Valparaíso, ciudad en permanente desguace
La venta de objetos patrimoniales de viejos ascensores, junto con ser un delito, revela un desprecio por los valores culturales de esta urbe. Hay que aplaudir el trabajo de la PDI y su brigada especializada y hay que esperar, también, que los atentados contra el patrimonio y la ciudad tengan un castigo severo, como ocurre en otros países. Tarea para tribunales y legisladores.
Cuando uno entra o sale de Valparaíso aparece la inmutable torre del Reloj Barón. Bueno, solo un viejo nombre, pues en vez de reloj únicamente hay cuatro agujeros vacíos donde se ubicaban las tradicionales esferas que advertían el paso del tiempo. La torre, que data del siglo XIX, era parte de la desaparecida maestranza ferroviaria y en su parte superior tenían un campanil cuyos sonidos marcaban las horas. Como documento artístico de la vieja construcción hay un cuadro de Juan Francisco González. El campanil fue abatido por el terremoto de 1906, pero el reloj continuó funcionando hasta hace pocos años. Falló, fue retirado y se repuso. Falló de nuevo y fue retirado hasta el día de hoy. ¿Dónde estará su patrimonial maquinaria?
La torre subsistente muestra en su parte inferior una puerta que conduce a las tinieblas y en su entorno se levantan precarias construcciones, campamento urbano que resume en tablas, latones, arpilleras y viejos muebles la situación de la ciudad.
Valparaíso, una ciudad en permanente desguace que nutre anticuarios y coleccionistas inescrupulosos. Olvidemos el reloj, tantos por ahí dan la hora, y quedémonos en el tráfico de objetos patrimoniales. Una brigada especializada de la PDI descubrió que en una feria estaban a la venta antiguos candados que habían pertenecido a los ascensores Barón, Bellavista y Lecheros. Este último, de propiedad municipal y con la condición de Monumento Nacional desde 1988.
El capítulo de los candados no es nuevo. Como adornos son de buen tono y a los procedentes de los ascensores se suman otros que pertenecieron a las devastadas salitreras nortinas. Los ascensores, sujetos de complicadas eternas remodelaciones, a veces fallidas, están también en la mira de los chatarreros del patrimonio que buscan antiguas piezas de fácil venta por su valor histórico.
Pero no solo son los ascensores los atacados. En general, es toda la ciudad. Han desaparecido planchas metálicas con los nombres de las calles o con la antigua división de la comuna en subdelegaciones. Y también planchas de bronce con el nombre de algunos locales, como el Bar Inglés, desaparecido, o el tradicional "Pajarito".
Los ejemplos del desguace, del saqueo, pueden ser muchos, y todos esos casos muestran el abandono de Valparaíso y, más que nada, un problema cultural donde se ha perdido el respeto por la tradición y valores de la ciudad, uno de cuyos rincones ostenta el título de Sitio del Patrimonio Mundial.
Hay que aplaudir el trabajo de la PDI y su brigada especializada y hay que esperar, también, que los atentados contra el patrimonio y la ciudad tengan un castigo severo, tal como ocurre en otros países. Tarea para tribunales y legisladores. Pero hay que ir a la base del problema, que exige educar para el respeto al patrimonio y así frenar el paulatino desguace que, por todos lados, degrada a la ciudad.