LA PELOTA NO SE MANCHA Mejor fuera que dentro
POR WINSTON POR WINSTON
No me ha ido muy bien con mi teoría, pero ya concluida la Copa Mundial de Qatar 2022 y después de haber presenciado el infartante partido final, he reforzado mi tesis: es mejor que Chile no clasifique para poder disfrutar más de un mundial. Entiendo que a alguno le parecerá como la fábula de Esopo, del zorro que dice que "las uvas están agrias" pues no ha podido alcanzarlas.
Pero el asunto tiene su lógica. Cuando Chile clasifica, toda la atención se concentra en la participación de la Roja. El lugar donde van a alojar, el tamaño de las camas de los jugadores, el desayuno, el almuerzo, qué dice el chef, quién es el que más come o el más mañoso, quiénes viven cerca de la villa, quiénes son las mamás de los jugadores, etc.
Luego, los rivales. Notas amañadas para hacernos creer que Chile tiene todo para pasar a la siguiente fase y que es muy temido. Después, la despedida de la selección de Juan Pinto Durán, la llegada a la sede hasta el inicio del torneo.
Ya con el torneo iniciado, pasamos de la ilusión al drama. Pero siempre todo gira en torno a Chile. ¿Qué debe pasar para clasificar o para quedar eliminados?, ¿quiénes están al borde la suspensión? El rumor de que a Fulano le volvió una vieja y rebelde pubalgia o que Mengano está peleado con su compañero por un mensaje en las redes sociales.
En ese escenario, los matinales, noticiarios y programas de farándula de lo único que hablan es de "La Roja de todos", se visten con la camiseta, se pintan la cara, saltan y festejan y se las dan de entendidos. Todo insoportablemente empalagoso.
Nadie quiere quedar fuera y hasta el más acartonado quiere hablar de la oncena titular. Que por qué no ponen a Zutano si tuvo un desempeño destacado en su equipo o que a Perengano lo ponen solo porque su representante es amigo del técnico.
Que a Países Bajos o a Bélgica deberíamos ganarles, porque nunca han sido campeones. Que Ghana o Nigeria sólo ganan en torneos juveniles. Y que la Roja tiene su partido más fácil con los rivales de la Concacaf. Un sinfín de comentarios de millones de personas que, aunque nunca han visto un partido entero, sienten que si Chile clasificó tienen también derecho a opinar de todo.
Luego eliminan a Chile. La tradición dice que en octavos frente a Brasil y se acabó el mundial. Después de ese hecho, ya no interesa quién clasifica, quiénes juegan ni cuándo es la final, pues solo quedan las cuotas del televisor que se vendía en oferta, llamar al operador para que corten el cable, el recuerdo de un buen primer tiempo y una camiseta de la selección que, de seguro, ya no se va a ocupar más.
Muy por el contrario, el mundial sin Chile es distinto. Lo primero que decanta es el número de interesados: de los buenos, pocos. Gente ávida de fútbol de primera que hace pronósticos inteligentes, con fundamentos y no con la guata.
Personas estructuradas que organizan su calendario con cada uno de los partidos. Y, como saben que a la mayoría no le interesa, programan sus reuniones con precisión y prudencia. No vaya a ser que una cita coincida con Suiza versus Camerún o Canadá versus Marruecos.
Sin el ruido de los matinales, el encargado del tiempo o la opinóloga de espectáculo es poco lo que se puede aportar en materia deportiva. Y lo más importante, sin Chile en la cita mundialera, se puede enfrentar este torneo con la tranquilidad de que, pase lo que pase, no se nos va la vida.
Asumiendo que no vamos a estar en el próximo mundial, considerando que no hay renovación y no se ve por dónde pueda haberla, las dudas que quedan son varias. Si puede funcionar un mundial con 48 equipos -el álbum tendrá que ser como una Biblia-, cuántos partidos seremos capaces de ver y hasta qué punto la tecnología seguirá siendo un factor que desnaturaliza el juego (la excepción fue la final, donde quedó claro que es mejor manejar el partido, antes que aplicar justicia).
En fin, dudo de que lo haya convencido; en caso contrario, espero que mi teoría sirva de consuelo si es que otra vez quedamos fuera.