RELOJ DE ARENA La vieja historia de los peajes
Me llega una carta de Costanera Norte. Un cobro, no un saludo. Debo a la concesionaria 84 pesos. ¿Por qué? No he usado las autopistas y la cantidad es muy pequeña y no da ni para la mitad de un pórtico. Supongo que será por el arriendo del TAG o televía que activa los sistemas de pago de peaje. No es novedad pues tengo noticias del arriendo de los medidores del gas, la luz y el agua potable. Una "externalidad" de los servicios y un ingreso nada de despreciable para las empresas que los operan.
Los peajes, que surgen por todos lados en diversas formas desde autopistas hasta cobros por estacionar, por ejemplo, no son una novedad. Llegaron a Chile el siglo XVIII importados por el creativo gobernador Ambrosio O'Higgins, abuelo de la patria. Durante su mandato entre 1788 y 1796 hizo transitable el camino entre Valparaíso y Santiago, que existía, pero era una simple y peligrosa huella. Trabajaron en la obra nada menos que Toesca, el arquitecto de La Moneda, y los ingenieros Pedro Rico y Juan Mackenna.
Para financiar la obra y su mantención se estableció el cobro de peaje que se entregó en concesión. Nada nuevo bajo el sol. La operación se subastó y en 1808 se pagaron $ 9.985 por la explotación de la ruta. Como siempre ha sido muy molesto pagar, los propietarios de los fundos que pasaba el camino se opusieron al peaje. El caso llegó a la justicia y la Real Audiencia dio la razón a la autoridad.
Sobre mayores mejoras en el camino no hay mucha información pero que aumentó el tránsito -solo tracción animal ¡que crueldad! - es un hecho. Posteriormente, ya en la República en un intento de mejorar la ruta Diego Portales estableció un "presidio ambulante" en que los condenados eran obligados a trabajar en la mantención del camino. El sistema no duró mucho, pero frenó a los malandrines de la época que amenazaban, precisamente, en ese camino.
Pero el precedente del molesto cobro por usar las vías públicas había llegado para quedarse quizás hasta el fin de los tiempos.
Fue así como en 1822 el gobernador de Valparaíso José Ignacio Zenteno dispuso la construcción de un portón en lo que es hoy la plaza Aníbal Pinto. Hasta allí llegaba el mar y el paso del camino, no digamos calle, era estrecho. En ese portón se cobraba peaje. El cobro se justificaba en un decreto afirmando que "por cuanto el aumento de la población exige nuevos gastos, los edificios públicos necesitan de reparación y es preciso construir otros que las circunstancias hacen indispensable, ya para decoro del pueblo, ya para beneficios de los mismos habitantes o transeúntes: Por tanto, de acuerdo con el ilustre ayuntamiento -la Municipalidad, ilustre en esos años- de esta ciudad, he mandado fijar un portón en la boca de la Quebrada de Elías, en donde se cobrará un real por el pasaje a todo individuo que vaya a caballo o en coche u otra especie de carruaje, de paseo al Almendral o a puntos vecinos, en los días de fiesta, sin que esto comprenda de algún modo a los arrieros, carreteros ni sirvientes que en aquella diligencia tienen cifrada una parte de su subsistencia, sino solamente a los que por diversión y holganza vayan o vengan de los puntos indicados".
Los remisos al pago, dispone el gobernador "perderán la cabalgadura o carruaje en que se conduzcan y sufrirá a más el castigo personal que merezca su atentado".
Ahí tiene usted un ejemplo típico de peaje urbano…
La pregunta es si se habrán hecho las inversiones comprometidas por el creativo gobernador.
La plaza del orden
Volviendo al punto del peaje hoy lo encontramos convertido en Plaza Aníbal Pinto, nombre que lleva en honor del mandatario que condujo exitosamente al país en la Guerra del 79. En 1884 murió en esta ciudad en una casa cercana a la plaza, que antiguamente tenía el curioso nombre de Plaza del Orden. Hoy de orden nada en ese castigado lugar, donde manda el desorden.
Una antigua fotografía muestra en la esquina con calle Melgarejo la puerta del Café del Orden, que ofrecía cervezas, vinos y licores. ¿Serían ordenados sus parroquianos?
El local era don José Hanish, alemán, tiempos del 900, quien lo traspasó a un compatriota de apellido Dummer, que le cambió nombre. Pasó a ser Bar Alemán. Sobrevivió hasta los años 60 del siglo pasado ofreciendo shops desde hermosos surtidores alimentados por barriles de madera y variados platos germanos. Plato estrella, los crudos. Carne cruda, idealmente posta negra, raspada, no molida como la ofrecen algunos irreverentes. El bocado este tiene algunos rechazos, no solo de vegetarianos y veganos, sino que también de personas muy pulcras que no aceptan este plato de carne cruda, bien roja, descendiente directo de la dieta de aquellos bárbaros que lideraba Atila. El cebiche es una versión marítima del crudo. Bueno, a mí me gustaban mucho los crudos del Bar Alemán que desaparecieron junto al añoso edificio que había sobrevivido al terremoto de 1906 y que luego fue reemplazado por el actual edificio del Gobierno Regional. Nostálgico del buen crudo he viajado a Valdivia a devorarlo en Haussmann. Gula, dirá usted.
Pero dejando el primer peaje urbano implantado en Chile y las interrogantes sobre sus resultados en beneficio de la ciudad, mejor recordemos el segundo, cuyos resultados están presentes hasta el día de hoy.
El camino plano
Se trata del peaje de la avenida España, cobro iniciado en 1922 con el fin de solventar la pavimentación de lo que hasta entonces se conocía como Camino Plano, la ruta costera que unía Valparaíso y Viña del Mar. Este camino inaugurado el 28 dc enero de 1906 fue el resultado de un largo tira y afloja entre las municipalidades y Ferrocarriles del Estado, que, con sus vías, por aproximación, creía ser dueño del borde costero. Finalmente se permitió la continuación de un camino que por un lado llegaba hasta Portales y, por el lado de Viña del Mar, hasta lo que hoy se conoce como El Sauce. El tal sauce en algún momento debe haber existido. El camino continuo permitió establecer líneas de tranvías entre el puerto y Viña del Mar. Los carros eléctricos, algunos muy elegantes, llegaban hasta Chorrillos.
A los tranvías, coches, carretelas y hasta jinetes se sumaron luego precursores automóviles, camiones y góndolas, antecesoras de nuestros buses.
Ante barriales y baches se pedía pavimentación. Préstamos, una elevada deuda, pero el camino finalmente se pavimentó y las obras fueron inauguradas por el alcalde viñamarino Guillermo Mayne el 7 de octubre de 1922, hace justamente un siglo. Había que pagar el crédito y para eso se estableció el cobro de peaje tarea a cargo de un organismo oficial, la Junta del Camino Plano, camino, que ascendido, pasó a llamarse Avenida España. Muchos viejos porteños sin embargo seguían hablando de "camino plano". El peaje resultó exitoso en ingresos, pues había aumentado el "parque", considerando siempre la tracción animal.
Las entradas iniciales de 1923 llegaron a $423.831,30 y en 1927 ascendieron ya a $910.534,60. Ese mismo año pasaron 924.230 vehículos de todas las categorías, incluyendo caballos con sus jinetes. El cobro era implacable y se hacía en cinco puntos de la ruta, el principal de ellos en lo que se conoce como Yolanda, acceso a Barón y Placeres. Ni se pensaba en pórticos ni menos en TAG. ¿Se imagina usted un caballo con TAG?
El éxito de los ingresos, que supuestamente ya cubrían el pago de la deuda, significó una fuerte presión para terminar con los cobros. Ya en los años 30 del siglo pasado cirular era gratis, a la vez que tráfico aumentaba y el pavimento -no es novedad- acusaba cansancio, especialmente por el tráfico de pesados tranvías, algunos de dos pisos.
Entretanto el entusiasmo por los peajes resultó contagioso y se establecieron cobros en Los Andes y Casablanca y se pensaba uno en Concón en el flamante camino costero abierto en 1917 y a cada momento con más movimiento. Insistimos, nada nuevo bajo el sol.
Pero la avenida España, ya sin cobro, exigía renovación, algo más que las sucesivas "manitos de gato" aplicadas desde su inauguración. La gran obra, buena nueva pavimentación y más pistas, vino a fines de los años 40, gobierno del radical Gabriel González Videla. Los peladores dicen que fue una "yapa" del Plan Serena, gran inversión. En la Avenida España habría participado la misma empresa que acometió las obras en la colonial ciudad de los campanarios.
Después viene todo lo conocido. Los proyectos oficiales de los 60, la Avenida del Mar, la despiadada crítica de los arquitectos de la UCV, tetrápodos abandonados…Como restos de esos proyectos y debates hoy queda lo que hoy conocemos como Vía Elevada y el paso superior en Barón, que, se supone, está condenado a muerte por feo.
Pero el tema avenida España sigue pendiente con grandes tacos, pedidos de ampliación, algunas "manitos de gato" y la crónica falta de recursos.
¿Estaremos condenados a repetir la historia y volver a los ingratos peajes que dieron los pesos para pavimentar hace un siglo esa agobiada ruta?