italiana, actriz, precursora del teatro en Valparaíso. El espacio, en Radio Caupolicán, se iniciaba a los compases de "Las campanas de San Giusto", un himno relativo a la soberanía en Trieste que data de la Primera Guerra Mundial.
Y los adolescentes de los 50 y 60 también teníamos nuestra música, que aún subsiste dignamente en los recovecos de la nostalgia. Espacio precursor de las cinco o seis de la tarde "Discomanía", Radio Minería, primero con Raúl Matas y luego con Ricardo García. En Viña del Mar, un antecedente del "Chacotero Sentimental", pero sin doble sentido, con solicitud de temas escuchábamos "Los llamados de la Suerte", programa con escuálidos premios en que algunas niñas, hoy abuelas o bisabuelas, interactuaban por teléfono con un correcto animador en Radio Recreo. Con acierto disponía la música la discotecaria Chepita Cabello.
Y más tarde, a la hora del deporte "Magazine Deportivo", Radio Minería, con Luis Eduardo Gianelli, un uruguayo que en algún momento había integrado la selección de su país. Terminante, con lógica de hierro, afirmaba que "los partidos se ganan por goles". Cierto. Las victorias morales no dan puntos.
En la emisora vecina, Radio Recreo, estaban "Poroto" Smith y Enrique Swett, incisivos comentaristas deportivos. Swett, jefe de informaciones de La Estrella, era mentor de José Pérez, el entrenador de Wanderers, con quien analizaba largamente la estrategia caturra precisamente a la crítica hora de cierre del diario, que era vespertino.
"La hora de los lamentos", era un espacio para los adictos al deporte de los reyes, a cargo de Leonardo Lambarri.
La velocidad también se hacía presente en "Rugen los motores", a cargo de Hugo Arellano, multifacético personaje que fue regidor socialista de Limache y luego montó su propia emisora.
En la onda vespertina, escuchamos en Radio Los Castaños, un curioso espacio en que dos videntes -Shara y Fernando- leían, directamente al aire, el futuro del público asistente a "Las Tinajas", un bodegón que ofrecía platos criollos en calle Arlegui.
En estos recuerdos del medio ya centenario no se pueden dejar fuera los radioteatros, desde melodramas de Moya Grau, llegaron hasta la televisión, a las documentadas producciones de Jorge Inostroza, con el apasionante "Adiós al Séptimo de Línea".
La espiritualidad
La espiritualidad se hacía presente los domingos con la trasmisión de la misa desde la Iglesia de la Providencia los domingos por Cooperativa y con las profundas reflexiones del sacerdote Pedro Rubio, por Radio Cristóbal Colón. Y el Mes de María, desde Gruta de Lourdes, Agua Santa, era trasmitido por la fenecida Radio Minería. Al término de la emisión el superior de los pasionistas, el padre Modesto, pedía a los fieles auditores:
-Y ahora tres avemarías por Fideos Maino, los auspiciadores de este programa…
Y del periodismo no podemos omitir el recuerdo de los breves y acertados "Enfoques" de Luis Muñoz Ahumada y las ilustradas charlas dominicales de Álex Varela, destacado redactor de este Diario que del papel pasó a las ondas radiales.
En fin, una pasada a lo pintor de mis días de radio, que pueden ser los días de muchos, con algunos nombres y muchas omisiones. Se nos acaba el tiempo. Será, si Dios quiere, hasta el próximo sábado, en este mismo punto del dial.
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