APUNTES DESDE LA CABAÑA ¿Cree en algo nuestro país?
POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA y méxico
El escritor Albert Camus afirmó en su libro El mito de Sísifo (1942) que la cuestión fundamental de la filosofía es indagar si la vida vale o no la pena de ser vivida. Ese planteamiento semi suicida me vuelve a la memoria cuando pienso en el agobiado Chile de hoy y escucho que muchos compatriotas, si pudieran, se largarían a vivir al extranjero, agobiados por la crisis que atravesamos. Pregunte usted y comprobará que muchos se irían al extranjero o andan buscando cómo hacerlo, y que hay quienes ya tienen planes avanzados o simplemente se marcharon. Muchos chilenos -con dolor y frustración- piensan hoy que ya no vale la pena vivir en Chile.
¿Vale la pena o no vivir la vida aquí? Pregunta dolorosa. Cada uno tendrá su respuesta. Pero junto con ello conviene preguntarse otra cosa: ¿En qué creemos los chilenos? Es decir, más allá de haber nacido en este territorio y compartir lengua, ciertos valores, rasgos raciales y una historia, ¿tenemos un sueño o una ilusión que nos una, haga vibrar e inspire para seguir avanzando unidos? Algo así nos insufló un espíritu unitario desde nuestros inicios, de lo contrario no existiríamos como país. Pero hoy eludimos esa pregunta crucial pues otra desgracia de los países en crisis es que la contingencia diaria se los devora, les impide alzar la vista y mirar alrededor y menos aun hacia el futuro. Los países en crisis se vuelven monotemáticos, monologantes, irascibles y enferman.
Algunos pretenden hacernos creer que el estallido social flanqueado (digámoslo con franqueza) por una insurrección política y el destape delincuencial, terrorista y narco de octubre de 2019, no dejó las venas abiertas de Chile y el alma nacional. Quienes alentaron el mayor ataque concertado de nuestra historia contra la infraestructura, las instituciones y los chilenos quieren convencernos de que acuerdos políticos posteriores cicatrizaron las heridas y borraron el trauma del alma nacional. No, esos acuerdos esbozaron una vía política para salir de la crisis amasada en 2019, pero hay que decirlo claro: No se puede esperar que un pueblo que vio con pánico e impotencia cómo de un día para otro ardió su país por los cuatro costados y cayó en manos de la delincuencia que aprovechó el caos insurreccional, olvide y además finja que toda herida cicatrizó, todo dolor encontró consuelo y ese siniestro pasado fue sepultado. No, aun vivimos en la incertidumbre y nuestra alma no ha sanado.
Hace un mes, mientras un Uber me transportaba a una entrevista en Santiago, el conductor, tras decirme que había leído novelas mías y conocía mis decenios en el extranjero, me preguntó si él hacía bien al postular a un programa para irse con su señora y niños a Canadá. Su micro pyme había sido aniquilada por el letal cóctel entre el estallido social-delincuencial y la pandemia. Intentar responder fue duro, pero me ayudó a escudriñar mejor a Chile. Veo a mucho joven analizando la idea de emigrar, y a mucho senior diciéndose que se quedan, pues ya no está para reiniciar su vida.
No voy a detenerme en la ya analizada polarización entre quienes creen que el Chile que perdimos iba por buen camino y quienes pretenden imponernos el Chile perfecto a partir de sueños añejos, lecturas del XIX y restringida experiencia de vida. Pero sí lo hago en lo siguiente: Chile necesita conocer qué factores posibilitaron la acción insurreccional, delincuencial y terrorista que paralizó al país, puso de rodillas a sus instituciones y estuvo a punto de asaltar La Moneda. Tras todo lo ocurrido y con la vista puesta en el pedregoso camino que queda aun por recorrer, uno de los países de institucionalidad más sólida del hemisferio sur no puede volver al "business as usual" como si el 18 de octubre de 2019 hubiese sido una manifestación masiva más.
No le di un consejo preciso al joven de Uber que estaba ya cerca de marcharse con su familia a vivir en Canadá. Sólo le dije que en algún momento debía volver al país -al menos por un tiempo- a compartir lo aprendido en el extranjero para contribuir a que Chile, que lo vio nacer y le brindó su identidad y en algún momento mucho orgullo, vuelva a la sensatez, la estabilidad y la concordia.