Hay demoliciones y demoliciones. Las del alcalde Rodolfo Carter en La Florida y la demolición de hecho de la calle Cumming de Valparaíso. Se ha demolido en la tradicional calle porteña la tranquilidad y la seguridad. Delincuencia, droga, alcohol, estridencia y riñas han destruido la calidad de vida del sector. Los vecinos han pedido reiteradamente solución a las incivilidades que castigan esa zona, pero las medidas son ocasionales y los hechos condenados se vuelven a repetir.

Solicitaron una reunión a la Delegación Presidencial con el objeto de abordar en forma integral el problema. Para ello se debió citar a representantes de la municipalidad, Fiscalía, Carabineros y Salud. Sólo estuvo presente un representante de la Delegación, Daniel Zamorano, exgobernador de Los Andes (PC), quien manifestó tener poco tiempo para atender las quejas. Para los comunistas la seguridad no es tema.

Mala educación, falta de voluntad para acoger la recurrente demanda ciudadana de seguridad. Rodrigo Díaz, vecino del sector y convocante al encuentro, señaló que no es primera vez que una reunión sobre seguridad resulta improductiva.

Insistiendo en la necesidad de una intervención colectiva para el lugar Evelyn Henríquez, presidenta de la Cámara de Comercio y Turismo de Valparaíso, sostuvo que el pedido es "un plan de intervención para el sector donde estén convocados todos los actores". Destacó, también, la importancia de dar continuidad a la acción preventiva y policial. Eso es fundamental, pues la situación no va a mejorar con presencia esporádica de las policías. Quienes comenten los ilícitos que agobian a los vecinos deben sentirse intimidados y acorralados. La delegada presidencial regional, Sofía González, se comprometió a una reunión para la próxima semana y a convocar a un encuentro "con más actores involucrados".

Es decepcionante que ante el aumento generalizado de la inseguridad no exista una acción coordinada y permanente. Falta voluntad y liderazgo ante una realidad que castiga la calidad de vida de los vecinos y que, paulatinamente, va destruyendo un céntrico barrio.

En una apretada síntesis, don Agustín Squella (domingo 26) nos presenta algunas ideas sobre la libertad expuestas por el filósofo inglés John Stuart Mill, quien asume como principio básico que "la única razón por la que la sociedad puede interferir con la libertad de una persona es que esta dañe a los demás y no así misma". Se trata de un principio a primera vista bastante razonable, aunque insuficiente. Por lo mismo, el columnista plantea que la discusión sobre la libertad sigue abierta. Recojo el guante y hago mi aporte.

Parto de la base que los seres humanos no somos como los estancos granos de arena en una playa, sino que necesitamos de la mutua cooperación para progresar material y espiritualmente. Así, el ejercicio de nuestra libertad necesariamente conlleva crear y asumir vínculos y compromisos, que pueden aportar positiva o negativamente a nuestro entorno social, aunque sea con el buen o mal ejemplo que ofrecemos a las personas menos formadas. Tanto es así que Iglesia Católica plantea que, por la Comunión de los Santos, nuestras acciones, buenas y malas, contribuyen a elevar o abajar la unión espiritual entre todos los cristianos.

Algunos ejemplos que cuestionan la teoría de Stuart Mill. Consumir drogas sin duda es una decisión personal que en principio no daña a los demás, pero, en los hechos, ocasiona serias preocupaciones y molestias en el entorno familiar; y además, en muchos casos, el Estado debe financiar costosas terapias. Usar o no el cinturón de seguridad en un vehículo en teoría no daña a nadie más que al irresponsable, pero a ese tal no se le puede dejar desamparado en caso de accidente grave, sino que se le debe prestar auxilio y, muchas veces, financiar su recuperación con nuestros impuestos.

Consecuentemente, el buen uso de nuestra libertad exige tener en cuenta algunas orientaciones generales para establecer qué es bueno o malo para la sociedad, de modo de fomentarlo o desincentivarlo.

Por tanto, el tema de la libertad no es independiente del bien y la verdad. Como claramente lo expuso el Papa Juan Pablo II, "la libertad es ciertamente un derecho irrenunciable y básico, pero ella no se caracteriza por poder elegir el mal, sino por la posibilidad de hacer responsablemente el bien, reconocido y deseado como tal".

Por cierto, en un mundo relativista donde se exacerba la subjetividad, cualquier norma es interpretada como una arbitraria restricción a la libertad. Con todo, al menos deberíamos asumir el respeto a la ley natural como un primer paso para armonizar la libertad individual con el bien social común. En definitiva, la discusión sobre la libertad sigue abierta.