LA PELOTA NO SE MANCHA Cinderella man
POR WINSTON POR WINSTON
La noche de Bórquez fue como la de Cenicienta. El gordito que todos miraron en menos se transformó en el estadio Bicentenario de la Florida en la estrella. Liviano como una pluma, volaba de lado a lado y hasta paraba los tiros con su cara.
En medio de la desesperación de la Universidad Católica, Julio Junior Bórquez recordó aquellos tiempos en que fue llamado a la selección chilena sub 17, su paso por el mundial de India y su sueño de reemplazar a Bryan Cortés en Iquique.
Aún con varios kilos de más, sus reflejos estaban intactos. Durante los noventas minutos, Jr. Bórquez fue una barrera que parecía infranqueable para los de la franja. Sin embargo, como en el cuento, en el último minuto se acabó el hechizo, sus compañeros, que se habían transformado en 10 galácticos, volvieron a cometer los errores de siempre, eso que los tienen condenados en la Tercera División y dejaron que el eterno goleador de la franja hiciera lo que mejor sabe hacer: goles.
Después vinieron los penales y ahí pesó la historia. Ningún jugador de la UC erró sus tiros, mientras que uno de los compañeros de Bórquez no soportó la presión y tiró el balón lejos del estadio, cerca de la municipalidad del alcalde Carter. Fin del sueño colinano, pero no cabe duda de que fue un gran partido. En este sentido, si hay algo que reconocer a este insípido torneo -me refiero a la Copa Chile-, es dar la opción a clubes amateur de enfrentarse a planteles profesionales por lo menos una vez en sus estériles existencias.
No es un invento chileno. Es una instancia que existe en muchos países, siendo incluso el torneo más antiguo en las grandes ligas de Europa. Su intención es, precisamente, esa: enfrentar a todos sin importar su división o presupuestos. En España, existe la Copa del Rey, en la que juegan 116 equipos (bien lo sabe el ingeniero Pellegrini, que salió del Real Madrid después de perder contra el Alcorcón). En Inglaterra, la FA Cup es nada menos que el torneo más antiguo del mundo y los equipos pequeños luchan por ser un mata gigantes (giant-killing) para gloria de sus aficionados. De vuelta a Chile, imagino a los jugadores de estos equipos desde el momento en que sus clubes aparecen mencionados en el sorteo, hasta el final de sus días, rememorando, con una piscola aguada, el día en que jugaron codo a codo contra los profesionales, estando a punto de amargarles la noche, como ocurrió el sábado con Deportes Colina.
De vuelta al Municipal, se apagan las luces del estadio, los del canal de fútbol retiran los últimos cables, algunos fanáticos esperan recibir una camiseta, un autógrafo o una selfie y una anciana hace como que recoge la basura, pero busca en la galería alguna moneda o polerón de un despistado.
Mientras esto ocurre, Jr. Bórquez, sin quererlo, deja uno de sus guantes en el camarín. Detrás de este error, está el sueño de que algún entrenador lo encuentre, busque al dueño que le calce perfecto y lo llame para reforzar su equipo. Lamentablemente, para el arquero de Colina, el mundo real es bastante más duro que los cuentos de hadas y es difícil que alguien lo vuelva a tomar en cuenta. A pesar de eso, quedará en el recuerdo esa noche inolvidable en que la Bórquez, pese al físico, suspensión por doping y duro deambular por clubes de tercera, tuvo su revancha.