LA TRIBUNA DEL LECTOR Cimientos constitucionales
POR MICHAEL J. HEAVEY, INGENIERO CIVIL
La vida tiene momentos duros, y los chilenos lo sabemos cuando nos enfrentamos a los sismos y terremotos que generan no solo daños físicos, sino también sicológicos. Qué mejor ejemplo que el 27/F que nos trajo destrucción, muerte, daños y mucha confusión desde las primeras horas del hecho.
Son experiencias marcadoras, donde en cosa de segundos la seguridad se tambalea y muchos planes se vienen al suelo u obligan a replantearse metas y objetivos de vida. Son momentos duros, de dolor, de desconcierto, pero también de tremendas oportunidades. Y un ejemplo de ello son las normas de edificación que son sometidas a duras y reales pruebas, y éstas se mejoran de manera de lograr mejores y más resilientes construcciones.
Las mejoras normativas, son producto del análisis profundo, de validación de modelos, de experiencias buenas y malas, de la evaluación de soluciones que resultaron y del desecho de las que fallaron, y la incorporación de nuevas tecnologías. Se hace análisis con datos duros, se objetivan conceptos, y se plasman en nuevos códigos que nos van dando mayor seguridad.
Son cambios importantes: antaño solían decir que no hay rascacielos en Chile porque somos un país sísmico; pero hoy tenemos el edificio más alto de Latinoamérica. Todo ello gracias a una experiencia acumulada, a la revisión objetiva que validan expertos, plasmadas en códigos modernos de construcción.
Lo que en alguna parte es calificado como un terremoto por sus efectos y daños, aquí es visto como un temblor… que a lo sumo nos hace reaccionar con una exclamación: ¡Está temblando! Y ello porque confiamos en la calidad de nuestras construcciones.
La política nacional tampoco esta ajena a los sismos, y a través de nuestra historia hemos tenido múltiples, y algunos muy fuertes…. Pero sabiamente también hemos tenido la habilidad de construir códigos que han resultado bastante estabilizadores en nuestra vida republicana. Desde 1833 en que se asienta el primer gran código, luego de múltiples ensayos y tratativas, pasando por reformas relevantes de 1891 del que la historia tiene juicios múltiples, hasta una nueva edición revisada en 1925 luego de múltiples enjambres sísmicos, previos y posteriores. Luego de otro sismo llegamos a un nuevo código revisado y con novedades en 1980. Y de ahí en adelante, con ajustes y cambios, los que fueron recogiendo experiencias y nuevas visiones, con versión 2.0 el 2005, y múltiples parches, enmiendas y cambios menores.
Hace unos años un nuevo sismo político, precedido de múltiples temblores sociales, puso a prueba el código…. y algunos sostuvieron que todos los problemas nacionales venían de un código malo, de un origen oscuro y negativo que nos dividía… La lógica del conflicto se impuso y con la presión de la fuerza se firmó un acuerdo para mitigar los efectos del sismo con la creación de un nuevo código y con la premisa que había que partir construyendo uno nuevo, esta vez desde cero, desechando todo lo anterior.
Se invitó a todos a opinar para escribir este nuevo código y así surgió una propuesta que desafiaba el sentido común y así lo entendió un amplio porcentaje de chilenos, que no estuvo dispuesto a mudarse a una casa que se construiría, con cimientos defectuosos, que los muros dependerían de la pieza de quien la habitara, que la materialidad diversa no aseguraba la estabilidad...
Desechada la idea, surgió el vacío y la pregunta: ¿y ahora qué?
Pues bueno, la respuesta para algunos fue: hay que escribir otro código ahora… todos se entramparon en la forma…. Con algunas ideas de tomar experiencias pasadas… hay que poner límites a lo que se haga… si no, ¡sabemos que las cabras parten para el monte! Pero quedan las dudas, de quién, cuándo, cómo….
En el antiguo código se había previsto la forma de cambiarlo… y esto estaba a cargo del Poder Legislativo, el que tiene el poder constituyente, y que se ha ejercido en innumerables ocasiones en los últimos 30 años, para bien y para mal. Hoy algunos exigen la renuncia a esta facultad, otros están dispuestos a compartirla, y algunos cuantos esperan mantenerla.
Por supuesto los tiempos son otros, las opiniones diversas se suceden y ciertamente entrampan el necesario cambio, pero desgraciadamente todos, sin excepción, están disparando al bulto: una nueva constitución es la consigna.
Debemos reconocer que los efectos entre un sismo y un cataclismo son muy distintos. Lo mismo pasa entre una manifestación popular dentro de ciertos parámetros que pueden ser más o menos violentos, y una revolución que básicamente es un cambio violento de rumbo…. Está claro que lo último está muy lejos de ser una aspiración nacional.
El código que tenemos tiene falencias. Nos permitió construir edificios altos, pero no puso ascensores suficientes, las ventanas son chicas, la cocina es oscura, el baño incómodo, faltan ahora estacionamientos. Y sin embargo el código, mejorado a través de la experiencia, no hizo edificios frágiles y eso es bueno. Entonces, debemos ver cómo mejorar el tema de los ascensores, las alturas, los tamaños de las ventanas, pero no botar el edificio.
Al igual que el código de construcción, que se va mejorando con la experiencia, así deberíamos construir nuestra nueva versión constitucional. No desechando lo que ha funcionado, evaluando lo que es necesario cambiar, e incluir nuevas propuestas.
Hoy estamos en una situación similar al de una constructora que perdió la licitación para construir y quiere imponer aspectos técnicos y contractuales a quien ganó. Paradojalmente, similares a las razones por las cuales perdió.
En consecuencia, lo que se ha echado y que, desafortunadamente, se sigue echando de menos en esta discusión es el objetivar la necesidad de cambios, señalando qué debe permanecer porque ha funcionado bien, qué debe modificarse porque se percibe como débil, y qué nuevas adiciones se ven como necesarias. En resumen, pensar en un análisis FODA (Fortalezas, Oportunidades, Debilidades y Amenazas), transformando la discusión constitucional previa en una búsqueda de consensos que permitan construir una casa que represente a la mayoría.
Tomemos un ejemplo práctico de una norma constitucional relevante: "El derecho a vivir en un medioambiente libre de contaminación. Es deber del Estado velar para que este derecho no sea afectado y tutelar la preservación de la naturaleza". Es un artículo que tiene tremendas implicancias, es la base de todo nuestro tinglado legal sobre el medio ambiente vertida en la Ley 19.300 sobre Bases Generales del Medio Ambiente. Sin embargo, este derecho aún consagrado en nuestra Carta Magna ha resultado ineficaz para los vecinos de Puchuncaví, donde el Estado no ha sido capaz de garantizar este derecho. ¿Cabe preguntarse si este derecho así concebido es suficiente, o acaso necesitamos otro? ¿O simplemente debemos legislar para hacerlo más efectivo?
Para muchos, la actual constitución tiene un lado B que es insoportable… y es motivo suficiente para desecharla y "construir una nueva". Un líder chino decía que no importa el color del gato mientras sea capaz de cazar ratones. Es un deber desprendernos del integrismo ideológico y procurar la mejor solución país, indistinto de su origen, o formulación. Si sirve y funciona, no es necesario cambiarlo, ese debe ser el espíritu que debe primar en los cambios constitucionales.
En estos días la clase política, tratando de interpretar a ese alto porcentaje que rechazó la propuesta constitucional, se debate en fórmulas constituyentes de todo tipo, con elecciones, mixtas, expertos, reservados, académicos… y otras. Algunos con ánimo de poder, otros insistiendo en fórmulas fallidas, o tratando de repetir el plato una y otra vez, con resultados inciertos.
Es necesario salir de la caja, mirar con otra visión y pedirle a nuestra clase política, de una vez por todas, nos objetive sus inquietudes y propuestas. ¿Es mucho pedir que nos digan qué se debe cambiar y por qué? Una explicación con peras y manzanas, y no frases al voleo.
Las palabras crean realidades, entonces no hablemos de reforma, o de nueva constitución; convengamos en un término que permita tomar lo bueno de lo antiguo, corregir lo malo, e incluir lo nuevo en lo que podríamos denominar un "Trato Constitucional". Las herramientas están.
El país quiere construir en paz, quiere mirar su futuro con tranquilidad, con seguridad y por sobre todo con reglas claras que le permitan alcanzar lo que todos deseamos: vivir felices en esta tierra que nos vio nacer. Es lo que los ciudadanos demandamos de los tres poderes del Estado.