LA TRIBUNA DEL LECTOR
POR DEMETRIO INFANTE FIGUEROA, ABOGADO Y EXDIPLOMÁTICO
Comiendo jaibas con Jorge Edwards
En la edición de El Mercurio del sábado recién pasado, la excelente pluma de Segismundo rinde un merecido homenaje al diplomático y escritor Jorge Edwards, recientemente fallecido. Fui cercano amigo de él y por ello quiero aportar algo más sobre este gran chileno, basándome en dichos personales. Era muy entretenido conversar con Edwards. Como dice bien Segismundo, Jorge escribía todos los viernes un artículo que ocupaba una página entera del diario La Segunda, no de El Mercurio de Santiago como indica el articulista porteño. Un día cualquiera se encontró con su primo Agustín Edwards, dueño y señor en esos años de la Empresa El Mercurio, quien le dijo que no era posible que un Edwards no escribiera en el Decano donde él oficiaba de Director, por lo cual le ofrecía el doble del salario que le pagaba La Segunda por su página semanal. Había una buena competencia entre ambas publicaciones. Jorge fue entonces a hablar con el director del vespertino, su amigo Cristián Zegers, y le narró su conversación con Agustín. Cristián le respondió que por motivo alguno él podía permitir que su pluma emigrara de La Segunda y le ofreció un salario equivalente al doble del que le había propuesto su primo. Resulta, me contaba riendo, que por la disputa entre ambos directores el salario por la página semanal se incrementó considerablemente. "Lógicamente, me quedé en La Segunda", me agregó.
Cuando me desempeñaba como embajador en Japón, Jorge llegó a Tokio a dar unas conferencias invitado por la universidad que lleva el nombre de dicha ciudad. Lógicamente lo invité a que se quedara en mi casa. Fueron cinco días en que gocé con su presencia y con su conversación. Entre otras cosas, organicé en casa una cena formal en su honor con personeros importantes, entre ellos, los embajadores de España y México. Me llamó la atención que ambos lo trataran de "maestro". Ese era el nivel que le reconocían personas versadas sobre nuestra lengua. En esos días, después de la cena, nos quedábamos todas las noches en el living de la casa conversando hasta tarde, acompañados de una copa de un buen coñac VSOP. Lógicamente en esos encuentros nocturnos adopté la postura de no ser un interlocutor, sino un oidor de las muchas anécdotas y vivencias que el autor de Persona non grata tenía. En una de esas tertulias le consulté cómo lo había hecho para encontrar en el mercado persa de Santiago el revólver con que se había suicidado su pariente y gran periodista Joaquín Edwards Bello, tal como lo narraba en su libro El inútil de la familia. "Lo que cuento en el libro", me respondió, "fue en verdad gran parte de la vida de Joaquín, pero lo del arma es sólo ficción. No es cierto que haya encontrado dicho revólver. Si quieres escribir un libro", me agregó, "debes tener en determinados momentos la imaginación necesaria para introducir ciertos elementos no reales que le pueden dar al relato un tono más entretenido". Buen consejo de un gran maestro, añado yo.
En cuanto a su experiencia en Cuba, me contó en una de esas charlas nocturnas que cuando Neruda, que era su gran amigo pese a que Jorge no era marxista, supo que iría a La Habana en un momento en que recién había sido elegido el gobierno de la UP, le aconsejó que no se fuera allí, pues iba a tener problemas. Jorge no le hizo caso al Nobel y partió a la isla, donde sólo tuvo dificultades. A los pocos meses de llegar allí, el gobierno de Salvador Allende lo retiró como encargado de negocios. Volvió a Santiago con el convencimiento que sería exonerado del servicio exterior, pues su conducta ante la administración de Fidel Castro no había sido la que se esperaba. La verdad es que el gobierno de La Habana lo que no le perdonó nunca fue el hecho que mantuvo una gran cercanía con escritores cubanos que eran sus amigos desde hacía años y lo que no era bien visto allí por las autoridades de la época. Con la idea de la expulsión en mente se presentó en la Cancillería en Santiago, donde le señalaron, para su sorpresa, que el ministro de la época, Clodomiro Almeyda, quería hablar con él. Sin tener idea de cómo se desarrollaría el diálogo con el canciller ante la supuesta pedida de renuncia, se presentó ante él. Su primera sorpresa fue que dicha autoridad lo recibió en forma muy cordial. Luego, Almeyda le dijo que lo había mandado llamar, pues quería saber su versión acerca de qué había pasado en La Habana y cuán ciertas eran las acusaciones que se le hacían. Jorge le expuso con lujo de detalles la realidad de los hechos. Al final de su narración el canciller le dijo "yo te creo que la cosas fueron como las relatas tú" y le agregó que había sido destinado a ser ministro consejero en la Embajada en París (segundo de la Misión) por expresa petición del embajador Neruda. Hay que considerar que el Premio Nobel vino después de los hechos que narro. La verdad es que, como indiqué, Jorge fue un íntimo amigo de Neruda durante toda la vida. Era tan estrecha dicha amistad que la propia mujer del vate decía que Edwards lo conocía mejor que ella. Le tenía una confianza ilimitada y dentro de esa relación llegó al extremo de indicarle que cuando revisara la correspondencia diaria y viera que había un sobre a su nombre con una caligrafía que le enseñó, la guardara y se le entregara directa y privadamente a él, cosa que lógicamente el ministro consejero cumplió religiosamente. Neruda, pese a sus años, mantenía una secreta y estrecha relación amorosa con una dama chilena, la que estando él en París era alimentada por medio del correo. Jorge era el único que estaba en el secreto de ello y del nombre de ese amor lejano.
Edwards, en lo personal, era un tipo en extremo entretenido y su amistad con los más destacados autores latinoamericanos era muy estrecha, en especial con Mario Vargas Llosa. Con el peruano había una especie de sociedad dentro de la cual se confidenciaban todas las cosas que acaecían en América Latina, fueran literarias o políticas. Me consta ello por haber conocido bien a Vargas Llosa cuando serví como diplomático en Lima. Tenía una gran admiración por Edwards.
Chile ha perdido un gran escritor, quizá el mejor de los últimos años, y muchos hemos perdido a un buen amigo. La última vez que estuve con él fue en Zapallar, en una casa que arrendaba frente al Mar Bravo. Yo había terminado de escribir una novela y se la llevé de regalo. Me pidió que le contara sobre el tema que desarrollaba en aquella. Me indicó que le gustaba la temática y que pensaba que me iba a ir bien, pero desgraciadamente eran momentos en que estaba apareciendo en Chile el covid. Luego conversamos sobre mi libro Confidencias Limeñas. Conocía bien Perú, pues había sido diplomático allí y me pidió detalles sobre hechos narrados en ese libro. Ese día tenía para almorzar jaibas. Era gozador de la vida.
¡Hasta pronto, querido Jorge!