LA TRIBUNA DEL LECTOR Praga, la ciudad de los contrastes
FELIPE ACUÑA LANG, DRAMATURGO Y ESCRITOR Y ESCRITOR
Por cuestiones de un anhelo realizado llegué a Praga, en pleno otoño. La tenía en mi recuerdo, a partir de mi lectura obsesiva de la novela La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera. Al salir a la superficie del metro Mustek, la belleza de su centro histórico y su plaza Wenceslao me provocaron un deleite difícil de describir. La belleza muchas veces requiere el tiempo de la contemplación. En la plaza Alexander Dubcek les hablaba a los praguenses que el comunismo soviético tendría la voz cantante de ahora en adelante. Estamos recordando la Primavera de Praga del 68, cuando 500 mil tropas soviéticas invadieron la ciudad. Las reformas democráticas de Dubcek fueron consideradas contrarrevolucionarias. El presidente checoslovaco después de ser encarcelado en Rusia, volvió humillado. 54 años después, vemos las manifestaciones en contra de la guerra de Putin en Ucrania. La ciudad convive con el conflicto, solidariza con los refugiados, que con pancartas reclaman por una guerra infame. Sin alterarse el orden público, apreciamos que no hay ningún desmán, todo sincronizado en una admirable civilidad. La Praga moderna también convive con la ciudad vieja, la ciudad de laberintos Kafkianos.
También asistimos a la Praga de la mitad del siglo XX, con sus tranvías que conectan la ciudad.
Conocer es también perderse en la exploración de sus calles empedradas, avenidas y barrios. La Praga de Frank Kafka a principios del siglo XX ya era cosmopolita. La ciudad de Kundera era dominada por el comunismo. Hoy la socialdemocracia llegó después del quiebre de los socialismos reales. El capitalismo impulsó su economía. Skoda, la marca de automóviles de la República Checa, aparece por todas partes. En el recorrido no guiado por las guías de turismo, nos subimos a cualquier tranvía que nos muestra la otra ciudad. En cada barrio se aprecia la quietud de sus impresionantes catedrales medievales. Vivimos desde la terraza de un café el famoso Reloj Astronómico que marca el paso del tiempo y las posiciones relativas al sol, entre otras variedades.
Entre las curiosidades de mis incursiones, me topo a las orillas del Moldava con unos coipos. Un grupo de españoles le llaman "ratas gigantes". Yo, en una suerte de auxilio feroz de rectificación, les dije: "¡No son ratas, sino mamíferos roedores de la familia de los castores!". Recuerdo que nuestros coipos del Marga Marga son originarios de América del Sur. Los coipos praguenses son menos tímidos que nuestros coipos, ya que salen del agua y se acercan a los turistas en busca de alimento.
En la calle Italska hay un puesto de comida turca. Queda a 50 metros de mi piso alquilado. El hombre que atiende se llama Rajan o Rajen. Nos comunicamos malamente en inglés, ya que Rajan o Rajen no lo habla bien. Entiendo que nació en Praga y que habla el búlgaro y otras lenguas eslavas. Tenemos tal necesidad de comunicarnos que Rajen o Rajan, al solo verme pasar por la cuadra sonríe. Me dice: maso salad; es decir, carne y ensalada, y yo asiento. A veces la comunicación no verbal crea comunión. Al despedirme de Rajen, le digo: "Hasta la vista, baby" y Rajen me responde: "¡Terminator!". Yo alzo la mano y Rajen se ríe, tal vez pensando que nunca más verá a este forastero.