RELOJ DE ARENA
Vivimos días, tiempos de pronósticos. Pronósticos electorales y pronósticos meteorológicos. La semana pasada asistimos a un verdadero póker de milímetros. En los matinales de TV los expertos, suponemos lo son, barajaban cifras probables de agua caída, con indicación de cantidades por hora. Las cifras, claro está, eran principalmente para Santiago, alertando barrios, posibles aluviones, altura de lluvias de agua o de nieve.
En fin, gráficos y mapas de colores variados. El hecho es que el caprichoso frente que venía desde el sur se desvió un poco y las lluvias favorecieron más a la Región de Valparaíso que a la Metropolitana.
Pero la historia recién está comenzando, pues ya no se atribuye tanto protagonismo a El Niño o La Niña. El cambio climático tiene algo de infanticida y los sabios sostienen que las lluvias extremas, esas de verdad, se presentarán de manera desigual en el mundo. Y en reparto pluvial, nuestro país saldrá perdiendo, pues no caerá tanta agua.
En otras partes del mundo y de nuestro continente, las lluvias serán intensas, con los catastróficos efectos que todos conocemos a través de las imágenes de televisión y que son un consuelo -de tontos sin duda- tras los derrumbes porteños.
San isidro
En cuanto a los agricultores grandes o pequeños, es mejor recurrir a la vieja rogativa:
-San Isidro, barba de oro, ruega a Dios que llueva a chorros…
En fin, es gratis y a la peor diligencia es la que no se hace.
Pero antes de esas imágenes satelitales que exhiben los modernos augures, los pronósticos oscilan entre lo tradicional y científico. El más antiguo, personal, el dolor de los huesos. Después de cierta edad indicaban cambio de tiempo. Los viejos porteños, por su parte, cifraban sus augurios en la Silla del Gobernador -silla de montar, los gobernadores debían saber montar-, un promontorio o roca en Pichidangui, al norte de Papudo. Cuando se veía desde Valparaíso con la atmosfera pura, de pureza virginal, una lluvia se venía encima. Esta visión se completaba con aquello de "norte claro, sur oscuro, aguacero seguro".
Por otro lado, cuando un radiograma enviado desde Juan Fernández indicaba lluvia en la isla, quería decir que también llovería en el continente. Y estaba y están esos lindos barómetros de bronce cuyas agujas conectadas a un recipiente al vacío indican las variables de la presión atmosférica. Un cristal protege el mecanismo y un suave golpecito hacer mover la aguja que marca en un cuadrante todas las posibilidades del clima, desde buen tiempo hasta tormentas terribles. Claro que, como están los tiempos, la agujita dice una cosa y el cielo otra.
En cuanto a los pronósticos políticos propios de estos días también, mañana tendremos la confirmación de los aciertos o desaciertos de los investigadores de opinión con sus encuestas, algunas públicas y otras reservadas.
Los estudios de opinión se desarrollaron en Estados Unidos en las primeras décadas del siglo pasado y fueron perfeccionados por George Gallup, matemático de profesión que inicialmente trabajó en una importante agencia de publicidad. Su metodología se impuso cuando anunció la victoria de Roosevelt, contra todos los pronósticos. Años después perdió prestigio. Proclamaba el triunfo de Thomas E. Dewey, en circunstancias que ganó Harry S. Truman.
Las mentadas encuestas llegaron a Chile cuando en 1958 se estableció por ley la cédula única, que impedía los manejos electorales, léase compra de votos. Así, sin ese factor perverso, era y es más difícil predecir resultados y se instalaron las encuestas. Se hablaba ya de la "encuesta de Investigaciones", pronóstico que algunos afirmaban conocer. ¿Existía siquiera tal encuesta? Posiblemente eran aproximaciones que hacía el desaparecido Departamento 50 de la policía civil con observaciones aquí y allá sin mucha metodología.
Ahora las encuestas se han profesionalizado, aciertan y desaciertan con los ganadores, tal le ocurrió a Gallup. Lo seguro es que los únicos que siempre ganan son esas empresas encuestadores que cobran, y mucho, por sus servicios.
Terremotos
Más allá del clima y la política, los chilenos somos adictos a los pronósticos, nada tranquilizadores, de los terremotos.
Los catastrofistas se ganaron un espacio con el acertado pronóstico del terremoto del 16 de agosto de 1906, que devastó Valparaíso. El anunció de "fenómenos atmosféricos y sísmicos" fue formulado por el jefe de la Oficina Meteorológica de la Armada capitán de corbeta Arturo Middleton y publicado en este Diario. Se basaba en la llamada Teoría de Cooper, un capitán de la Marina Mercante británica.
Discípulo de esa teoría era Carlos Muñoz Ferrada, también oficial de la marina mercante, que desde Villa Alemana informaba sobre sus mediciones sísmicas, bastante cuestionadas. Sin embargo, afirmaba haber pronosticado el destructor terremoto de Chillán de 1939.
El hecho es que hasta ahora pareciera que, pese a muchos avances, estamos lejos de poder predecir los terremotos y en cuanto al clima, con satélites y profesionales de la meteorología, tampoco podemos hacer apuestas seguras. Igual que en política. Mientras tanto, los continuadores de Nostradamus siguen prósperos y vigentes.