Ser mujer en tiempos del género
Uno de los problemas que poseen los conceptos ideológicos -lo mismo ocurre a algunos que pertenecen a las ciencias sociales- es que al acentuar un rasgo de aquello a lo que se refieren, acaban ocultando, o arriesgan el peligro, de ocultar todos los demás.
Es lo que a veces ocurre con el concepto de género.
Hoy día se comete el error de situar al género en el centro de todos los problemas, cuando una mínima reflexión indica que es uno de los factores, junto a otros, que inciden en la posición subordinada de las mujeres. Es verdad, por supuesto, que el género naturaliza ciertos papeles sociales cimentando, de esa manera, la dominación masculina en muchas esferas de la vida: en la esfera pública, en el hogar, en la distribución de tareas con los hijos, y en general en la división social del trabajo. Eso está fuera de discusión. Pero también es cierto que esa desigual distribución se produce de maneras distintas dependiendo de factores distintos al género, factores que se arriesga el peligro de olvidar. Entre esos otros factores se encuentra la clase social y la etnia. Al enfatizarse en demasía el género, se arriesga el peligro de hacer invisibles estos otros factores. No es lo mismo, como es obvio, ser trabajadora doméstica, que una profesional que delega en la primera los trabajos del hogar (ambas son, desde luego, mujeres, y comparten el género y padecen la dominación masculina; pero entre ambas hay diferencias a veces abismales).
También ocurre que al enfatizarse en demasía el género, o mejor aún al aumentar el peso que él posee en el destino humano, se arriesga el peligro de devaluar, hasta casi hacerla desaparecer, la autonomía de las mujeres y la capacidad que algunas al menos poseen de decidir su propia trayectoria. Este es el viejo problema de las ciencias sociales que suele presentarse como el dilema entre agencia y estructura. Mientras quienes enfatizan la agencia atribuyen todo o casi todo a la decisión de las personas, quienes subrayan la estructura acaban atribuyendo el peso de la trayectoria individual a factores involuntarios e impersonales. Pues bien, con frecuencia al tratarse de estos temas se pone tal acento en la estructura (el género forma parte de ella) que la condición de la mujer de ser agente de su propia trayectoria tiende a desaparecer. Así, por ejemplo, la mujer que se quedó en la casa y que defiende esa como su decisión, puede ser, para ese punto de vista, presentada como alguien tan dominada que es incapaz siquiera de advertir la condición en que se encuentra. El peligro de esta forma gruesa de examinar el problema es que, a pretexto de promover a las mujeres, acaba tratándolas como víctimas inermes frente a su situación. Y es obvio que hay muchas mujeres que son víctimas a ese extremo; pero también hay muchas otras que compartiendo la condición de género (y en grados variables lo que eso significa) no lo son en modo alguno.
El fenómeno que se ha descrito -varios factores incidiendo junto al género e intersectando con él, el peligro de victimizar a una categoría social- es propio de la unilateralidad con que a veces se emplean algunos conceptos. Lo dijo Wittgenstein: en materia intelectual el mayor de los peligros es una dieta unilateral.
No hay nada peor que transitar desde un concepto descriptivo a un concepto ideológico, porque cuando se convierte en este último acaba opacando a otros e inmuniza a quienes lo sostienen contra la crítica como le ocurrirá, sin duda, a quien lea estas líneas y no vea en ellas un intento de reflexionar sobre el problema, sino otra muestra inequívoca de dominación masculina, sólo que esta vez a nivel del discurso.