La queja es que en el informe sobre la situación del Sitio de Patrimonio Mundial (SPM), enviado por el Gobierno a la Unesco, se pone en segundo plano la grave situación de deterioro que afecta a Valparaíso. El informe, conocido gracias al mecanismo de Transparencia invocado por el porteño Arturo Michell, incluye 44 anexos y sólo en ellos, no en el documento principal, se entrega al organismo internacional la condición en que se encuentra el Sitio y la zona a amortiguación.

Para el consejero regional Manuel Millones "es muy grave que el Estado de Chile no actúe con transparencia". Ello, debido a que no se consigna en la documentación principal "la situación de Valparaíso, y muy especialmente los efectos del estallido social, con la destrucción de la propiedad pública y privada en el Sitio y en las zonas de amortiguación". Se pregunta, además, qué obras y proyectos específicos han levantado el Gobierno y el municipio para "bajar el nivel de riesgo" que se enfrenta. El diputado Andrés Celis, en tanto, insiste en que "es evidente que el Estado de Chile no quiere ni asumir ni hacer frente a la destrucción que está viviendo el SPM". Magdalena Carroza, directora ejecutiva de la Corporación de Administración del SPM, niega el ocultamiento de información y afirma sobre la existencia de un plan para el área. Sin embargo, el senador Ricardo Lagos Weber acusa de "pasividad a la autoridad local" ante el daño denunciado. Emilio de la Cerda, exsubsecretario del Patrimonio del gobierno anterior, advierte el incumplimiento de la recomendación de la Unesco sobre cambios en la normativa patrimonial, ya que el Ejecutivo nada ha hecho en la tramitación de la ley respectiva que duerme en el Congreso.

El deterioro de Valparaíso, en múltiples aspectos, es una realidad. Desconocerlo es imposible, pero consignarlo en un anexo al informe principal es como ponerlo en "letra chica", como un detalle, cuando es la realidad que amenaza con diluir el SPM y sus zonas de amortiguación.

No se puede caer en la elusión en una materia tan delicada que exige acción local, municipal y parlamentario, sin olvidar el rol del Ejecutivo como conductor de las relaciones exteriores, en este caso en sus comunicaciones oficiales con la Unesco.

A propósito del cierre de instituciones educativas por circunstancias variadas, recordé un libro de Natalia Ginzburg en el que se refiere a la educación de los hijos. La escritora italiana indica que el sistema educativo ha optado por ciertas virtudes que califica como pequeñas, estas son: el ahorro, la prudencia, la astucia, la diplomacia, el deseo de éxito. No es que le parezca que cada una de ellas sean inadecuadas, pero tomadas ellas en conjunto expresan lo propio del mundo contemporáneo: el cálculo y el miedo, la defensa antes que la exposición. Un clima inspirado completamente en las virtudes pequeñas -dice Ginzburg- hace madurar insensiblemente para el cinismo, para el miedo a vivir. En cambio, las virtudes grandes, aunque no se alejan de lo razonable, tienen un ámbito instintivo que es necesario cultivar en la educación y que no hay que dejar de lado como aspecto menor. La generosidad y la indiferencia al dinero, el coraje y el desprecio por el peligro, la franqueza y el amor por la verdad, el amor al prójimo y la abnegación, el deseo de ser y de saber, son virtudes grandes pero que no coinciden con la lógica de la reflexión calculadora y las mediciones estándar. Aún más, son virtudes que no se respiran en el aire cotidiano, pero son la sustancia de la relación educativa entre padres e hijos y fundamento de la educación.

Haciendo una sugerente reflexión sobre el modo de educar a los hijos en relación con el dinero, Ginzburg también alerta sobre los premios y castigos, pues será frecuente que los sacrificios no tengan recompensas y las malas acciones no sean castigadas, cuestión que no inhibe la exigencia de amar el bien y odiar el mal.

Lo dicho hasta aquí parece muy conveniente y digno de práctica; aún más, desearíamos que la educación formal tomara nota al respecto. Pero Ginzburg va más allá y centra las posibilidades educativas de los niños fundamentalmente en los padres como piedra angular y no tanto en las opciones y enfoques de la educación formal. De hecho, los padres están para reducir la escuela a sus humildes y estrechos límites. Entonces, si las posibilidades del espíritu son infinitas, lo que debemos realmente apreciar en la educación es que a nuestros hijos no les falte nunca el amor a la vida, ¿y qué es la vocación de un ser humano, sino la más alta expresión de su amor a la vida? Los padres son el punto de partida y quienes acompañan, pero la vocación requiere de espacio y silencio hasta que despierte y tome cuerpo. Padres e hijos, una relación de intercambio de sentimiento y pensamiento, espacio y silencio, de modo que la búsqueda de la amistad, la vida amorosa, religiosa, la búsqueda de una vocación esté rodeada de silencio y sombra.

La escuela, sin duda, es importante y cada vez que no tiene un normal funcionamiento va lesionando el desarrollo cognitivo, afectivo y social de los niños, pero ella no determina la vocación de los niños ni por sus métodos, ni exigencias, ni sus novedosos enfoques. Como sabiamente dice Ginzburg, los padres en su forma de educar deben estar dispuestos a todo, esto es, esperar pacientemente la posibilidad de que sus hijos tengan el más alto o modesto destino. Los hijos no les pertenecen, pero sí los padres les pertenecen a sus hijos, siempre disponibles para recordarles sobre las grandes virtudes.