Incidente y daño a la imagen del Congreso
El caso de violencia registrado en la Cámara de Diputados es un factor más para la mala evaluación que hace la ciudadanía del Parlamento. En estos momentos clave para el país, cuando se viene saliendo de episodios de violencia masiva que dejan un ánimo latente de confrontación, el Parlamento y cada uno de sus integrantes deberían dar ejemplos de serenidad y tolerancia.
La violencia, convertida en pandemia, recorre todo el país. Estremecedor el atentado incendiario de Contulmo, con total destrucción de un molino patrimonial y personas heridas de gravedad. Y en Valparaíso, en la sede de la Cámara de Diputados, otra situación de gravedad se produjo con la agresión de un parlamentario al vicepresidente de la Corporación, previo insulto a una diputada.
El agresor, Gonzalo de la Carrera, independiente de derecha, fue expulsado de la bancada republicana, la que políticamente integraba, y también será sometido al Tribunal de Ética de la Cámara. Reconoce haber cometido un error, pero sostiene que reaccionó "ante la agresión verbal y física del diputado Sepúlveda". Este último, vicepresidente de la Cámara, fue el atacado. Confuso incidente -término generoso que no compromete- tras afirmaciones de De la Carrera que molestaron a la ministra del Interior y Seguridad Pública, Izkia Siches, en una sesión especial de la Cámara en que se trataba sobre la creciente presencia de la droga en el país, un factor más en la violencia imperante.
Los hechos de Contulmo son dolorosos y se suman a una larga lista de atentados en el sur del territorio, pero lo sucedido en Valparaíso adquiere especial gravedad, ya que contribuye al deterioro de la imagen de una institución -el Parlamento como un todo-, que debería estar en primera línea en la lucha contra la violencia. La acción de este parlamentario, anteriores debates con expresiones hirientes o frivolidad en el comportamiento de muchos representantes contribuyen a aumentar el desprestigio y la distancia de la ciudadanía con el Legislativo, uno de los poderes del Estado.
Las conductas individuales suelen ser correctas, pero la suma de muchos desbordes aislados, como también la morosidad o la elusión legislativa, hacen que el Congreso tenga una mala evaluación. Y la mala nota, injustamente, cubre a todos, de todos los sectores.
En estos momentos clave para el país, cuando se viene saliendo de episodios de violencia masiva que dejan un ánimo latente de confrontación, el Parlamento y cada uno de sus integrantes deberían dar ejemplo de serenidad y tolerancia, asumiendo que la ciudadanía los está mirando.
Con la actual Constitución o con una nueva Carta, los representantes elegidos por el pueblo, más allá de su ideología, deben asumir su condición de referentes. Sus conductas, de un modo o de otro, no dejan a nadie indiferente. Pueden ser ejemplos a seguir en la escalada de violencia y también un factor más en las sombras negativas que cubren a la institucionalidad legislativa. Y es precisamente el desprestigio que castiga actualmente al Parlamento uno de los factores que han facilitado el ánimo refundacional que ha primado en la Convención Constitucional y en la propuesta misma que será sometida a plebiscito el próximo domingo.