LA TRIBUNA DEL LECTOR El Mundo de Ayer
POR EUGENIA GARRIDO, EXALCALDESA DE VIÑA DEL MAR Y MAGÍSTER EN HISTORIA PUCV
Cuando los soldados de la Alemania del Reich marcharon por las calles de la ciudad de Viena, su población, atónita, comprendió que a partir de ese momento se ponía fin a una época; la cultura europea estaba amenazada, sería amagado su espíritu libertario, como también sería el fin de esa estabilidad que tanto le debían a su emperador Francisco José, guardián de valores y tradiciones, gracias a las cuales la vida se daba en un escenario de paz y tranquilidad espiritual, y como consecuencia de estos atributos, quien llegaba a Viena sentía en plenitud la alegría de vivir.
Un canto de amor a Viena, la gran capital del Imperio austrohúngaro, época de esplendor de las artes y de la cultura difícil de igualar, y los sentimientos de profunda tristeza constituyen ese "Mundo de ayer" en el que vivió Stefan Zweig, testigo de la derrota de la razón, la devastación y destrucción moral de ese escenario paradisíaco, donde transcurrió parte de su juventud, en el que recuerda los temas que componen el libro de su autoría, que hoy evocamos: El Mundo de Ayer. Zweig nació en Viena en el año 1881, pertenecía a una familia acomodada, de ascendencia judía. Desde muy joven sintió una verdadera pasión por las letras e ingresó a estudiar filosofía en la Universidad de Viena, realizando con gran éxito un doctorado. Viajero constante, conoció a Rodin, Rilke, Rolland, Yeats y Pirandello. Y desde luego a Freud, con quien cultivó una amistad hasta el fin de sus días.
Participó como todos los intelectuales, artistas, escritores, pintores y músicos, en la extraordinaria vida que se vivía en los cafés, que, sin dudas, eran parte de la identidad vienesa. En palabras de Zweig, "el mejor lugar para estudiar eran los cafés y solo se entiende esto, si se conoce el café vienés, institución que no es comparable a otra en el mundo". El espíritu que en esos espacios reinaba era lo importante. Allí se podía jugar ajedrez, damas, billar, pero lo más trascendente era que se compartían ideas, se escuchaba la música de los grandes maestros, se debatía sobre obras literarias, se analizaban obras de arte, se discutía sobre movimientos y técnicas pictóricas, eran centros intelectuales de excepción.
Convertida Viena de sus años juveniles en la capital de la música del mundo, vivió entre la creatividad y los compases musicales que habitaban esa ciudad maravillosa. Sin embargo, la felicidad no es eterna: de un amanecer a otro, los valores nacidos de antiguas tradiciones fueron arrasados, la ideología del nazismo puso fin a ese mundo que garantizaba paz espiritual, espacio para la creatividad, para el cultivo de las artes y de la música. La época de gran esplendor de su ciudad tocó a su fin. Viena había llegado a ser la gran capital de la música, los músicos más célebres del mundo visitaban sus cafés e interpretaban allí sus composiciones. El café vienés irradiaba, sin dudas, una cierta magia. Es válido, por lo tanto, mencionar algunos de ellos: el Museum Café, obra del arquitecto austríaco Albert Loos, considerado padre del modernismo, era uno de los más frecuentados por los músicos. Allí se encontraban Franz Lehár, Alban Berg, Oskar Straus. Oskar eliminó una s de su apellido para evitar confusiones con la familia Strauss. En el mismo sitio, pero en otra mesa, se podía encontrar a pintores, entre ellos Oskar Kokoschka, Gustav Klimt y Egon Schiele. Los escritores debatían juntos. Asiduos al lugar eran Karl Kraus, James Joyce, Albert Musil y Herman Broch, por citar algunos. Mientras tanto, Mozart y Beethoven interpretaban su música en el Autgarten Café.
Las páginas de este libro son vivencias de Zweig, hay en ellas muchas añoranzas y un dolor muy grande frente a la situación que enfrentaba Europa, una nostalgia inmensa por los transcurridos años de su vida, momentos en que las grandes capitales europeas competían por su belleza, espectáculos y bienestar. Evoca su niñez, su vida de universitario, describe aspectos de la sociedad. Vienen luego remembranzas de su forzoso exilio a Inglaterra, por su origen judío; la prohibición y quema de sus libros.
Recuerda con dolor haber sido testigo de la más grande derrota de la razón, el devenir de las ideologías que asolaron Europa, las dos grandes guerras y también de sorprenderse frente a los avances tecnológicos. Y entre todo ello, se siente impulsado a abandonar Europa, eligiendo como su destino Petrópolis, en Brasil. Y es allí donde toma una drástica decisión luego de entregar el manuscrito de este libro a su editor, se suicida junto a su esposa.
Habiendo perdido todo lo que más amaba y quizás con la remembranza de los compases del Danubio Azul, con el que el mundo entero bailó, dejó antes de partir este testimonio de ese mundo, al que él perteneció y al que le aportó su inteligencia y su genio.