RELOJ DE ARENA Veraneos, vacaciones y arriendos
"Veraneando" es un entretenido cuento humorístico escrito por Ángel Pino, seudónimo del periodista Joaquín Díaz Garcés. Es el relato de las desventuras de un señor que junto a su familia llega a un lugar costero de moda a pasar sus vacaciones de verano.
Se encuentra allí con un personaje hiperquinético, Mancilla, abogado de profesión, que domina la escena del lugar. Es una buena persona. Ayuda cuando no se le pide ayuda. Se mete en todo. En fin, agobiante.
Nuestro veraneante ha arrendado el "chalet", una casa amoblada donde todo falla a partir de los catres que se desploman, los cajones de la cómoda que no entran, el ropero no cierra y la cocina que se llena de humo. El entrometido insiste en resolver los problemas y, a la vez, hace participar al veraneante en diversas y cansadoras actividades, incluyendo una obra de teatro.
Advierte al veraneante: "Usted está neurasténico y en pocos días voy a dejarlo como nuevo".
Termina el veraneo, el tratamiento quizás qué resultado tiene y nuestro veraneante visita a Mancilla en su estudio de abogado en la capital. El personaje desaforado del pueblo costero ha cambiado:
- "Su indumentaria es sobria: una levita verdosa y gastada. Mancilla me dice misteriosamente que ya está economizando para su veraneo de 1915. ¡Qué Dios se apiade de nosotros y lo lleve antes a gozar de su compañía!".
Esta historia fue escrita hace más de un siglo, pero, igual que ahora, muestra que muchas veces las vacaciones no son de descanso y más bien son agobiantes y el descanso viene, paradojalmente, cuando terminan. El problema está, por otro lado, cuando se aparece marzo...
Desempolvar esta historia, léala completa, está por ahí en la web, es oportuno cuando vemos en el Diario que la demanda por arriendos de varano ha aumentado en un 57%. Recuperación importante después de las restricciones y los justificados temores por la pandemia.
Una vieja industria
Pero esto no es una novedad. Los arriendos de verano son una vieja industria viñamarina y de localidades vecinas. Era una industria sin mayores estructuras ni exigencias ni controles, pero daba buenos ingresos a quienes arrendaban sus casas. Porque esa era la base de la industria, arrendar la casa familiar por la temporada de verano y emigrar a otro lugar, por cierto, cerquita y a menor costo para hacer rendir el jugoso ingreso del visitante veraniego.
No se pensaba ni en Miami ni Cancún y ni siquiera en el más cercano Brasil.
El arriendo veraniego estaba favorecido por la reducida oferta hotelera. Alguna de calidad, pero cara, caso del Miramar en su primera versión o el O'Higgins en sus tiempos de gloria. El resto, de menor cuantía, junto a algunos caserones convertidos en residenciales y que habían sido mansiones de antiguo esplendor, hoy, de todos modos, demolidas para dar paso a edificios de altura donde florecen también los arriendos de verano.
En nuestro barrio casi todas las casas se arrendaban con cierta formalidad que aseguraba, mediante un contrato, la construcción misma y su contenido, los muebles y cierta vajilla, la más corriente, pues la apreciada loza inglesa se guardaba en el entretecho bien protegida. Oficiaban en la transacción varios corredores.
Especialmente recurrida por su eficiencia y buena clientela de gente seria y distinguida era la señora Ferreira, con oficina en calle Álvarez, estratégica ubicación junto a la estación donde llegaban posibles arrendatarios desde Santiago con algunas semanas de anticipación al estallido de la temporada, con el fin de visitar las casas en arriendo y cerrar la operación. Cincuenta por ciento al firmar el contrato por uno o dos meses y el resto al momento de la entrega de la casa.
Arrendar, ayer y hoy, con o sin muebles, temporada o año corrido, supone un riesgo. Los malandrines que no pagan o nunca se van abundan.
Y abundan también los corredores itinerantes que se ubican en calles concurridas, donde con letreros presentan sus ofertas tentadoras, pero a veces peligrosas como la manzana aquella del Paraíso.
Feria del engaño
Y están las ofertas en la web de casas o departamentos que se arriendan varias veces a personas distintas que se encuentran con la sorpresa cuando llegan, cansadas del viaje, a la ansiada propiedad que ya tiene ocupantes. No hay que olvidar en esta feria del engaño veraniego la oferta tipo black friday de casas o departamentos inexistentes. En fin, son cosas de la modernidad.
Tuvimos suerte en nuestros arriendos de verano. Buenas personas, pocos daños y pago oportuno. En una ocasión hasta nos tocó un obispo, feliz por veranear en nuestra sencilla casa de Cuatro Norte, a pasos de la Iglesia de los Carmelitas, entonces regentada por el padre Sabino y con un hermano lego en algún momento candidato a los altares por sus intercesiones milagrosas. El hermano Rufino, creo.
Esta industria artesanal con una base jurídica, el contrato, suponía convertir una casa, por ejemplo, de cinco residentes en una para diez o doce, tal vez para dos familias capitalinas que compartían los gastos.
Ningún problema. Un negocio de por ahí, calle Valparaíso con Quillota, arrendaba somieres y colchones que multiplicaban la capacidad de cualquier chalecito Ley Pereira.
Así, a partir de lo micro, se llegaba a lo macro y se multiplicaba la población de la ciudad, algo precursor de lo que ocurre actualmente ya en forma profesional, comercial y con alcances tributarios.
Las atracciones viñamarinas no eran muchas. El Derby, el peligroso Casino, las playas y dos piscinas desaparecidas. La de Ocho Norte, apta para competencias que mutó, misteriosamente, en un edificio de altura, y la de Recreo, víctima de temporales y terremotos. Sus escombros están a la vista y con periódicos proyectos de reconstrucción.
Recreo da para una historia, pues fue un balneario integral, con baños calientes de mar que, aseguraban, tenían principios sanadores, pista de baile, restaurante y precursora sala de juegos. Bajo el control de Joaquín Escudero, giraba desde 1928, provisoriamente, la ruleta en virtud de la ley que autorizó el juego legal en Viña del Mar y se formalizó con la apertura del Casino el 31 de diciembre de 1930. ¡Negro el ocho!, fue el canto de la primera bolita. Al frente de Recreo, un señor Melano instaló un hotel, "Vista al Mar", en una casona que subdivida sobrevivió hasta los años 50 del siglo pasado.
La novedad del verano viñamarino, start up del turismo de los años 40 del siglo pasado, fue la llegada de algunos argentinos bastante audaces que cruzaban la cordillera en automóvil.
Los arrendadores locales tenían también sus vacaciones, pero, como dijimos, a destinos cercanos: Quilpué, Villa Alemana, Limache y, de todas maneras, Olmué.
Eran horizontes al alcance de la mano, que hoy nos parecen ingenuos por la cercanía. Un viejo diario o una revista de principios del siglo pasado da cuenta de un matrimonio de personas de la socialité de la época que parte de luna a miel a El Salto. Había dos hoteles y la atracción estaba, justamente, en un salto de agua que daba nombre al lugar hoy convertido en polo productivo. Un destino más lejano, quizás más caro pero agradable y tranquilo, era El Retiro, ahí al ladito, en Quilpué.
Una vecina, la señora Sofía, tenía la suerte de tener unos parientes con fundo donde abundaban los frutales. Allí partía y se dedicaba a hacer mermeladas. Dominaba la técnica de cocción y esterilizado de frascos que luego repartía entre conocidos. El esposo, que no aceptaba la vida de campo, partía de veraneo a Valparaíso. Arrendaba una pieza con vista al mar y gozaba de una soltería estival con visitas al Bar Inglés y quizás a qué otros lugares. La receta, como las mermeladas, era perfecta para la vida conyugal, que funcionaba bien el resto del año. Y no era el único caso.
La temporada de veraneo que se nos viene encima tiene sus características, desde la siesta constitucional hasta la siempre presente pandemia con todas sus variables. Amenazas que no son novedad. Recuerdo, años 1950, aproximadamente, la llegada de la temible poliomielitis, la parálisis infantil, con resultados que iban desde invalidez hasta la muerte. La vacuna aparecería mucho después. También en la bahía hacían su incursión algunos tiburones intimidantes que frenaban a los bañistas. La publicación de la noticia misma, con fotos de la costa, era mal mirada por autoridades y empresarios turísticos. El filme "Tiburón", "Jaws", da cuenta de la reacción en una localidad turística ante la llegada de esos escualos. La difusión del hecho significaba la ruina del comercio local, temores que también aparecían por estos lados.
Ya no se veranea. Se vacaciona, nuevo término que extiende el periodo de descanso a todo el año. ¿Descanso? Buenas intenciones que se diluyen en días agotados y personajes insoportables tal como lo grafica Ángel Pino por allá por 1915.