El lunes, mientras el Festival de Viña ardía con las renuncias de Daniel Alcaíno y Mauricio Correa, pudo verse en el Palacio de La Moneda a la alcaldesa viñamarina Macarena Ripamonti concurriendo a varias reuniones solicitadas con antelación, acompañada por Camila Brito y el hasta hace unos meses funcionario de la Dirección de Obras Municipales (DOM), el ingeniero civil ambiental de la Universidad Santa María, Franco Fernández López, quien se sumó recientemente al equipo de Leonardo Rissetti como asesor directo de la jefa comunal.

Era obvio que para llegar a estar en el círculo dorado del municipio debía ser de confianza del diputado Jorge Brito, y así nomás es. Su vinculación con Revolución Democrática la tuvo gracias a su compañero de universidad, el mencionado parlamentario, con quien desde esos tiempos en la USM forjaron una gran relación que lo llevó a trabajar en la Cámara de Diputados, siendo incluso su jefe de gabinete.

De hecho, Brito siempre pensó en Fernández como un posible director de Obras del municipio debido a su conocimiento en los planes reguladores, pero por uno u otro motivo no pudo concretar su nombramiento.

Tras el traumático quiebre municipal con Janna Sakalha, y pese a su cercanía con el exhombre fuerte de Ripamonti, Fernández agarró vuelo. Incluso era parte del "trío maldito", compuesto por ambos y por Brito, como muchos los llamaban en RD. Prudentemente, Fernández no solo cortó rápidamente lazos con Sakalha, sino que participó activamente en la razia contra todos los cercanos al expresidente regional de la Federación Palestina, pidiendo cabezas y concurriendo oficina por oficina municipal, preguntando a todos los cercanos a RD y al Frente Amplio por cuál bando tomarían partido y diciéndoles los costos que sufrirían si no apoyaban a Ripamonti.

Esta jugada fue clave para que la alcaldesa pensara en él como posible administrador municipal, pero Brito decidió que permaneciera en la DOM. Sin embargo, al pasar los meses, se decidió que se trasladara a gabinete y así apoyar directamente a la alcaldesa tras todo el humo que se ha levantado con el famoso plan regulador que aún no se concreta.

Tras las salidas de los ultimos funcionarios que habían permanecido en la zona Schengen (que no habían manifestado intención de participar en ningún bando y se mantuvieron al margen), además de Natalia Brauchy, Joaquín Valderrama y Camila Isaac, expareja de Salkalha, Franco Fernández es el encargado de acompañar a la alcaldesa a todos lados, de manera que Rissetti se queda al mando del municipio desde la oficina. La comunicación entre ambos es fluida y permanente, ya que tienen como misión no solo apagar los incendios que día a día se producen en la gestión, sino que también están a cargo de pensar qué pasará en las próximas elecciones municipales y parlamentarias, donde la prioridad número uno sigue siendo desbancar al compañero de partido, el senador Juan Ignacio Latorre, para poner a Brito en el escaño senatorial por la Región de Valparaíso.

Pero también son conscientes de que tienen otro problema más que resolver, el mismo que tratan que se filtre lo menos posible a la prensa, cual es la decisión pendiente de Macarena Ripamonti de ir a la reelección o tomar el cupo parlamentario que dejaría Brito, y así instalarse como diputada, quitándose un peso de encima como es la gestión municipal, donde a todas luces no se le ha visto cómoda. Es más, desde el momento que Rodrigo Mundaca les confesó a los Cuatro Jinetes del Core que Ripamonti estaba pensando en ir al Parlamento, el apetito de Manuel Millones por ser alcalde de Viña del Mar se acrecentó.

Respecto a Franco Fernández, el ávido y sagaz doble efe, ya veremos hasta cuándo le da la bencina.

Doble efe, refuerzo de

peso para Viña del Mar

Tomo el título de uno de los libros más célebres del filósofo griego Cornelius Castoriadis para subrayar una obviedad: el mundo está fragmentado. Y esta vez se cae a pedazos.

El mundo humano habría que aclarar, porque el resto de la creación no tiene la culpa de nuestra ilimitada ceguera, arrogancia y estupidez, que nos conduce paulatinamente -sin prisa, pero sin pausa- a un final demasiado previsible.

Si John Milton viviera hoy, su instinto educado en la contemplación de las cosas nobles cantaría la historia de una tercera caída. Una caída posmoderna, versallesca, sobreactuada y patética, encaminada hacia lo más profundo del abismo, allí donde son fútiles los ojos y el entendimiento.

En el pasado vivimos buenos tiempos como especie, pero esas épocas se han desvanecido. Lo que va quedando es drama, fractura y descomposición, que son los síntomas que han precedido al colapso de todos los imperios históricos. Es la inquietante calma antes de la tormenta; el respiro antes de la batalla final; la pausa rabelesiana que anticipa el caos.

Asistimos a la caída de un imperio y al nacimiento de otro que ocupará su lugar, porque las categorías fundamentales del ser humano no se extinguen, sino que se reemplazan unas a otras. La palabra "imperio" está aquí bien empleada, pues el poder, la dominación y la exclusión se ocultan bajo las faldas legitimadoras de la democracia, esa sospechosa forma de gobierno que nunca termina de cerrar y de convencer, pero que al menos evita que nos matemos unos a otros.

La pandemia no hizo sino agudizar la crisis. Como sostiene Agamben, los márgenes de licitud son cada vez más estrechos: pasear al perro, compartir con amigos en casa, subir la calefacción, consumir más electricidad de la que estipula el gobierno de turno, etc. La pandemia, como herramienta de la biopolítica, no es más que una burda intromisión para someter cuerpos y disciplinar mentes. Es el triunfo de lo "hiper": del hipercontrol, diría Baudrillard si despertara de la tumba.

¿Qué nos deparan los años venideros? Es imposible saberlo, pero es casi seguro que ya no hay vuelta atrás. Los cambios, si cabe, debieron haberse realizado hace décadas. La destrucción de la naturaleza a estas alturas es casi irreversible, y solo un milagro podría evitar el naufragio de este Titanic llamado humanidad.

Allí donde hay poder hay resistencia, repetía el último Foucault. Sin embargo, ya no se hacen las revoluciones y el paso del tiempo se está empeñando en darle la razón a Fukuyama. El capital ha absorbido e integrado hasta los discursos más radicales y las revueltas sociales no son más que operetas y acciones de grupos organizados para alcanzar el poder.

La transformación social es posible, pero no desde las narrativas populistas que solo multiplican la fragmentación y el odio al que piensa distinto.

Si buscamos sinceramente en nuestros corazones, debemos reconocer que el único cambio posible empieza por uno mismo.