Un grupo de concejales viñamarinos está preocupado por la baja participación ciudadana en el dilatado proceso de actualización del Plan Regulador Comunal (PRC). La voz de la comunidad, de toda la comunidad, es clave en la formulación del instrumento que marca las líneas de ordenamiento de la ciudad y de ahí el valor de la opinión de los ciudadanos y de sus organizaciones. Y se debe entender por organizaciones a las juntas vecinales, a las entidades deportivas, a los gremios empresariales y laborales, centros de estudio. En fin, a quienes en último término habitan o trabajan en la ciudad. La materia de la participación también ha tenido críticas cuando se intenta reformular el sistema de transporte del Gran Valparaíso.

En el caso del PRC, se debe entender que la Municipalidad tiene un rol conductor, convocante, no dominante. Es decir, no puede tener una política o idea preconcebida. Por otro lado, se debe considerar que la formulación del instrumento regulador tiene aspectos técnicos. Alegan los concejales una baja participación ciudadana en los talleres de análisis de los diversos temas. Esta participación exige una voluntad convocatoria amplia, difundida a través de los medios, tal ocurre con los procesos electorales. Hay que interesar a la gente y a sus organizaciones en participar en reuniones formales y con actas que reflejen el pensamiento de los convocados. Antonia Scarella, concejala y arquitecta denuncia "apuro por sacar adelante el proceso", lo que explica la baja participación. En concejal Sandro Puebla, por su parte, teme que el nuevo PRC sea "capturado por grupos menores sin ninguna representatividad". La Municipalidad desestima las críticas y afirma que "la etapa de diagnóstico aún se encuentra en curso, restando talleres de trabajo focalizados". Si así fuere, la tarea del Municipio es desarrollar una amplia y efectiva convocatoria, buscando la opinión de muchas voces que den legitimidad al instrumento de ordenamiento que marcará el futuro de la ciudad.

La Semana Santa es un momento oportuno para reflexionar sobre el sentido de la cruz. La concepción más extendida es la de san Anselmo de Canterbury (siglo XI), que privilegia el orden de la justicia por sobre el amor.

Postula que, así como ofender a una alta autoridad reviste mayor gravedad que hacerlo con una persona común, tratándose de Dios la ofensa que el hombre le inflige con sus pecados será infinita. Esa ofensa infinita exige una reparación también infinita para que sea efectiva. Es lo que logra Cristo al expiar en la cruz, pues, siendo hombre y Dios verdadero, es el único que tiene una capacidad infinita para restablecer el derecho violado. Es esta una aproximación lógica pero insuficiente, porque si bien restituye la justicia, nos presenta un Dios implacable que reclama el sacrificio de su propio hijo para reparar las ofensas. Y "sería infame pensar en un Dios que, para aplacar su ira, exige la muerte de su hijo" (Benedicto XVI).

La cruz constituye una revolución respecto de las ideas de expiación y redención precristianas, que intentaban borrar el sentimiento de culpa y aplacar a la divinidad mediante holocaustos y sacrificios de animales. El Dios de la Biblia, en cambio, no quiere ni necesita esos sacrificios: sólo nos llama a dar un sí libre y sin reservas a su inmenso amor. "No aceptaré un becerro de tu casa ni un macho cabrío de tus apriscos, pues todas las fieras son mías (…). Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza y cumple las promesas que hiciste al altísimo" (Sal 50, 9-14). "Porque yo quiero amor, no sacrificios; y conocimiento de Dios más que holocaustos" (Os 6, 6).

El derecho divino violado por nuestros pecados no se restablece por la justicia, sino por el amor y la misericordia de Dios, que no está a la espera de la expiación por parte de los hombres. Él mismo toma la iniciativa de reconciliar al mundo consigo mismo a través de Cristo (2 Co 5,19), quien "siendo de naturaleza divina, no reivindicó su derecho a ser tratado igual a Dios, sino que dejó de lado lo que le era propio tomando la condición de esclavo. Asumiendo la naturaleza humana (…) se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta una denigrante muerte en la cruz" (Flp 2, 6-8).

En definitiva, la cruz no debe pensarse como la moneda de cambio demandada por Dios para nuestra reconciliación. Por sobre la expiación a través del dolor, la cruz simboliza el amor infinito de Cristo, que con sus brazos abiertos nos ofrece el don de la vida eterna y un sentido a nuestros sufrimientos corredimiendo con Él en la esperanza de la resurrección.