LA TRIBUNA DEL LECTOR El nuevo inquilino de Planalto
POR DEMETRIO INFANTE FIGUEROA, ABOGADO Y EXEMBAJADOR ABOGADO Y EXEMBAJADOR
Lo primero que hay que tener en consideración para intentar adivinar cómo será la nueva administración brasilera es la particular personalidad del Luiz Inácio Lula da Silva. Es un hombre nacido dentro de la clase obrera que con inteligencia, persuasión e infinita capacidad de negociación supo llegar a ser la personificación de un gran partido político en el escenario de su país. Fue un luchador de los derechos de los suyos y gracias a su liderazgo innato dio forma al Partido de los Trabajadores (PT).
Sus mensajes siempre tuvieron como base su origen y el accidente del trabajo que sufrió que lo hizo perder el dedo de una mano no fue ajeno a esa postura pública de líder. Pero Lula, por sobre todas las cosas, es un negociador con capacidad casi infinita para persuadir y evitar en lo posible la confrontación directa, salvo que ella sea indispensable, como sucedió con el Presidente Bolsonaro durante la reciente campaña electoral. Esa habilidad de negociador será el elemento sustantivo en su nueva administración, ya que se encontrará con un Congreso absolutamente hostil. Pienso que hará uso de toda su simpatía e inteligencia para conseguir aprobar sus proyectos de ley y, de paso, evitar que la mayoría se abstenga de intentar sacarlo de Planalto antes del cumplimiento de su período constitucional. Esa capacidad para conseguir crear ambientes amigables la puedo graficar en una experiencia personal. Siendo embajador en Brasilia me quebré un pie, lo que me obligó a una delicada operación y a andar durante un mes con dos muletas. En esas condiciones llegué a verlo a su oficina. Al entrar a su despacho y verme en la condición en que estaba se acercó y tomó mi cara entre sus dos manos dándome suaves golpes en mis pómulos, al tiempo que me decía "pero qué pasó querido", guiándome luego hasta a un sillón. En más de 35 años de vida diplomática nunca supe de un Jefe de Estado que hiciera un gesto de esa naturaleza con un embajador extranjero. Es que Lula y su capacidad para ganarse a sus interlocutores no tiene límites. Esa será su arma esencial tanto en la política interna como en la externa.
Ahora bien, si nos centramos en la posible política exterior que tendrá la nueva administración, pienso que es necesario considerar lo acaecido en los años en que Lula fue Presidente. En ese tiempo hubo una dupla que fue la mentora del quehacer exterior de Brasilia: Celso Amorín y Marco Aurelio García. El primero, un brillante embajador de carrera que tuvo una trayectoria extraordinaria durante todos sus años en Itamaraty. Fue el único ministro de Relaciones Exteriores que tuvo Lula. El segundo, un amigo personal del Presidente de toda la vida, poseedor de un pensamiento marxista práctico, a quien el Jefe del Estado le dio oficina justo al lado de la suya. Nadie estaba todo el día más cerca de Lula que él. Pese a esa posición privilegiada, tuvo la habilidad de mantener siempre una relación fluida con la Cancillería y muy especialmente con el ministro. García no hacía nada que no estuviera en conocimiento de Amorín y cualquiera fuera la reunión a que concurría lo hacía en compañía de un secretario de carrera que Itamaraty puso a su disposición. Hoy, Marco Aurelio desgraciadamente está muerto. Digo desgraciadamente, pues fue un buen amigo de Chile y, en lo personal, me asistió siempre con sus consejos. Celso Amorín, por su parte, se ha transformado con el tiempo en una de las personas más cercanas a Lula. Estuvo a su lado tanto privada como públicamente en todo el período en que se llevó a cabo el juicio que dio con el expresidente en la cárcel y luego durante la campaña apareció siempre junto a aquel. Desaparecido García será Celso el gran consejero presidencial en materia internacional. Con él, además, se garantiza la restitución total de la influencia del Ministerio de Relaciones Exteriores, la que se había perdido con Bolsonaro. Se especula que Celso no sería el canciller. Pero cualquiera sea el lugar que ocupe en la nueva administración, será el personaje clave en las decisiones internacionales de Lula, con la ventaja que tendrá detrás de sí a todos los que fueron sus pares en Itamaraty. Para Chile es bueno que Amorín esté en el sitio en que está.
Indudablemente, tal como lo afirman mis amigos autores del artículo en comento, Brasilia mirará más hacia el continente, cosa que Bolsonaro no ha hecho. No creo que la política exterior brasileña vaya a ser "más izquierdista", pero sí creo que va a ser más latinoamericana. El continente se ha transformado en uno políticamente pendular y la mantención de ciertas orientaciones ideológicas es cada vez más difícil. Algunos especulan que Brasil liderará una verdadera corriente continental de izquierda dadas las características actuales de muchos gobiernos del continente. Es más, algunos creen que el Grupo de Sao Paulo, que busca una verdadera confederación continental de izquierda y al cual pertenecen algunos destacados políticos marxistas chilenos, tendrá una influencia sustantiva bajo la dirección de Lula. Personalmente, dudo mucho de ello. Maduro no es Chávez, Fernández no es Kirchner, Boric no es Lagos y Castillo no es Toledo. El Brasil de hoy buscará antes que nada sus intereses globales para resolver sus propios problemas. De ahí que embarcarse en una aventura en la cual tendría que cargar con Maduro, junto al lastre que significa Nicaragua y Cuba, y la precariedad política de Perú y Argentina, no es una tarea que aparece como prioridad en el horizonte de Itamaraty. Indudablemente que Lula y su administración serán un fuerte referente continental, pero la fragilidad internacional del mundo actual y la intención no desechada de Brasil de ser un jugador en las ligas mayores del concierto mundial harán que mire más allá de lo que puede pensar el Grupo de Sao Paulo y otros referentes.
En materia internacional no hay que confundirse. Brasil tiene muy claro cuáles son sus intereses, cuáles son sus problemas y cuáles son sus metas finales. No renunciará a ejercer una especie de liderazgo tácito en Latinoamérica y demostrará una gran comprensión hacia sus amigos latinoamericano, pero su conducta -como se dijo- estará orientada a ser un jugador en las ligas mayores. Por otra parte, Brasilia deberá tener en mente los intereses económicos reales del país y cómo conducirse de una manera que sus acciones no afecten las metas de su sector privado. En tal sentido, hay que tener en consideración que este y en especial la Fiesp (Federación Internacional de Empresarios de Sao Paulo), quizás la más potente organización empresarial del mundo, tiene muy claro que la apertura comercial debe tener sus límites. Con un mercado interno de más de 200 millones de personas, el sector privado exige ser muy cauteloso en la apertura comercial. No desea que los productos importados puedan dejar fuera de competencia a los propios. El hecho que los brasileros, por ejemplo, paguen muchísimo más que los chilenos para adquirir un automóvil no es un tema que preocupa. Lula hará todo lo que esté en su mano para no ganarse la malquerencia del sector privado, el que por lo demás le es políticamente hostil. Usará su infinita capacidad negociadora para tenerlo contento y las preocupaciones de los mercados latinoamericanos frente a esa realidad serán secundarias. Pienso que Itamaraty, tanto en lo político como en lo económico, planteará una política frente a América Latina que ya definió antes: un pragmatismo responsable. Primero sus intereses, sin ideología de por medio, y luego lo demás.
En lo que tengo un punto de diferencia con Francisco y Jorge es en la importancia que podría adquirir nuevamente Unasur, institución creada a instancias del expresidente Chávez, con el respaldo de Brasil, y cuya reunión fundacional se llevó a cabo en Brasilia. Concurrí a ella como parte de la delegación que acompañó al entonces Presidente Ricardo Lagos, quien, dicho sea de paso, por su realismo político se transformó en la estrella del evento. El mundo pospandemia, el esfuerzo que hacen los organismos regionales de todo el mundo por actuar sin una carga ideológica y los conflictos políticos y económicos que afectan a todas las naciones del orbe, no dan cabida a una institución que busca ser un polo eminentemente de izquierda. La crisis política de Perú, la debilidad de Venezuela, el lastre de Cuba y Nicaragua, la poca estabilidad política y económica de Argentina, y las diferencias marcadas entre los grupos que supuestamente apoyan al Presidente Boric, conforman un realidad continental que está muy lejos de intentar revivir una institución que en su corta vida demostró su ineficiencia. No veo a Itamaraty invirtiendo capital político en una aventura cuyo destino es sumamente borroso.
Por último, no puedo dejar de referirme al propuesto embajador de Chile en Brasil. Es cierto que el gobierno de Lula le dará el plácet en enero, pero no es más menos cierto que Itamarty no olvidará que aquel se dio el lujo y el gusto de insultar a quien era el Presidente del país. Eso no se olvida. Adicionalmente, su capacidad de acercamiento a los grupos dentro del poderoso Parlamento será nula, dado que la mayoría de este está en manos de la oposición. Pensar en la posibilidad de reeditar la invitación a la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado chileno hecha de sus pares brasileños y que se llevó a cabo con tanto éxito, es inexistente. La realidad en que se moverá nuestro futuro representante en Brasilia será muy estrecha y, en el fondo, el más perjudicado será Chile.
Qué decir de la forma como lo recibirá el sector privado. No lo veo invitado por el directorio de la Fiesp a un almuerzo en el imponente edificio de la organización en la avenida Paulista. Todavía hay tiempo de reaccionar para evitar de poner a Chile en un plano de inferioridad en que nunca ha estado.
Hace un par de semanas, la edición dominical de El Mercurio de Valparaíso incluyó un interesante artículo de mis amigos Francisco Cruz y Jorge Heine referido al nuevo Presidente de Brasil. Dada mi experiencia como embajador en ese país, me gustaría hacer algunas adiciones a lo escrito por dichos dos connotados internacionalistas.