LECTURAS RECOMENDADAS Las heridas de un genocidio
POR GUSTAVO LÓPEZ ALARCÓN, KINESIÓLOGO Y MAGÍSTER EN NEUROCIENCIAS, ESPECIALISTA EN REHABILITACIÓN NEUROLÓGICA, AUTOR DE "CHILENAMENTE. NEUROCIENCIA PARA EL CEREBRO NACIONAL", PUBLICADO POR LA EDITORIAL UNIVERSIDAD CATÓLICA SILVA HENRÍQUEZ. EL PRESENTE TEXTO ES UN EXTRACTO DEL CAPÍTULO II: OCCIDENTALIZACIÓN A PUNTA DE ESPADA. KINESIÓLOGO Y MAGÍSTER EN NEUROCIENCIAS, ESPECIALISTA EN REHABILITACIÓN NEUROLÓGICA, AUTOR DE "CHILENAMENTE. NEUROCIENCIA PARA EL CEREBRO NACIONAL", PUBLICADO POR LA EDITORIAL UNIVERSIDAD CATÓLICA SILVA HENRÍQUEZ. EL PRESENTE TEXTO ES UN EXTRACTO DEL CAPÍTULO II: OCCIDENTALIZACIÓN A PUNTA DE ESPADA.
El interés de los científicos por entender las raíces del estrés síquico como resultado del trauma y su relación con los deterioros en la salud humana los ha llevado a estudiar poblaciones enteras que han sido expuestas a distintas formas de tortura, tales como sobrevivientes de holocaustos y guerras, poblaciones de refugiados, individuos expuestos a hambrunas masivas y víctimas directas de macro atentados terroristas como el de las Torres Gemelas del World Trade Center en septiembre de 2001. Lo que estos estudios han podido encontrar es que, producto del estrés desatado y crónico, derivado de algún tipo de sufrimiento intenso, las células nerviosas de estas personas quedan "marcadas" a través de un mecanismo epigenético -y por lo tanto heredable- llamado metilación del ADN, que se encarga de activar o desactivar genes que, en última instancia, controlarán el estrés en el cerebro. Pero lo realmente llamativo es que los individuos traumatizados son capaces de traspasar esta etiqueta de su ADN hacia sus hijos; en otras palabras, el estrés sostenido e intenso se puede transmitir a la descendencia a través de los genes, y aun cuando los hijos y nietos no se expongan a ningún trauma significativo, lo que ellos podrían heredar es la propensión a reaccionar de manera desbalanceada ante los diversos estresores del medio ambiente.
Una de las sustancias con las que el cuerpo regula cualquier tipo de situación estresante es el cortisol. Es esta neurohormona -conocida como la hormona del estrés- la que se encarga de arruinar diversos órganos y sistemas cuando su liberación se dispara en cantidades elevadas y de manera prolongada en el tiempo, ante situaciones tales como la preocupación al quedar sin empleo o la enfermedad duradera de un ser querido. Es el cortisol elevado y sostenido un frecuente causante de insomnios, ánimos irritables y ansiedades de toda clase, así como también uno de los desencadenantes de la hipertensión arterial, incontables infartos al miocardio y diversos ataques cerebrales alrededor del mundo agitado en el que vivimos.
Con respecto a la forma en que el estrés de un antepasado puede trasmitirse a la siguiente generación, un estudio realizado con nietos, madres y abuelas residentes de las favelas brasileñas, quienes sufrieron altos niveles de estrés durante el embarazo, permitió detectar que el estrés maternal reportado por las abuelas afectó la metilación del ADN de sus nietos, independiente del tipo de violencia intrafamiliar o social al que se habían expuesto las madres. Efectos similares, que muestran la firma que el estrés imprime sobre el ADN de los descendientes, se han reportado entre los hijos de los veteranos de la guerra civil de Estados Unidos en 1864, sobrevivientes de víctimas del holocausto judío y descendientes de quienes estuvieron expuestos a las hambrunas masivas de Holanda en 1944. En esta misma línea, se ha documentado también que los bebés de madres expuestas a maltrato durante su infancia presentan desbalances en los niveles de cortisol desde los primeros días de vida, así como alteraciones en las respuestas fisiológicas al estrés (lo que aumenta la predisposición a la ansiedad) y hasta reducciones en el tamaño cerebral pues, junto con otras disfunciones cognitivas, se ha visto que el cortisol tiene la capacidad de alterar el volumen del hipocampo, impactando la formación de memorias y el aprendizaje.
(…) Se dispone de suficiente información para decir que la enorme cantidad de eventos traumáticos sufridos por nuestros ancestros indígenas a consecuencia de la colonización podrían haber sido traspasados a nuestros tatarabuelos y así posiblemente hasta nosotros, más aun considerando que desde el retiro de los españoles hasta nuestros días han transcurrido unas diez generaciones. Quizás muchos creen que estas vejaciones e injusticias étnicas terminaron con el advenimiento de la independencia de América hace aproximadamente 200 años, pero lo cierto es que los pueblos nativos continúan siendo víctimas del trauma histórico, pues todavía muchos de ellos no han logrado recuperar sus tierras y siguen siendo marginados y maltratados en diversos niveles de nuestra sociedad. De este modo, no es del todo necesario echar mano de tecnicismos biológicos como la metilación del ADN para explicar posibles alteraciones cerebrales que ocurran entre nuestras poblaciones, pues la historia se encargó de mantener las condiciones de discriminación e inequidad social que sufren de manera mucho más notoria los pueblos originarios, las que golpean día tras día la salud mental de estas comunidades.
Como si no fuera suficiente, los conflictos del último siglo en nuestro continente no hacen más que agudizar la carga genética impuesta por el estrés sobre todos nosotros y es importante reconocer que muchos de los problemas biosicosociales de Latinoamérica en el siglo XXI tienen una misma raíz en el hecho de crecer como sociedades coloniales europeas con marcadas e infundadas distinciones raciales y étnicas.