LA TRIBUNA DEL LECTOR El fin no justifica los medios
POR RAFAEL TORRES, GESTOR CULTURAL Y DIRECTOR DEL MUSEO PALACIO BABURIZZA
Hace ya algunas semanas que hemos sido testigos de unos vulgares y dañinos ataques con elementos comestibles, como sopa de tomates o puré de papás, sobre valiosas obras de arte, de grandes artistas como Picasso, Van Gogh y Monet, hasta ahora. Han sido ataques programados, premeditados y ejecutados sin ningún remordimiento por parte de sus autores y en destacados museos del mundo, violando no solo la seguridad de los recintos, sino que la dignidad de las obras y el merecido respeto de sus autores, sin mencionar al público que, durante semanas a lo menos, se verá privado de admirarlas. Aunque los elementos utilizados parezcan inocuos, no lo son ni técnicamente para las obras, que se ven dañadas en su estructura técnica, ni moralmente para el arte. Son ataques y nada los minimiza.
La famosa frase de Maquiavelo "el fin justifica los medios", expresada en su tratado El Príncipe (1532), pareciera ser el argumento perfecto para estos grupos de ambientalistas, que hoy han decidido que, para llamar la atención de la opinión pública sobre un tema tan importante como sensible, nada es mejor que atacar estas pasivas y hermosas obras de arte, consiguiendo a través de ese medio el fin buscado por ellos.
Nadie en este caso podría estar en contra de la causa, el hambre en África, la destrucción de la selva de la Amazonía; la escasez de agua, el daño medioambiental en su conjunto y las repercusiones que ello tiene sobre la humanidad. ¿Pero de verdad es ésta la manera de protestar?, ¿es justo dañar obras de arte que hacen tanto bien al espíritu y la educación de una sociedad? Pensar que dañando a otro u otra, ya sea persona, objeto, monumento o espacio público o privado, se legitima una protesta es no entender nada. Es un flaco favor que le hacen a la "causa", con este actuar. Más que conseguir adherentes y validar su discurso, se granjean enemistades y rechazos públicos, y con justa razón.
Alguno preguntará por qué estas obras no se protegen con cristales o se ponen en vitrina. En honor a la verdad, no creo que ello sea la solución, ni para las obras ni para el público, que quiere ver de la manera más cercana y detallista cada trazo de estas y otras grandes obras de arte. Además, sería una claudicación inaceptable frente a este tipo de acciones. También habrá quienes recomienden que para ingresar a los museos se deba realizar un chequeo de seguridad similar al que se utiliza en los aeropuertos. Tampoco me parece adecuado. Creo que aquello solo validaría la violencia y el daño como una herramienta legítima de protesta y eso no puede ser y no se puede legitimar de ninguna manera ni bajo ninguna presión.
En nuestro país hemos visto en los últimos años tantas prácticas de violencia en supuesta virtud de nobles causas, que podemos entender perfectamente el dolor y la tristeza de esas comunidades que no las conocen y que hoy ven atacado injustamente su patrimonio cultural. En Chile se han perdido museos, iglesias, bibliotecas, todo en nombre de la justicia, la libertad y la dignidad. Nada es más indigno que el ataque artero, cobarde, encapuchado. Quizás solo en ello se diferencien los ambientalistas, al menos van a cara descubierta, lo que no los exime en todo caso.
Cada espacio, edificio u obra dañada en nombre de la libertad o la dignidad es un contrasentido inaceptable. Los nobles valores de la libertad y la dignidad, justamente lo que hacen es darnos el derecho a contemplar, pero no nos permite dañar, aunque no nos guste. El axioma que los derechos de uno terminan donde empiezan los del otro es un principio que no se debiera sobrepasar nunca, ni aquí ni allá. No hay argumento que lo haga propicio ni adecuado.
Es muy probable que sigamos viendo escenas de este tipo durante un tiempo más, y quizás aun peor, nos acostumbremos a ellas. Eso es lo más nefasto que le puede ocurrir a una sociedad, acostumbrarse al daño como una herramienta legítima. Ello nos inmoviliza, cede espacios y crea realidades paralelas.
Debemos ser capaces de defender obras de arte, museos, bibliotecas, edificios, monumentos y ciudades de aquellos que en nombre de válidas causas, y por el solo ejercicio de la violencia, nos quieren obligar a vivir sumidos en el miedo y negarnos el derecho a disfrutar de aquello que tenemos en rededor. Eso no se le puede aceptar a nadie ni en nombre de nada.
En esto no estoy de acuerdo con Maquiavelo: acá ningún medio se justifica, como tampoco el fin aludido.