RELOJ DE ARENA
Dos líneas blancas paralelas pintadas en la parte central de la avenida Libertad, entre Uno y 15 Norte, demarcaban una pista exclusiva para los ciclistas. No se conocía el término todavía, pero de hecho se trataba de una precursora cliclovía. Quizás, seamos presumidos, la primera de Chile.
Hablamos de los años 50 y tal vez de los 40 del siglo pasado cuando con unos pocos tarros de pintura se estableció un carril que no era de adorno, sino que tenía gran importancia, pues ya en esos tiempos la bicicleta era de uso generalizado con un sentido más utilitario que deportivo.
En el centro de la tradicional avenida, marginada por antiguas casonas, se ubicaban además los postes de alumbrado público, de un estilo bastante barroco y frecuentemente embestidos por automovilistas desbocados de esos que abundan en todos los tiempos y con vehículos que eran verdaderos proyectiles, pues los motores V8 de coches anteriores a la Segunda Guerra Mundial, bien conservados y todo, no tenían como contrapartida un buen sistema de frenos hidráulicos ni menos de disco como los actuales.
También en el centro de la calzaba se ubicaban una o dos bombas de bencina, no se hablaba de octanos, y con surtidores de aceite que se vendía por litros. Como en la recurrida poesía de Pezoa Véliz, nadie dijo nada, nadie dijo nada, sobre la contaminación, sobre sus grandes estanques, hoy sepultados bajo verdes prados y lindas florcitas.
Al colegio
Íbamos al colegio en bicicleta y en la parte posterior del enorme patio con un añorado árbol en el centro, había un estacionamiento. Decenas llegábamos a clases pedaleando cuando no se hablaba del transporte escolar.
Algunos de bastante lejos, como el "Chico" Lara, que bajaba desde Recreo, y por cierto luego subía, en su estupenda Raleigh, la mejor de nuestro parque ciclístico, con luces, cambio, campanilla y espejo, que era obligatorio.
Mi primera bicicleta fue una Centenario, made in Chile, fabricada por CIC, originalmente una empresa dedicada a la fabricación de catres. Algunos niquelados se despegaban y el metal original se oxidaba. No quiero ser malagradecido, pues la Centenario, circulaban cientos quizás miles en el país, cumplía su objetivo de transportarme sin problemas. Además, en el "parque" figuraban varias europeas de fama con las italianas Legnano, las francesas Peugeot y otras españolas, incluso suecas, pero las más difundidas eran las inglesas como la mencionada Raleigh y las Hercules, sin tilde, entre otras.
En esto del delivery patrimonial las bicicletas tenían un rol fundamental, con un gran canasto en la parte delantera en la cual se transportaba el pedido del almacén. Más cómodo, supongo, que la mochila del ciclista o motorista de estos días.
Estaban aquellas tándem para parejas en pololeo, para dos personas, que se arrendaban por horas en negocios como Cotroneo o Ratto, situados en el desparecido Portal Barrios, Arlegui frente a la Plaza Vergara. Allí también reparaban y vendían repuestos. Especializada en repuestos para todas las marcas era Totz, un negocio de la calle Valparaíso que estimulaba el interés por reparar la bicicleta uno mismo.
Dentro de la plurinacionalidad ciclística estaban algunas norteamericanas de neumáticos y estructura más obesa que las europeas, con diseños inspirados en esos grandes y "coludos" autos de Detroit. No eran tan funcionales como las europeas y su sistema de frenos, "contrapedal" se llamaba, era bastante peligroso.
Pero esto de las bicicletas no era cosa solo de colegiales en tiempos en que no se conocía el transporte escolar. El conocido doctor Volochinsky, que atendía a mi padre, llegaba a casa en bicicleta y el regidor conservador Moisés Orellana, peluquero de oficio con local en la calle Quillota, también se trasladaba en bicicleta.
Con patente
Como entonces las bicicletas tenían patente, este señor lucía en la suya una placa oficial que decía "Regidor". El recordado cartero del barrio, don Renato Tapia, trasladaba su cargamento de correspondencia, revistas y hasta encomiendas en un vehículo similar.
¿Y se acuerda usted de Manolo, que en medio de sus desórdenes mentales recorrías las calles, en una buena bicicleta, simulando ser un vehículo de emergencia y hasta imitaba la sirena?
El mito urbano consigna que el Presidente de la República Gabriel González Videla, radical, en las tardes veraniegas llegaba hasta Reñaca y más allá en bicicleta en compañía femenina.
Gran protagonista de nuestros tiempos ciclistas fue Enrique Padró, deportista entusiasta y exitoso del pedal, de figuración nacional e internacional en los años 40 y 50 del siglo pasado. Acometió, entre muchas, una competencia entre Santiago y Mendoza. Una portada a todo color de revista Estadio lo muestra desafiando Agua Santa, al volante, fuera de los hoyos, la subida parece inofensiva, pero en bicicleta… Haga usted la prueba. Haciendo una digresión recordamos esos años 50 como gloriosos para el deporte viñamarino, con dos estrellas para Everton, también portadas en Estadio, sin omitir a Rene Meléndez, gran artillero, y el doctor Óscar Marín, tremendo dirigente. Hoy don Enrique tiene 93 años, en tanto su hermano, Óscar, de 91, que tuvo a su cargo el estadio Sausalito, originalmente El Tranque, lamenta la eliminación del velódromo que allí existía. Informalmente, sin competencia, ahí corrimos en nuestra bicicleta comprobando en los casi verticales peraltes, sin caernos, la verdad de las leyes de la física que en algún momento estudiamos partiendo de aquello de V=E/T, es decir, velocidad, igual espacio partido por el tiempo del recorrido.
Como ciclistas escolares fuimos respetuosos de las normas del tránsito usando aquella precursora ciclovía de la avenida Libertad, tomando la derecha y avanzando por las calles en el sentido que la flecha indicaba. Nunca jamás por la vereda. Muchos, pero muchos menos vehículos en las calles, es cierto. Una cifra de 1953, solo con patente de Viña del Mar eran 8.552, incluyendo 61 victorias.
Ahora, con muy buenas intenciones, se han habilitado algunas precarias ciclovías en nuestras calles. Entre otras, en Uno Poniente. Tiene poco uso, pues los ciclistas porfiados prefieren correr por las veredas de la avenida Libertad en medio de peatones de todas las edades y señoras con guaguas en cochecitos… Un nostálgico, abundan, sugiere que las ciclovías con pocos usuarios podrían ser destinadas a las victorias.
Acusan analistas indignados que esos y otros ciclistas que desafían normas de tránsito y su propia seguridad esconden tras su conducta una actitud de superioridad moral, de moda en estos tiempos. Hay que reconocer que la bicicleta en su marcha no contamina el medioambiente, es silenciosa y no consume combustible.
Que sus conductores sumidos en el mundo digital con audífonos, música y atentos a las redes sociales no se ocupen del entorno, es otra materia. En fin, reflexiones de un veterano ciclista con largo recorrido que ni siquiera atropelló a un perro.