LA TRIBUNA DEL LECTOR El narciso se ahoga en su propio estanque
POR FELIPE ACUÑA LANG, ESCRITOR
Juan Pablo Castel, el pintor que mata a María Iribarne, no tiene empatía por el mundo. Enclaustrado en su taller de pintura, ve el exterior como muros invisibles, por donde en túneles paralelos pasan las personas sin comunicarse.
En un sueño grotesco del hombre pájaro, el personaje cree convertirse en un pájaro metamorfoseado. Su habla es del lenguaje de las aves. Juan Pablo Castel es un inadaptado social, cuyo pesimismo es muy propio de la modernidad sin dios. Los sueños que tiene son premonitorios. El hombre pájaro es de un surrealismo agobiante, ya que lo sufre como una tragedia de alienación. Él se ve como pájaro, pero exteriormente los otros lo ven como un ser normal; es decir, que el drama de Juan Pablo Castel es su cabeza atormentada de análisis y suposiciones, de cómo él cree que es el mundo: una cueva tenebrosa, oscura, infame.
Cuántas veces los seres humanos sentimos la soledad en los claustros en nuestra adolescencia, absorto en los pensamientos. La tristeza es porque a veces la vida no tiene un correlato mítico. Todos, de alguna manera, sentimos la soledad al escindirnos de lo sagrado. La ausencia de Dios, del hombre religioso, es la carencia de sentido espiritual.
El ser humano necesita de los dioses porque la vida en sí necesita de un orden cósmico. La ausencia de Dios, o la muerte de éste, produce nuestro distanciamiento con la naturaleza, sustituida por el progreso de la técnica.
Necesitamos del mito para explicarnos a nosotros mismos. Con el mito decimos y callamos, lo que no comprendemos. El mito está antes que el hombre, lo antecede. Hay un aperión imposible de saber. El sentimiento trágico en El túnel está dado en la muerte del sujeto, en lo inútil del progreso material, sino no está aparejado de espíritu y una ética.
La división entre la materia y el espíritu produce ese desajuste del sentido. Creer que la felicidad es riqueza, progreso, es caer en los dogmas del capitalismo. Nos educan para el éxito social y no para el fracaso. Como si la vida no fuera un hermoso fracaso. El sentimiento trágico en la contemporaneidad poco piensa en la muerte, sino que es una época narcisa y hedonista. La felicidad del dolor, del sacrificio por el otro, pocas veces se encuentra en esta época posmo. Sin las religiones el hombre se destruye en la competencia por el dinero.
La lectura sabatiana es existencialista, porque interroga. Donde hay filosofía salimos de la ignorancia. En Sábato la interrogación, el cuestionamiento, están en la base de su literatura ensayística. Juan Pablo Castel parece un hombre sin piedad, ya que mata compulsivamente a una otredad. Cree que la posesión de su amor patológico es suficiente para justificar su crimen. Culpa a la soledad de ello y se culpa así mismo por inventarse idealizaciones de cómo desea que lo quieran a él.
En El hombre y lo divino, la ensayista española María Zambrano (1904-1991) dice que la piedad es el saber tratar adecuadamente al otro.
Cuando hablamos de piedad, siempre estamos tratando con alguien, que no necesariamente está en nuestro plano vital. Es decir, que una realidad perteneciente a otra región se refiere a que estamos en presencia de otra consciencia.
El túnel puede ser una alegoría de la pérdida del mito, de los dioses, sustituida por el progreso tecnológico. Al perder ese faro el hombre camina hacia el abismo. La muerte de Dios es la muerte también del contacto con el otro, de la comunidad. Creemos vivir esa soledad aterradora influenciada por el individualismo que no dejar ver la otredad.
El mal que nos aqueja es la envidia, dirá María Zambrano. No reconocemos a lo otro, no lo vemos porque codiciamos, no vislumbramos su interioridad, ya que nuestra psiquis está demasiada sujeta a la exterioridad de las imágenes, a los estímulos pasivos.
El amor por el otro, el prójimo, es encuentro, diálogo. Esa envidia de querer ver nuestra propia imagen en el otro, es la ilusión de verse como en un espejo, alusión egoísta y desproporcionada de nuestro ser.
El narciso se ahoga en su propio estanque.
El túnel, del argentino Ernesto Sábato (1911-2011), se sumerge en las profundidades de la consciencia humana, de un hombre que no puede salir de sí mismo.