Viña, ojalá nunca te ocurra algo así
Valparaíso es como, dice esa canción de Sabina, una ciudad "cerrada por derribo". En fin. Ya la perdimos. Pero aún podemos salvar a su vecina. Si hoy nos asustamos por la escalada delictual en Viña es porque eso mismo en Valparaíso ya no tiene marcha atrás. La delegada y Carabineros chocan con la complicidad pasiva del municipio.
Hace bastante tiempo, por distintos motivos de toda índole, el centro político, social, económico y también emocional de la Región de Valparaíso se desplazó desde la ciudad del mismo nombre a la vecina Viña del Mar e incluso, en ciertos ámbitos, a otros derroteros de la zona, los cuales hoy levantan un desconocido protagonismo descentralizador que, a ratos, pareciera hasta necesario. En corto, Valparaíso ya ni siquiera acapara atención.
Su pérdida de relevancia responde, en buena medida pero no exclusivamente, a la ya fracasada gestión del alcalde Jorge Sharp, quien a mediados de su segundo período sencillamente no dio con la tecla necesaria para sacar adelante lo que alguna vez prometió. ¿Ideología? Puede ser. Pero suena más a brújula extraviada, a seguir los consejos equivocados, a haber sucumbido a un ridículo mesianismo que, al final del día, ni siquiera le garantiza pintar la fachada de la avenida Condell sin que se la rayen o poner teléfono a las camionetas de patrullaje preventivo porque a alguno de sus grandes asesores se le olvidó ese detalle.
Luego, por motivos económicos, de hostigamiento político y de seguridad, las empresas comenzaron a irse una por una. Así, primero partieron los servicios, las notarías, las sucursales y luego -tras el vandálico estallido social-, los medios de comunicación, los restaurantes, los cines y los locales emblemáticos.
De hecho, si no fuera porque sus oficinas no pueden irse de Valparaíso -menos después de la costosa y absurda renovación del piso 19- el gobernador regional y la delegada presidencial (ambos con biografías identificadas con Petorca y Quillota) ni siquiera debiesen estar buena parte de sus días en el Puerto, sino en otros lugares donde ocurren cosas tanto o mucho más graves, pero que, como bien sabemos, a nadie le importan.
Si hoy nos asustamos por la escalada delictual en Viña del Mar es sencillamente porque eso mismo en Valparaíso ya no tiene marcha atrás. Las facultades de la delegada y de Carabineros chocan en el Puerto con la indiferencia y la complicidad pasiva del municipio. En Viña, en cambio, aún hay esperanza, por cuanto la alcaldesa Macarena Ripamonti -pese a todo- ha mostrado en los últimos meses una disposición genuina a colaborar en la lucha contra el comercio ilegal, la delincuencia y el narcotráfico.
Valparaíso, en tanto ciudad, se perdió aquel verano de 2020 después de que ésta fuera destruida impunemente y las bandas se tomaran las calles y veredas ante la oprobiosa cobardía municipal y gubernamental. Pasear hoy por sus calles, el último martes por ejemplo, es encontrarse con cogoteos a día claro, un río de aguas servidas y desperdicios bajando por la escala Concepción porque se reventó una cámara en la subida al cerro, y esa afrenta sanitaria y social que es el Mercado Cardonal y sus alrededores.
Ojalá, Viña del Mar, nunca te ocurra lo mismo.