Ante las acciones en la lucha contra la delincuencia aparecen temores y objeciones. Se objeta la medida dispuesta por el fiscal nacional de solicitar la prisión preventiva para migrantes indocumentados que cometan algún delito. Por otro lado, dirigentes gremiales de Gendarmería alertan sobre un aumento en la congestión carcelaria al aplicarse la disposición.

El Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), a través de su director regional, Fernando Martínez, habla de norma "discriminatoria" para extranjeros que no tengan, por diversas razones, identificación. También alude a la sobrepoblación de los penales. Jaime Vera, profesor de Derecho Penal de la Universidad Católica de Valparaíso, advierte sobre "problemas de constitucionalidad" de la medida.

Se supone que la decisión del fiscal nacional, Ángel Valencia, no es un capricho y que, por el contrario, tiene fundamentos legales.

En cuanto al INDH, poco se acuerda de las víctimas del delito y más bien focaliza su tarea en vigilar la acción de agentes del Estado. Es el momento de ocuparse de las víctimas, del país y de la dramática situación con decenas de delitos graves, gravísimos, como el homicidio, violación máxima de los derechos humanos.

El hacinamiento en las cárceles no es novedad. Se arrastra hace años y hay esfuerzos, siempre insuficientes, por aliviarlo. Pero la tarea urgente es terminar con las bandas organizadas que operan al interior de las prisiones. Hay que, de una vez por todas, bloquear técnicamente las comunicaciones de los reclusos con el exterior, medio para cometer delitos y dirigir grupos criminales. Hay que dar eficacia a las medidas cautelares, como el arresto domiciliario, mediante controles efectivos y con tobilleras de seguimiento.

En la lucha contra el delito, la legalidad no puede convertirse en un obstáculo. Por el contrario, debe ser una herramienta más en la gran batalla por la seguridad.

Bien se ha dicho que en nuestro tiempo el verdadero enemigo de la libertad no es el comunismo ni el socialismo; es el progresismo. El comunismo es directo, es violento, lo conocemos y lo hemos derrotado; el socialismo y sus fracasadas recetas, que también conocemos y hemos experimentado, podemos denunciarlo y oponerle una doctrina libertaria que logre detener las ansias de estatismo que lo inspira; el progresismo, en cambio, es parsimonioso, solapado, se va infiltrando en la sociedad casi de manera imperceptible para cambiar nuestras mentes, destruyendo o reemplazando lo que siempre hemos abrazado: nuestros valores, nuestros sentimientos, nuestra religión, nuestra manera de entender la vida, la familia, la patria, la sociedad y la historia.

El progresismo es un programa de deconstrucción, de vaciamiento, de borrarlo todo para escribir un nuevo argumento que reemplace aquel valórico y cultural que nos ha dado identidad y sustento en la historia como parte de lo que llamamos la cultura judeo-cristiana -occidental, y en nuestro caso la impronta que nos define como chilenos. Se trata de una mutación cultural que dará lugar a nuevos "paradigmas" que permitirán dar rumbo a una nueva sociedad mundial sin valores ni principios, tan sólo con reglas mínimas a respetar que serán impuestas por el nuevo orden mundial.

Esta sociedad, desde luego, no será más libre, si no más dominada. Pero esa dominación -de los nuevos iluminatis- no será por la fuerza de las armas o de la violencia física, porque ya no será necesario: dominarán las mentes al imprimir en ellas las categorías de pensamiento que ellos han definido y a las cuales se debe adscribir, e impondrán los cánones de vida que se deben respetar para ser parte de la sociedad global y aceptado en ella. Ya no habrá fuerza o atrevimiento para reclamar un pensamiento libre y el derecho de cada cual a vivir su propia vida. Las nuevas generaciones se entregarán a vivir la vida que en sus mentes y corazones han impreso los nuevos amos del mundo. Tal es el programa y para ello "la cultura es todo", proclamó Gramsci.

El progresismo está vigente en todos los continentes con el mismo programa de dominación. Presente en gobiernos, partidos, movimientos y dirigentes políticos; en organismos internacionales de naturaleza política, educacional, de la salud, económicos, culturales y otros; en una infinidad de ONG generosamente financiadas.

El progresismo, su programa y sus agentes están poderosamente instalados en nuestro país al que han elegido y definido como un laboratorio en América Latina para su experimento y trabajan decididamente en todos los ámbitos de nuestra sociedad -especialmente en los de la educación y la cultura y los niños y la juventud- para vaciarnos de aquellos valores que vivieron, practicaron, respetaron y nos legaron quienes nos han dado la identidad y el orgullo de ser chilenos. Una vez deconstruidos y cuando se haya derribado en nuestras mentes y corazones la trilogía Dios, Patria y Familia, que por siempre sustentaron esta nación, entonces no quedará broquel alguno y casi sin advertirlo, tú, yo, ese y aquel pasaremos a ser siervos de la sociedad global y del nuevo orden mundial.