APUNTES DESDE LA CABAÑA Carlos Alberto, el amigo que partió a la eternidad
POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO
Me enteré ayer de su muerte. Hace diez días habíamos hablado por teléfono de los libros que escribíamos, y hace unos meses almorzamos con su señora y su hija en un restaurante de Madrid. De golpe, en la pantalla de CNN Internacional, me encontré con su foto y un titular: Fallece Carlos Alberto Montaner, destacado intelectual y escritor iberoamericano. Había ocurrido dos horas antes.
Carlos Alberto tenía ochenta años, era cubano y partió al reposo eterno asistido por la medicina en Madrid. Vivía desde 1960 en el exilio impuesto por la dictadura castrista. Era también ciudadano de España y Estados Unidos, países donde pasó gran parte de su vida y creó su sólida obra como ensayista, novelista y columnista. Fue también un gran ser humano, entrañable, sensible, de memoria prodigiosa y humor inteligente, que le permitía soltar observaciones geniales, que uno tardaba unos segundos en entender antes de estallar en carcajadas.
Tenía diecisiete años cuando el castrismo lo acusó de integrar un grupo insurreccional y se salvó del paredón por ser menor de edad. Le echaron veinte años de prisión. Logró fugarse al año y medio, asilarse en la embajada de Venezuela (entonces país democrático, próspero e imán para millones de latinoamericanos) y llegó a Estados Unidos, donde volvió a reunirse con Linda, el amor de su vida, con quien tuvo dos hijos y de quien nunca se separó hasta la despedida en la capital española.
El exilio perpetuo no destruyó a Carlos Alberto. Por el contrario, lo hizo crecer como intelectual formidable, lo comprometió más con la lucha por la democracia y lo convirtió en un referente liberal iberoamericano. En Estados Unidos se mantuvo con trabajos ocasionales mientras estudiaba literatura, pero ya titulado y gracias a su brillantez, descolló. Su trayectoria a punta de esfuerzo desde un barrio habanero de clase media hasta erigirse en figura intelectual regional es admirable, y a quien desee disfrutar su obra le sugiero partir con sus breves y notables memorias: Sin ir más lejos.
Cuando viví en La Habana en los setenta (llegué allá siendo militante de la juventud comunista, y allá renuncié a ella), la elite gobernante decía sobre él lo clásico que dice ese sector sobre quien discrepa de ellos: "agente de la CIA", "contrarrevolucionario", "mal agradecido" y "traidor". Montaner simpatizó con Castro en un inicio, pero al percibir que era otro dictador, se volvió opositor. La versión que tenía yo de Carlos Alberto era funesta. Años después nos conocimos en Miami.
Me recibió en un restaurante español de La Little Habana, sentado junto a la ventana que da a la Calle Ocho. Afable, tranquilo, ecuánime, interesado en mis años verde olivo y mi visión de las cosas. Nadie sabía más de la isla que él. Su pronóstico resultó certero: Cuba -junto con Argentina hasta los años cincuenta el país más próspero de la región- tardaría en retornar a la democracia. La razón: muchos de sus hijos estaban exiliados, la dictadura controlaba todo y era difícil para los caribeños derrotar a una policía política adiestrada por la KGB soviética y la Stasi germano-oriental. Agregaba que Castro contaba con poderosos aliados en la región, donde se inmiscuía a través de guerrillas, negocios y partidos políticos, mientras que la izquierda "buenista" europea, que disfruta su propia democracia, justifica a un régimen de partido único para "el buen salvaje" latinoamericano.
A partir de ese día cultivamos la amistad. Cada vez que yo pasaba por Miami, cenábamos con amigos en su departamento frente a la bahía de Byscaine o en el Café Versalles, y a veces nos veíamos en ferias del libro o actividades internacionales en Europa, y conversábamos a menudo por teléfono, desde luego. Estaba preocupado por Chile pues conocía la demolición de Cuba y Venezuela, y temía que nos sucediera algo parecido. Ambos países eran los más avanzados de la región cuando cayeron en manos de revolucionarios.
¿Qué lecciones deja Carlos Alberto? Su resiliencia ante los dictadores, su amor a la patria y la libertad, su capacidad de vivir sin resentimientos pese a el exilio perpetuo que lo despojó del país, su fe en la escritura, la cultura y las ideas como herramientas para ser una mejor persona y fortalecer la democracia, su rechazo a toda dictadura, disfrute de la amistad e inagotable curiosidad intelectual, su nobleza y finura, su coraje civil y su dignidad. Nunca lo vi atemorizado por las campañas de odio ni las amenazas del castrismo en su contra. Carlos Alberto no volvió a Cuba, pero quienes tengan la dicha de verla sin tiranos, lo trasladarán a ella de regreso "y se detendrán en una plaza liberada a llorar por los ausentes".