"Bajo palabra"
Poesía escogida de Manuel Silva Acevedo
Editorial UV
300 páginas
$12.000
Poesía escogida de Manuel Silva Acevedo
Editorial UV
300 páginas
$12.000
El Premio Nacional de Literatura del año 2016, Manuel Silva Acevedo, acaba de publicar "Bajo palabra", un recorrido por su poesía escrita entre 1967 y 2017. Se trata de una antología con ilustraciones hechas especialmente para esta edición por la artista chilena Raquel Echenique.
El volumen da cuenta de sus temas cruciales: amor, naturaleza, dominio, muerte. Como señala Ernesto Pfeiffer, compilador de los poemas: "Su poesía es vidente; canta a la naturaleza, al eros personificado en la mujer y conjuga la dimensión arquetípica con la puesta en una situación descarnada". Enriquecen la presente edición esclarecidos textos: un prólogo de la académica María Inés Zaldívar y un anexo que incluye escritos de Enrique Lihn, Eduardo Anguita, Gastón Soublette y Grínor Rojo.
El poeta pertenece a la generación del '60, según él, "la más fraterna de la poesía chilena", muy distinta a la guerrilla poética que armó en su tiempo Huidobro, Neruda y de Rokha. "Fuimos un grupo de amigos a los que nos tocó vivir la dictadura". En el grupo se incluye a Waldo Rojas, Gonzalo Millán, Floridor Pérez, Omar Lara, Raúl Ruiz y Jaime Quezada.
Sobre la infancia, Manuel Silva Acevedo conserva memorias. "Yo era un niño bastante común y corriente, mi papá era un funcionario público y mi mamá una dueña de casa. Tenía una hermana mayor que yo, que me utilizaba en sus juegos y me torturaba un poco, pero era mi hermana. Vivíamos en un barrio de clase media, nací en calle Ejército, allí se produjo mi parto, y luego vivimos en calle Toesca que es el lugar donde más me recuerdo, allí vivimos con mi abuelo materno Alfredo que fue amigo mío", recuerda el poeta.
"Este abuelo ya estaba viudo cuando yo nací y criaba canarios. Se levantaba muy temprano, como hombre de campo, los alimentaba y les cambiaba el agua, tenía uno regalón que me lo regaló, se llamaba 'El Carmelito', porque tenía el plumaje color café. A los seis años ya iba a la escuela parroquial, en la calle Vergara, donde aprendí a leer con el Silabario Matte. El abuelo me regaló mi primer libro, que fue nada más y nada menos que "Viaje al centro de la Tierra", de Julio Verne. Con el tiempo lo veo como una especie de dictamen, de que tenía que emprender mi propio viaje, sino al centro de la Tierra, sí por lo menos al centro de mí mismo, eso ha sido parte de mi inspiración poética", explica.
El poeta recuerda a la señorita Inés, de la escuela parroquial, quien le enseñó las primeras letras. Por ejemplo, la letra eñe que relacionaba con su sobrenombre en la casa que era Ñato. También acude a su memoria la señorita Modesta, rectora que siempre vestía en tonos marrón, honrando su manda carmelita, "era una dulce viejecita con su moñito, como de cuentos, hacía Historia Sagrada", y quizás ahí laten los corderos y lobos que hay en su poesía.
Sobre pasiones y crucifixiones Silva Acevedo también abre la memoria y recuerda cuando la señorita Modesta les contó del Vía Crucis y los niños empezaron a sufrir con el asunto del escarnio y la corona de espinas tan vívidamente que en el recreo continuaron la historia.
"La sentíamos como en carne propia la historia de la crucifixión y en el patio, unos bribones, empezaron a jugar y la agarraron conmigo como Cristo, me rodearon como para crucificarme, pero me abrí paso a patadas y codazos y, por suerte, me salvó la campana", ríe el poeta.
Cuando terminó la enseñanza básica Silva Acevedo le pidió a su papá seguir estudios en el Instituto Nacional, algo inusual ya que su padre había ido al Liceo de Aplicación. Hizo el examen de admisión y lo aceptaron.
"Ahí para mí comienza una segunda vida: termina la infancia, comienza la adolescencia y los primeros albores de la vida literaria en la Academia de Letras del Instituto Nacional donde conocí a connotados escritores como Antonio Rojas Gómez, Carlos Cerda, Antonio Skarmeta, Federico Gana y Waldo Rojas. Empezamos a leer lo propio y a recibir críticas. A veces venía de invitadas niñas del Liceo 1 y del 3, nos temblaban las rodillas", declara y también se detiene en la figura del bibliotecario Ernesto Boero Lillo que propagaba el amor por las letras.
Al cineasta Raúl Ruiz lo conoció en la universidad y también tuvieron una buena amistad. "Era muy ingenioso, muy chistoso, tenía un sentido del humor extraordinario, fue un privilegio ser su amigo", rememora. Y estuvo en un par de sus filmes, por ejemplo en "Días de campo", donde se despacha cinco palabras: "Era un gaznápiro, un badulaque".
-Usted pertenece a la generación de los 60, cuénteme cómo eran sus compañeros.
-Me siento muy orgulloso de haber pertenecido a ella, éramos un grupo de muchachos que nos apoyábamos mutuamente, nos publicábamos en revistas como Trilce, que editaba mi querido Omar Lara en Valdivia. Éramos una falange, nos apoyábamos unos a otros, avanzábamos en grupo y así nos hicimos valer y recibimos el apoyo de escritores de la generación del '50, léase Enrique Lihn, Jorge Teillier, Efraín Barquero, que nos acogían, nos sentíamos incorporados en una especie de cadena y además se interesaban en nuestros trabajos.
- Respecto de este libro, "Bajo palabra", ¿lo dejó satisfecho?
- Me pareció muy inteligente la selección. Y la idea de que todo esto está bajo palabra, es como un arco que comienza con las primeras publicaciones y termina en algunos poemas inéditos y recientes que estaba reticente a publicar pero, al final me decidí y los puse a la luz.
La memoria del autor de "Bajo Palabra" lo lleva permanentemente a su infancia en las calles antiguas, aprendiendo a leer con el silabario matte.
Por Amelia Carvallo
cedida
"La sentíamos como en carne propia la historia de la crucifixión y en el patio, unos bribones, (...) la agarraron conmigo".