RELOJ DE ARENA
Un librito de tapas rojas
Un amigo que viaja con frecuencia a China me trae un regalo importante. No se trata de un jarrón de la Dinastía Ming, además es muy incómodo viajar con jarrones, copas, tazas, platos o cualquier otro de esos objetos frágiles que algunos desubicados nos encargan cuando vamos a algún destino lejano y exótico.
Lo que me trajo mi amigo es nada menos que un ejemplar del Libro Rojo de Mao. Es pequeño, no molesta en un rincón de la maleta, pero es una pieza histórica, un testimonio real de la historia del Siglo XX con indudables y conocidas proyecciones al XXI.
El Libro Rojo del gran líder de la China Comunista, Mao Tse Tung. Por años su lectura fue obligada, una verdadera y respetada biblia en el coloso asiático. Un Corán del antiguo Pekín, hoy Beijing.
Lo notable de este regalo es que se trata de un ejemplar usado que mi amigo compró por ahí en una venta callejera. De 10 por 7 centímetros, se ve que fue estudiado, pues muchos de los párrafos de sus 270 páginas, obviamente en caracteres chinos, están subrayadas.
Es posible que el estudio del texto haya sido obligatorio para ser recitado como un salmo religioso aprendido de memoria.
El respeto perdido
El estado mismo del librito y el hecho que se venda en alguna feria quiere decir que se le ha perdido el respeto y que no se arriesga prisión por algo que antes debe haber sido una herejía castigada con prisión.
Nuestra primera relación "en terreno", en la vida diaria, que tuvimos con China fue gastronómica. Hace décadas la llegada de restaurantes chinos al país fue una novedad bien recibida por los golosos.
Aquí, en Valparaíso, conocimos la cocina china en el Pekín, calle Salvador Donoso. En Santiago proliferaron varios de esos restaurantes y muchos cocineros de ojos redondos, nacionales, se adaptaron a esa cocina que resultaba exitosa y rentable.
Ya en el Perú, esa gastronomía era conocida en las populares chifas y, sin duda, influyó en la internacionalmente prestigiada cocina peruana.
Dicen los expertos que lo que nosotros conocemos como comida china es la cantonesa, sólo una tendencia de una variada oferta que nos ofrece ese país de 9.500 millones cuadrados de superficie y más de 1.450 millones de millones de habitantes.
Una de las novedades que trajo la gastronomía oriental era que los diversos platos se comparten; los más hábiles lo hacen con los caprichosos palitos. Así, el wantán, el arrollado primavera, el pato Pekín o la carne mongoliana están a disposición de todos los comensales. La carta es larga y para todos los bolsillos y gustos.
Cuando recién apareció la oferta, en las mesas nacionales echábamos de menos el pan. Intransigentes, los restaurantes chinos no satisfacen ese vicio nacional de origen bíblico.
Pero, tal vez sin darnos cuenta, la presencia china saltó de los comedores a la vida diaria, a la micro y macroeconomía nacional.
LOS GRANDES NÚMEROs
En grandes números, exportamos US$ 37 mil millones de nuestros productos e importamos de China mercaderías por US$ 27 mil millones. Grandes números en que van y vienen minerales, alimentos, celulares, computadores, automóviles, el súper tren a Chillán y ropa para todos los gustos. Hasta en el ajo del criollo pebre aparece el ajo chino.
Así, resulta que "somos chinos" de la cabeza a los pies, desde la cómoda zapatilla hasta el artilugio digital que nos asombra con la inteligencia artificial. Y el fenómeno es universal y en expansión para temor de muchos.
Lo más impresionante, sin duda, es el gran salto de la República Popular China, antigua cultura, en algún momento dominada y sufriente y hoy a la cabeza de las potencias mundiales, en lo económico, lo científico, lo militar y también en lo cultural.
En su desarrollo hay luces y también sombras que dejamos pasar, pues se trata de nuestro gran socio del otro lado del mundo.
Sin entrar en las profundidades y las tinieblas de ese desarrollo nos quedamos mirando, sin entenderlo, ese librito de tapas rojas que ha cambiado el curso de la historia y que nos llega para formar parte de nuestro patrimonio bibliográfico.