IDEAS & DEBATES El otro peso de la noche
RODRIGO RUIZ, ANTROPÓLOGO Y DOCTOR DE FILOSOFÍA, INTEGRANTE DE TERRITORIOS EN RED (TER) Y PARTE DEL GABINETE POLÍTICO DE LA ALCALDÍA DE VALPARAÍSO.
"Es claro que subestimamos la profundidad con que 'la razón neoliberal' ha llegado a modelar las prácticas y los sentidos de vida de una amplia mayoría de chilenas y chilenos".
La propuesta constitucional no resolvía por sí misma la destitución del régimen neoliberal en Chile. Su importancia residía en la posibilidad de consolidar una apertura. Es decir, instalar un proceso histórico que, por primera vez desde la instauración dictatorial del modelo, permitía pensar en el inicio de una trayectoria combinada de luchas, acción institucional y construcción de actores, que condujera a su superación efectiva. La votación del 4 de septiembre implicó un bloqueo en ese camino. Pero es importante recordar que la apertura misma de este ciclo correspondió a la Revuelta, no a la Convención. Reconocer ese hecho permite pensar que el plebiscito no cierra el proceso, que el debate sobre el nuevo marco constitucional permanece abierto en la sociedad y que va a atravesar todo el período de gobierno de Gabriel Boric, pese a sus esfuerzos de contención y clausura.
Aun no sabemos bien por qué la votación se comportó de la forma en que lo hizo. Circula, como es de esperar, una amplia gama de explicaciones. Una cosa resulta clara: la campaña del Rechazo, dirigida por las derechas mediáticas y empresariales, se dirigió a expandir el miedo al cambio, defendiendo un sentido común neoliberal afincado en el apego a las muy eficaces ficciones de la propiedad y la prosperidad egoísta. El Apruebo en cambio, defendió principalmente una amplia familia de derechos sociales, sexuales y reproductivos, de la naturaleza, de los pueblos originarios, entre otros, que no solo suponían un orden social diferente, sino mecanismos de subjetivación contrapuestos.
En esa contradicción anida una primera hipótesis de análisis crítico. Es claro que subestimamos la profundidad con que "la razón neoliberal" ha llegado a modelar las prácticas y los sentidos de vida de una amplia mayoría de chilenas y chilenos. Nuestros mensajes no lograban inteligibilidad y menos aun aprobación, quizás porque partían de supuestos no compartidos por esa amplia franja popular cuyos marcos interpretativos son principalmente los que ha construido la pedagogía del régimen neoliberal por décadas. Un ultraliberal chileno que goza de amplia cobertura en redes sociales dice algo así como que los derechos sociales son derechos a disponer del dinero ajeno. Pues bien, las propuestas de derechos sociales, de un Estado a cargo de proveerlos y garantizarlos, chocaban con cuarenta años de propaganda antiestatista, y con la exitosa promoción de la iniciativa privada individual y la fábula del emprendimiento, donde la acción estatal es vista como la entrega "focalizada" de "beneficios" a personas "vulnerables", es decir, todo lo que una persona expuesta hasta la saciedad a la superioridad moral de la competencia y el éxito personal no desea ser ni obtener. El hecho no debería sorprendernos, la ética del emprendimiento y la lógica de la vulnerabilidad y la focalización han sido una de las claves de la acción gubernamental, tanto en las gestiones de la derecha como de la "centroizquierda" (incluso cuando un militante comunista fue ministro de Desarrollo Social del segundo gobierno de Bachelet).
Otro tanto ocurrió con los diferentes aspectos en que se definía el paso a un Estado plurinacional, que chocaron una y otra vez con las falsedades de una propaganda tremendamente eficaz, apoyada con mucha facilidad en una larga racialización de la nación que construye una autopercepción blanca en la mayoría de la población, como complemento del cruento sometimiento de unos pueblos originarios negados una y otra vez. Son ellos quienes más han perdido con los resultados del plebiscito. El asunto sin embargo, parece no merecer mayor atención en los análisis progresistas.
En la cuestión política ocurre otro tanto. Allí donde una amplia mayoría ha manifestado de diferentes formas su condena a las prácticas cupulares de los partidos, la corrupción el financiamiento de la política, el severo desprestigio de prácticamente todas las instituciones del país (de eso también hay encuestas), allí donde es completamente sabido el escasísimo respaldo del parlamento, allí donde ha sido evidente que esos cuestionamientos estaban ampliamente expandidos en la Revuelta, la campaña del Apruebo no quiso escuchar y ubicó su centro de mando en las cúpulas partidarias y parlamentarias.
Entonces, si despejamos un poco el asunto, lo que queda es una campaña del Apruebo oficial que proponía desmontar las lógicas vigentes con lenguajes, formas comunicacionales y dinámicas institucionales que han sido parte de la reproducción del orden. Habiendo desmovilizado las fuerzas destituyentes de la movilización popular y sus vocerías heterogéneas, el Apruebo sacrificó todo filo crítico y se convirtió en un intento dócil y conformista que optó por actuar dentro de los marcos referenciales hegemónicos. Lo nuevo había aparecido como potencialidad, como ruptura, pero no logró formular una propuesta, ni organizativa ni teóricamente, y recibió tempranamente la presión desmovilizadora del sistema político, que se empeñó en la campaña en una moderación comunicativa en tal grado que desembocó en la propuesta de desmontar lo viejo con lo viejo.
Las fuerzas que no formamos parte de ese mundo ni de esas lógicas, por otro lado, tampoco desplegamos un relato alternativo efectivo, ni una capacidad de escucha e interlocución efectiva, y en casos como el acto en la Plaza Victoria de Valparaíso, terminamos contribuyendo involuntariamente a un ánimo de desconcierto e incomprensión. La crisis organizativa y la falta de propuesta en el campo de fuerzas que nos situamos hacia abajo y a la izquierda del régimen es brutal. Eso hay que asumirlo de frente. Sin duda jugó un papel relevante en nuestra escasa capacidad de incidir en lo que terminó ejecutándose desde el Apruebo oficial.
En definitiva, lo primero era escuchar. Tratar de entender. Intentar descifrar las mentalidades presentes principalmente en esa amplia masa de votantes descontentos que se incorporaba. No construir una campaña como si se tratase de una elección más, sino como una donde se definía un cambio en las formas de vida y las mentalidades. Tomarnos por tanto en serio las configuraciones sociales y culturales efectivas. Comprender el desafío que anida en la cruda separación entre los nuevos sectores populares y las fuerzas políticas que buscan superar el régimen, que constituye en los hechos una de las claves de su reproducción. Escapar de las ideas preconcebidas del progresismo ingenuo, autocentradas, clasistas, con sus concepciones abstractas de la madurez cívica, la buena democracia y los valores ilustrados. Pero no hicimos nada de ello, o lo hicimos en una medida severamente insuficiente.