A los actos oficiales de conmemoración de un nuevo aniversario de Carabineros se sumaron numerosas expresiones espontáneas de apoyo a la institución policial uniformada. Fueron muchos los saludos recibidos en las unidades policiales a lo largo del territorio nacional y de la Región de Valparaíso; fueron muchas las banderas en edificios y casas particulares que flamearon este 27 de abril.

El acto formal más importante tuvo lugar en Puerto Montt, con asistencia del Presidente de la República Gabriel Boric. En la ceremonial regional, realizada en la Escuela de Formación Viña del Mar, situada en Glorias Navales, estuvieron presente autoridades encabezadas por la delegada presidencial, Sofía González, y el gobernador regional, Rodrigo Mundaca.

La participación de autoridades de Gobierno es significativa, pues demuestran un reconocimiento a la compleja labor policial, tarea que exige el apoyo sin reservas de parte de esa misma autoridad. En algún momento, quienes hoy detentan el poder fueron en exceso críticos de la policía uniformada, especialmente ante las indispensables y complejas labores de orden público que deben cumplir los efectivos. En esa demandante tarea son posibles los errores, pero la excepción no puede significar una condena contra quienes son la base, en terreno, del Estado de derecho.

Es evidente que la institución, al borde de su centenario, necesita actualización y mayor perfeccionamiento de su personal. Sus procedimientos deben ser transparentes y sus medios humanos y materiales reforzados, considerando, como lo dice un general en retiro, que la institución realiza más de 17 millones de procedimientos al año. Y es en medio de esos procedimientos, que exigen muchas veces respuesta rápida, donde se comprueba su entrega al servicio de la comunidad, entrega donde, con dramática frecuencia, los efectivos dejan hasta su propia vida.

Lo que se debe entender es que en este momento, como nunca antes, Carabineros necesita apoyo institucional y ciudadano, pues su labor es básica, en la primera y más arriesgada línea ante la crisis de seguridad que vive el país.

El próximo fin de semana habrá una elección relevante para el proceso constituyente en marcha. Las encuestas sugieren que la ocasión entusiasma poco. Eso es, en parte, fruto de un mayor realismo en la materia adquirido en los últimos años a punta de porrazos. Las constituciones no son aptas para mejorar súbitamente la vida de un país. Casi nada lo es. En Chile hemos conocido períodos de desarrollo acelerado y hemos visto que él supone una paciente acumulación de pequeños éxitos, debidos generalmente a aburridas medidas de mediano y largo plazo, que en su conjunto producen un progreso sustantivo.

Pero las constituciones son, sin duda, una de esas cosas que pueden favorecer esa paciente acumulación de éxitos, como también, por cierto, una más bien impaciente de fracasos. Con la experiencia de un intento fallido a cuestas, Chile tiene ahora una muy buena oportunidad para acordar una constitución ampliamente reconocida que mejore las reglas que nos rigen: que proteja nuestras libertades, que desincentive la polarización y la fragmentación política de modo que las instituciones de gobierno puedan funcionar más colaborativamente y mejor, que propicie un Estado inteligentemente descentralizado que sirva mejor a los ciudadanos y que exteriorice los compromisos compartidos en materia social, fiscal y medioambiental, así como el reconocimiento de la diversidad de formas de vida individuales y grupales, configurando con ello un buen marco para la deliberación democrática futura.

Para que esa mejora sea posible necesitamos que la participación sea muy amplia. Y también elegir consejeros constitucionales moderados, de aquellos que enfrían las pasiones en vez de atizarlas, dispuestos incansablemente al diálogo y a la búsqueda de acuerdos. Ya elegimos en 2021 una convención escorada hacia un extremo y ofreció una propuesta excluyente. La lección de ello es que hay que huir de los extremos. La frontera más relevante no es entre derecha e izquierda ni entre oficialismo y oposición; es entre moderados, por una parte, y extremos y populistas, por la otra. Por fortuna, el arco de los mesurados es extenso. Sus fronteras son discutibles y hay excepciones, pero diría que va básicamente desde la UDI hasta el PS (aunque mientras más al centro mejor).

Centroderecha y centroizquierda no son sitios donde el contenido no importa o en que todo queda en medias tintas. Son los lugares en que las convicciones se mezclan en mayor medida con la racionalidad, el respeto institucional, la atención a las enseñanzas de la experiencia y un mayor esfuerzo de real honestidad con los electores. No saldremos del atolladero en que estamos mientras eso no vuelva a estar claro. Y nunca es ello tan importante como cuando se trata de elaborar una constitución para todos destinada a perdurar.