APUNTES DESDE LA CABAÑA Los artistas en tiempos duros
POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO
Veo imágenes hasta hace poco difíciles de imaginar: funcionarios del Ministerio de las Culturas con lienzos ante La Moneda amenazando con un paro. Sorprende porque si hay un ministerio donde las izquierdas son hegemónicas, es precisamente allí. Si esos funcionarios sufren en esta crisis, qué quedará para los artistas y escritores, que debieran ser precisamente el objeto de sus atenciones.
El tema me recordó una atinada columna del escritor Matías Rivas, La vida material, en la que describe cuán difícil es hoy para los artistas ganarse la vida. Dice que las galerías de arte no venden, el papel se fue a las nubes, los actores se reinventan, casi nadie lee, las universidades no tienen cupos para el gremio. El panorama es tan gris que los artistas se ocupan hoy de "cómo solucionar el día a día a nivel de ingresos". Admitiendo que nunca ha sido fácil vivir del arte, Rivas sostiene que el Ministerio "está enfocado en conmemorar los 50 años del golpe, no de la situación crítica en que estamos".
Yo agregaría que este año lamentablemente el Ministerio devino -por instrucción de La Moneda- un instrumento para imponer desde las artes y la cultura un relato partidario sobre una etapa crucial de nuestra historia. Cometiendo un error mayúsculo, el oficialismo definió como inicio de esa etapa el trágico 11 de setiembre y como su final la recuperación de la democracia. En rigor, esa etapa debiera comenzar en 1967, cuando el entonces gravitante partido socialista, tienda de Salvador Allende, y el MIR, encargado de la seguridad del futuro presidente, optaron por la vía armada para instaurar el socialismo.
Restringir la mirada al día 11 implica despojar al relato de la tragedia de la dolorosa realidad en que tuvo lugar. Eso implica emplear recursos fiscales para imponer la visión oficial de un gobierno en crisis y marginar demasiadas voces y memorias individuales. No hablo de justificar violaciones de derechos humanos -las condeno en dictaduras de derecha e izquierda- sino de que se excluye a voces disidentes de "la historia oficial" que vivieron esa crisis espantosa, y de que no aprendemos por ello la tragedia a que puede conducir la polarización política extrema en el país. Sólo la polifonía, no el monólogo, puede narrar íntegramente lo ocurrido entre 1967 y 1990. A los que vivieron aquello y aún viven, no se les considera, pero el desmenuce por edad de los últimas plebiscitos lanza también mucha luz sobre aquello.
Volviendo a la relación entre Estado y cultura oficial: es peligroso que la vida material de artistas y escritores dependa de un ministerio. Los monopolios, estatales o privados, son perniciosos porque imponen sus condiciones. El insensible y burocrático Estado no es un filántropo. Cuando ayuda suele esperar contraprestaciones. Por ello también es crucial que los artistas cuenten con lo que los estatistas denominan peyorativamente "el mercado", que es un segmento poblacional con un nivel de sensibilidad, educación y recursos que le permite consumir productos culturales.
Esta demanda no depende sólo de la calidad de los artistas y su sintonía con los gustos del momento sino también de la calidad de los maestros y la educación nacional. Y allí entramos a otro berenjenal porque el escaso interés hacia el arte, la cultura y nuestra historia, y la indiferencia ante nuestro patrimonio cultural, tienen raíces -no todas- en la educación. La bárbara destrucción de nuestro patrimonio cultural desde octubre del 2019 expresa también la crisis educacional. En países más pobres y con menos oportunidades no se ve semejante ensañamiento con la cultura.
No me sorprende tanto la responsabilidad del estado en la materia, pero sí me sorprende la actitud de las clases media alta y la alta, ilustradas, con respecto a la creación artística e intelectual. ¿Será esto efecto del ninguneo de las humanidades, la historia y la filosofía en la educación?
De muestra, un botón: colegas me cuentan que a menudo reciben invitaciones de grupos de profesionales a impartir charlas y a responder preguntas en los sitios donde éstos suelen reunirse, pues dicen interesarse por el arte y la cultura. Sin embargo, a la hora de consultar por sus honorarios, el artista escucha que no hay, pero que serán escuchados con atención y que habrá canapé y "hasta su traguito".
Un colega sin pelos en la lengua responde siempre con la misma pregunta: "¿También invitan a lo mismo al mecánico o al gásfiter que trabaja bien?"
Invitaciones como esas reflejan que, si bien exhibimos el PIB per cápita más alto de la región, seguimos en el subdesarrollo en materia de cultura, civismo y valoración artística. Nada bueno espera a un país cuyo estado ve las artes y la cultura como instrumento político, y cuya sociedad civil no las valora.