Cuatro libros para escapar
En días donde la discusión pública gira en torno a la seguridad, es saludable pensar cuál será el límite de ésta, dónde termina la vigilancia y comienza la libertad. Para pensar, un cuento y tres novelas.
En Israel hace unas semanas cientos de mujeres se vistieron como los personajes de "El cuento de la criada", de Margaret Atwood -también adaptada como una exitosa serie-, para protestar contra una reforma judicial que, aseguraron, atentaría contra sus derechos humanos y reproductivos. En Estados Unidos, donde ocurre la novela publicada originalmente en 1985 y traducida al español a comienzos de este siglo, pasó lo mismo durante el Gobierno de Donald Trump y sus discursos, que dieron pie a un debate sobre cuánto se está dispuesto a pagar por seguridad y estabilidad, así como qué se entiende por libertad.
Los relatos distópicos coinciden en que los libros son el primer objeto cultural en desaparecer. Las ideas son peligrosas, sobre todo cuando por alguna razón se conservan pese a los regímenes que mantienen a los ciudadanos aparentemente felices en un ambiente estable. Así lo recuerda la criada de Atwood, quien cuenta cómo era el mundo antes, hasta que su mamá la lleva a un parque donde "había mujeres quemando libros" y revistas para adultos. "Tenían una expresión de felicidad, casi de éxtasis. Cosas que logra el fuego".
La narradora ahora pertenece a un tipo de mujer destinada al placer y la reproducción de los poderosos. Lleva un vestido rojo que sólo deja sus manos descubiertas, junto a un sombrero blanco diseñado para no mirar ni ser vista, imitación de las anteojeras de los caballos. La esposa del dueño de la casa donde vive fue una reconocida cantante de un programa religioso infantil que transmitían por televisión, quien años después "hablaba de lo sagrado que era el hogar y que las mujeres debían quedarse en casa. Ella no lo hacía, pero sí lo decía". Cuando la criada la reconoce, la otrora estrella "se ha vuelto muda. (…) Qué furiosa debe estar ahora que le tomaron la palabra".
A la ciudad, continúa la protagonista, "no se nos permite ir, excepto de a dos. Se supone que es para protegernos, aunque es una idea absurda: ya estamos bien protegidas. La realidad es que ella es mi espía y yo la suya. Si alguna de las dos comete un desliz durante nuestros paseos diarios, la otra carga con la responsabilidad", lo que sumado a un cambio constante de parejas permite mantener el sistema donde "escribir está prohibido. Pero si esto es un cuento, aunque sólo sea en mi imaginación tengo que contárselo a alguien".
Orwell
En un artículo en el diario The Guardian, Atwood reconoce al escritor británico George Orwell como "su héroe" e inspirador a través del clásico "1984", editado a mediados del siglo XX. Allí, Winston Smith, funcionario del Ministerio de la Verdad, se esconde de la telepantalla, que transmite discursos y contenido oficial día y noche, junto con despertar a los ciudadanos, mirarlos y escucharlos en un hueco de la pared de su departamento, probablemente destinado en la antigüedad a ser una biblioteca, para comenzar a escribir un diario en tiempos del omnipresente Gran Hermano.
Smith compra en los suburbios de lo que antes fue Londres una libreta de "papel suave y cremoso, un poco amarillento por el paso del tiempo, por lo menos hacía cuarenta años que no se fabricaba", con una pluma a tinta, razón por la que lava sus manos compulsivamente para borrar cualquier mancha. En caso de ser descubierto, sería "vaporizado", es decir, eliminado cualquier registro de su existencia.
Un mundo feliz
Contemporáneo de Orwell es Aldous Huxley, autor de "Un mundo feliz", uno de cuyos personajes también conserva una idea, remota pero viva, de quién es fue Shakespeare, frente a una sociedad cuyo desarrollo científico permite crear cientos de niños iguales, en incubadoras -sin necesidad de vientre-, con capacidades físicas específicas para un trabajo, las que luego son reforzadas mediante entrenamiento mental. Si emerge un pequeño aire de melancolía, se trata con fármacos como el Soma.
Sin embargo, "corrían extraños rumores acerca de viejos libros prohibidos ocultos en un arca de seguridad en el despacho del interventor. Biblias, poesías". Cerca de ahí transcurre la vida de Bernard Marx, quien además de ser parte de la casta de académicos, es consciente de su individualidad, un error del sistema que contacta a un similar y le pregunta por "todas las emociones que uno podría sentir si las cosas fueran de otro modo". Aunque "¡silencio! -dijo Bernard-. Creo que hay alguien en la puerta". Al comprobar que están solos, dice "cuando la gente empieza a sospechar de uno, acabas por sospechar también de todos".
En una relectura sobre la vigilancia y el miedo, a fines de la década pasada la autora estadounidense Joyce Carol Oates publicó "Tan cerca en todo momento siempre", donde el cuento, novela corta o nouvelle que da nombre a la antología traída a Chile por el sello argentino Fiordo, muestra a una adolescente que se enamora de un joven que parece tener menos edad. Es 1977, se conocen en una biblioteca y Desmond es extremadamente culto, lo que conquista a Lizbeth y su mamá.
"Me sonreía con tanta ternura, con tanta gentileza, con tanta familiaridad. Era como si, aunque yo no lo conociera, él sí me conociera", al punto que le pide el teléfono y la dirección, pero no los anota, sino que comienza a "aparecer" en su casa. "Cada vez que Desmond y yo estábamos juntos, él sacaba fotos. Algunas me las regalaba, como 'recuerdo', pero la mayoría se las quedaba él".
Un romance adolescente casi normal hasta que la obliga a tocar el violín pese a que ella afirma que no sabe. En la escena está su mamá, quien luego del forcejeo dice "esa voz que oí, Lizbeth... Habría jurado que no era la de Desmond". El perro se pierde de la casa y después la chica encuentra un papel dorado, como de fiesta, en su casillero en la escuela -a la cual él no iba-, donde dice "no puedes simplemente sacarme de tu vida Lizbeth sabes que somos almas gemelas de aquella otra vida". Luego el joven envía a la quinceañera imágenes tomadas a la distancia "con mis amigas, jugando hockey. La foto más perturbadora me retrataba dentro de la casa, después del anochecer, en la cocina iluminada, conversando con una figura borrosa que debía de ser mi madre. En la parte de atrás de esa foto escribió: 'Tan cerca en todo momento siempre'".
Un par de cámaras de vigilancia de seguridad que parecen ojos de la máquina observándote.
Por Valeria Barahona.
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Atwood, Orwell,
Huxley y Oates son los autores que ponen la hipervigilancia al centro.