Crisis carcelaria y delincuencia
El aumento de delitos graves que exigen prisión, preventiva o condenas, implica un crecimiento de la población penal.
En medio de la lucha contra la delincuencia aparece un desafío importante, la crisis carcelaria. Los establecimientos penales actuales son insuficientes y las proyecciones del ministro de Justicia, Luis Cordero, advierten que en los próximos meses la población de los penales llegará a 52 mil internos. Esto, en circunstancias que la actual capacidad es para 41 mil recluidos, pero el número ya alcanza a 49 mil.
Lo anterior implica hacinamiento, condiciones de vida indignas para los privados de libertad, recargo para Gendarmería y situaciones de tensión que muchas veces desembocan hechos de sangre con resultado de muerte.
A la vez, cada vez más, crecen grupos de poder que controlan al resto de la población al interior de los penales y hacen más complejo el clima de lugares donde idealmente debería primar el orden y la rehabilitación del delincuente.
Como factores para el aumento de los recluidos está la violencia de la delincuencia, lo que exige prisión preventiva, y la presión social para la aplicación de esa medida.
Según la Cámara de la Construcción, se requiere una inversión de US$ 1.500 millones en el sistema penitenciario ante un déficit de 5.000 plazas. Es cierto, no se trata de llegar al extremo del modelo Bukele, con megapenales, pero hay que mejorar y ampliar los actuales y construir otros. En el caso de Valparaíso, la actual cárcel, en su poco tiempo de existencia, ya está copada. Otros recintos, como el de Limache, datan de principios del siglo pasado, acusando grave congestión.
En parte, la congestión se podría abordar mediante controles efectivos de medidas cautelares como el arresto domiciliario, usando el método de tobilleras de seguimiento electrónico. Ello exige tecnología y personal especializado.
Sin embargo, es ineludible la ampliación de la infraestructura penitenciaria, considerando por un lado la dignidad de los recluidos y, por otro, la importancia del cumplimiento efectivo de las penas como un medio disuasivo para recuperar la seguridad perdida que justamente demanda la población.