LA PELOTA NO SE MANCHA El patito feo
POR WINSTON POR WINSTON
Entre las múltiples cosas desagradables que hay en esta vida, una es encontrarse con una persona que tiene el mismo nombre y apellido que uno. Cuando tu nombre coincide con el de un famoso, la frase recurrente es: "¡Ah! Como el cantante, el actor... o el escritor..., etc". Al aludido no le queda más que responder con un sí y una sonrisa falsa, ensayada especialmente para esta ocasión.
Como si esto no fuese ya lo suficientemente molesto, el tema se agrava cuando se trata de alguien que ejerce el mismo oficio. No es solo el drama de darnos cuenta de que no somos únicos, sino que además debemos luchar por ser el bueno y no el malo, que es la forma más rudimentaria de diferenciar a dos personas que hacen lo mismo y se llaman igual.
Matías Fernández Cordero, nacido en Valparaíso en 1995, creció con ese estigma de tener un homónimo que, a inicios del siglo XXI, se pensó iba a ser uno de los mejores futbolistas del mundo. Se trataba de Matías Fernández Fernández, nacido en 1986 y oriundo de Buenos Aires. Este mediocampista creativo fue parte del Colo Colo de 2006 que, de no haber perdido la final de la Copa Sudamericana contra los pinches cabrones del Pachuca, estaría en el podio de los mejores equipos chilenos de la historia.
Muchos soñarían tener la carrera del ex jugador del cacique: Villarreal, Sporting de Portugal, Fiorentina, AC Milán, Necaxa, campeón de América y una infinidad de partidos por la selección. Lo cierto es que nunca pudo convertirse en la estrella con que muchos soñaron, pero bastaba para ser el Matías Fernández bueno.
El otro se formó en el puerto siendo considerado como el Matías Fernández malo. En Valparaíso, nunca lo defendieron mucho. Cuando jugó por Wanderers, nadie tuvo muy claro si era lateral o puntero.
"¡Avíspate pavo!" debe haber sido lo más amable que le dijeron en aquellas tardes en que luchaba contra el calor, viento y el hastío frente un hinchada que lo comparaba inevitablemente con su talentoso homónimo bueno, que se burlaba de él porque lo encontraba malo y donde, en realidad, no se sentía parte del equipo.
El paso de este Mati Fernández durante los cinco años que estuvo en el decano fueron de dulce y agraz. En un lustro, vivió descensos y ascensos, una Copa Chile y un fugaz paso por la Libertadores. Superó la barrera del centenar de partidos y anotó sólo 5 goles.
Por esta razón, algunos ni siquiera se percataron de que dejó su nido para jugar por Unión La Calera el 2021. A pocos les interesó seguir la pista de lo que hizo en la ciudad del cemento. Por eso sorprendió que, sin decir "agua va", haya emprendido vuelo a la sierra ecuatoriana para recalar en Independiente del Valle.
Y es que el equipo ecuatoriano hace varios años que es una estrella solitaria que brilla en el Pacífico, es el único club de este lado de la Cordillera que ha logrado arrebatarle las copas internacionales a los argentinos y brasileros. Este sábado lo hizo de nuevo y nada menos que contra el poderoso Sao Paulo, quedándose con la Copa Sudamericana.
Entre los once elegidos por el entrenador argentino Martín Anselmi, estaba nuestro protagonista. Esa tarde, en el camarín del estadio Mario Kempes de Córdova, debió mirarse al espejo y posiblemente darse cuenta de que no tenía nada que envidiar a sus compañeros, era igual que el resto y salió a la cancha con la confianza que se necesita para campeonar.
Y es que un 1 de octubre de 2022, Matías Fernández voló con sus propias alas, sin el estigma de ser el malo y consiguió la misma copa que, vaya casualidad, le fue esquiva a su homónimo el 2006 con Colo Colo. Desde ese día habrá que buscar otra forma de diferenciar a estos dos jugadores. Para mí, el del puerto es el Mati Fernández bueno.