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El almirante que se volvió senador (II)
Me dan lo mismo sus prerrogativas, almirante! ¡Si hay un hito fronterizo, usted le informa primero al Presidente!
Inesperadamente, Arancibia dio un golpe en la mesa y se paró:
-¡Le ruego que no me grite, señor! ¡Yo no le he faltado el respeto y exijo que no me lo falte a mí!
Lagos apenas bajó el tono:
-¡Esta misma noche resuelve usted el problema! ¡Y es una orden! Arancibia, aún alterado, respondió que le informaría mañana.
-¿Cómo que mañana? -dijo Lagos-. ¡Esta misma noche!
Esa madrugada, en la penumbra, los marinos evacuaron la guarnición, retiraron la bandera y pusieron la caseta en la posición original. La operación ya se había convertido en un incidente mayor con Perú, que lo tomó como preparativo de algo mayor.
Unas semanas después, el presidente del Consejo de Ministros de Perú en el gobierno provisional de Valentín Paniagua, Javier Pérez de Cuéllar, que además había sido secretario general de la ONU, realizó una visita oficial de Chile. Cuando se reunió con Lagos, empezó agradeciéndole el gesto de reponer el hito fronterizo y luego le entregó una nota de protesta por "la decisión del comandante en jefe de la Armada". Sus detalles dejaban entender que todos los movimientos de los marinos chilenos habían sido registrados paso por paso. La diplomacia peruana no se tomaba ni la molestia de pedir una explicación.
El Presidente se sintió humillado por las delicadas referencias de Pérez de Cuéllar, que insinuaban que no tenía mando sobre sus militares. De todos modos, se cuidó de no pedir la renuncia a Arancibia, que se podría haber amparado en la inamovilidad de los comandantes en jefe, abriendo un cuadro pesadillesco para las instituciones.
Fue un hecho que el almirante tuvo en cuenta para decidir su retiro anticipado. Al año siguiente, 2002, terminaba su cuatrienio como comandante en jefe y era claro que el gobierno no le pediría que siguiera. En cambio, de ganarla, la senaturía le permitiría continuar en actividad.
La evaluación de Arancibia era correcta. Al Presidente Lagos no le gustaba el estilo del almirante, ni su cordialidad excesiva ni su humor; le parecía frívolo o ambicioso, o quizás las dos cosas. Los ministros de Defensa, Pérez Yoma y Fernández le atribuían cierto liderazgo entre los comandantes en jefe. Creían que él había estado detrás de muchas de las condicionantes de la Mesa de diálogo, de las incitaciones al general Izurieta Caffarena para citar al Consejo de Seguridad Nacional durante el proceso contra Pinochet y del bullado "servilletazo".
La intensa desconfianza era intensamente recíproca.
***
Lagos recibe a Arancibia en La Moneda en la tarde del 13 de junio. Tiene sentimientos encontrados con lo que está ocurriendo. Le molesta que un comandante en jefe se pase tan abiertamente a la política partidista, pero no le disgusta que sea Arancibia quien se vaya. Sabe que los subsecretarios de Defensa no comparten una opinión tan negativa y respeta esos puntos de vista. En parte por eso, recibe al almirante sin enojo:
-Bienvenido a bordo -le dice-. Sabrá en que se está metiendo, almirante, porque la política es una actividad muy distinta.
-La verdad es que no mucho -dice Arancibia-. Para mí es una experiencia totalmente nueva, pero creo que bien vale la pena.
-Bueno, lo que espero ahora -dice el Presidente, después de un rato de charla en la que ensaya varias ironías sin que el interlocutor se dé por aludido- es que usted me mande un oficio informándome esto.
Al día siguiente llega el oficio de Arancibia, fijando su fecha de retiro para veinte días más tarde, a fines de junio. La noticia ya está en los diarios. Lagos llama a su ministro de Defensa y le pide que reúna los antecedentes de las cinco antigüedades del almirantazgo, y vaya en la tarde a La Moneda con el subsecretario de Marina, Ángel Flisfisch. Se juntarán allí en cuanto regrese de un breve viaje a Temuco.
-Vamos a aceptarle la renuncia -dice el Presidente en la reunión-, pero de inmediato. No puede estar veinte días como comandante en jefe y casi en campaña.
-Eso se puede entender como una petición de renuncia -dice el ministro Fernández.
-Y hay que enviar el decreto a la Contraloría -agrega Flisfisch-. Podría ocurrir que nos quedemos esperando esa resolución...
-Entonces vamos a designar al nuevo comandante en jefe -dice Lagos. -Eso sí -se entusiasma el ministro-. Se quedará sin mando, él mismo tendrá que apurarse. El Presidente revisa de inmediato las carpetas de los cinco almirantes siguientes. El ministro y el subsecretario notan que se fija en el que tiene la cuarta antigüedad, que ha estudiado en el Liceo Barros Borgoño y es hijo de un carabinero. Flisfisch agrega que lo conoce muy bien, fue subjefe del Estado Mayor de la Defensa, solían almorzar juntos.
El presidente llama al ministro secretario general de Gobierno, Claudio Huepe, para que convoque a una conferencia de prensa donde Fernández hará el anuncio. Luego pide al edecán naval que informe al almirante Arancibia que se ha designado a su sucesor.
Arancibia recibe la noticia con sorpresa, pero no pregunta quién es. Se limita a decir que no puede dejar su cargo de inmediato, sino hasta el lunes 18, en una ceremonia que incluirá una revista naval. El edecán recibe otra respuesta que debe transmitir a Arancibia: el Presidente no pasará revista a las tropas en su compañía. Arancibia replica que en ese caso, pasará la revista solo y la Escuela Naval rendirá honores al jefe de Estado cuando llegue.
Concluyendo la acelerada tarde, el Presidente llama al nuevo comandante en jefe:
-¿Sabrá para qué lo llamo, no? Le ruego que se presente en mi casa a las once de esta noche...
Luego parte a una cena con excompañeros de la Escuela de Derecho. Entre tanto, el ministro Fernández comparece ante la prensa:
-El Presidente de la República ha aceptado la renuncia del almirante Arancibia y ha designado como nuevo comandante en jefe de la Armada al almirante Miguel Ángel Vergara. Ya cerca de la medianoche, Lagos felicita a Vergara y le explica el daño que a su juicio le ha hecho a su institución la decisión de su antecesor. Espera que la Marina sea rigurosamente ajena a la campaña política de Arancibia y que dé las órdenes para asegurarse.
El lunes a mediodía, siguiendo la tradición naval, Arancibia pasa revista a las tropas. A solas. El Presidente llega después y se sienta en la tribuna de honor. La tensión es visible en la Escuela Naval. Durante el largo fin de semana se ha rumoreado que el gobierno nombraría a un interino, prolongando la incertidumbre por todo el período que le restaba a Arancibia. Ahora murmuran que les ha nombrado a un almirante de castigo, un intelectual, austero, disciplinado.
Los oficiales jóvenes estiman a Arancibia. Ha sido un comandante en jefe "tropero". No solamente comandó una fragata y un crucero en sus períodos como capitán, sino que ha mantenido su cercanía con los subalternos. Su hija está casada con un oficial y, a dos meses de asumir el mando, invitó al curso de su yerno a un asado en su casa. En los cócteles oficiales solía tomarse unos minutos para compartir con los tenientes. Y, cosa más importante, ha creado un Consejo de Planificación Estratégica, donde los vicealmirantes participan del diseño de la institución. No tan contradictoriamente, ha sido un comandante en jefe más abierto y popular, pero también más politizado.
Vergara pasa unos meses difíciles tratando de impedir cualquier acción de los subalternos que parezca interferir en la campaña senatorial. La Dirección de Inteligencia recibe la instrucción de vigilar atentamente a los altos mandos. El gobierno y sus parlamentarios denuncian cada acto ambiguo de campaña, incluyendo un afiche en el que Arancibia aparece con uniforme. La UDI es combatida en toda la línea en la Quinta Región.
Pero los oficiales han oído una consigna que corre de boca en boca: "Hay que votar por Arancibia para que no salga Piñera". En la Marina no hay ninguna simpatía por el candidato de RN.
***
El alto mando de la Armada queda molesto con la renuncia y los motivos de Arancibia. Paradójicamente, la misma instancia creada por él, el Consejo de Planificación Estratégica, es el que considera peor el episodio. A diferencia de los oficiales más jóvenes, los vicealmirantes creen que causará un daño profundo a la institución. Algunos piensan que, en lo inmediato, perderán el apoyo del gobierno para sus proyectos. Otros estiman que el compromiso con un partido los marcará por mucho tiempo. Y aún otros, que han destapado demasiado sus cartas respecto de Piñera.
El almirante (R) está consciente de esta discusión. Supone que con el tiempo apreciarán su decisión.
El 11 de diciembre obtiene el segundo escaño de la circunscripción, con un 38,35%, 661 votos por debajo del senador del PPD Nelson Ávila.
Título: "La Historia Oculta de la Década Socialista".
Autores: Ascanio Cavallo y Rocío Montes.
Editorial: Uqbar.
Extensión: 416 páginas.
Precio: $ 33.000 (precio Internet).
* El presente es un extracto del capítulo 8 del citado libro. Se le publica por su vínculo local y el interés que conlleva.