LA PELOTA NO SE MANCHA La celebración del 4 de julio
POR WINSTON POR WINSTON
Seguramente para la gran mayoría de los chilenos, este último martes 4 de julio pasó desapercibido. Un día más a la mitad del año en la que muchos padres deben entretener a sus pequeños que están de vacaciones o en la que algunos abuelos deben apoyar a sus hijos haciéndose cargo de los nietos, malcriándolos o aprendiendo de ellos qué son las apps o intentando descubrir la gracia de Tik Tok.
Yo, en cambio, no lo olvido. Y no es porque celebre la independencia de los Estados Unidos, sino porque mi hija nació un día 4 de julio. Y porque, por esas casualidades del destino, la fecha coincide con la final de la Copa América el 2015, esa que enfrentó a la Argentina de Messi contra el Chile de Alexis en el Estadio Nacional.
Pero ese 4 de julio pudo haber tenido consecuencias desastrosas para mi persona. Meses antes, se había anunciado el concierto de la cantante Violetta, ícono juvenil de Disney Channel y sensación hace 8 años. ¿Qué mejor regalo para mi hija que era fanática de esta argentina que un par de entradas?
A medida que se acercaba la Copa y se definía el fixture, apostar porque Chile llegaba a la final y reorganizar la ida al concierto, podía significar, para los cabaleros, cancelar cualquier opción de ganar el torneo; y, con ello, acabar con la ilusión de millones de chilenos por culpa de una decisión apresurada. Por lo tanto, por el bien del país y de los fanáticos, había que esperar hasta la semifinal, antes de hacer planes de contingencia.
La noche del 29 de junio se desató una crisis existencial. Chile había vencido a Perú por 2 goles a 1 y firmaba su paso a la final que se iba a jugar en el Estadio Nacional, el 4 de julio a las 16:00 contra Argentina. A esa misma hora, Martina Stoessel, Violetta, que hoy, vaya coincidencia, es pareja del seleccionado argentino y campeón del mundo, Rodrigo De Paul, empezaba los preparativos para su concierto en un repleto Movistar Arena.
Uno cree que no existen, pero a veces aparecen esos héroes sin capa que están dispuestos a sacrificarse por el resto de la humanidad. Eso hizo mi señora, fue al concierto de Violetta el mismo día y a la misma hora en que se jugaba la final.
No es que a mi esposa no le guste el fútbol, al contrario, pero tiene mucho más claras las prioridades y tampoco le atraía la idea de que en un arranque de desesperación, abandonara a mi hija en medio de "Ahí estaré" o que me encontraran ahorcado en el baño del recinto mientras afuera se escuchaba "En mi mundo".
Gracias a ese gesto de cariñosa madre y benévola esposa, pude acomodarme en mi sillón regalón para ver a Chile que enfrentaba su tercera final.
Es cierto que yo no era fanático de esa selección. De partida, nunca me gustó el "pelao" Sampaoli. Siempre lo encontré vende humo, chanta y mercenario, dispuesto a sacrificar a su madre por una victoria.
A esto se sumaba que, como la mayoría de mis lectores ya sabe, tampoco me agrada Vidal. Menos que le digan rey Arturo, cuando ese apodo se lo robó a Sanhueza. Y, en especial, después del incidente del Ferrari ("Estoy bien...gracias por todo"), yo lo quería fuera de la selección, aunque eso nos costara mucho más caro que su deportivo…
Respecto al partido, debo reconocer que me cuesta recordarlo. Debe ser por los nervios, por el cargo de conciencia con mi hija o porque los penales terminaron eclipsándolo todo. Sí tengo latente una jugada del final del partido, un contragolpe que parecía letal, una pelota que cruza desde el lado derecho al izquierdo y que Gonzalo Higuain (que de seguro no olvidará este encuentro) no logra conectar.
Todos recordamos que ese tipo de jugadas las sufrimos muchas veces y las antiguas generaciones sabíamos cómo acababa esto: "Jugamos como nunca, perdimos como siempre".
Estaba fresca en la memoria esa pelota que se le soltó a Roberto Rojas en la final contra los uruguayos el '87 y el gol de Batistuta en la Copa América de 1991.
Esta vez, fue distinto, fue la vencida. El partido fue tan largo, que alcanzó a llegar mi esposa y ver los penales. De esta manera, terminó en festejos gracias al bueno de Alexis que marcó de forma magistral el lanzamiento que nos dio la añorada Copa.
El otro día Juan Cristóbal Guarello atribuyó el mérito de este campeonato a Sergio Jadue, que era el encargado de pagar el sueldo a los árbitros. Algo de eso debe haber, de seguro. Sin embargo, después de tanto sufrir finales y semifinales perdidas, no deberíamos renunciar tan fácilmente a olvidar esta estrella.
Lo que sí recuerdo bien, es que después del último penal lloré como una Magdalena y no me avergüenzo. De un momento a otro, se me olvidó el odio a Sampaoli y el desprecio por Vidal. Esas lágrimas lograron limpiar décadas de frustraciones: resultados injustos, penales mal cobrados, arrugues de último minuto, etc.
Debe ser la última vez que recuerdo en que nos unimos todos los chilenos. Motivo más que suficiente para declararlo feriado. Por eso (y por mi hija, obviamente) los 4 de julio jamás los olvido, el día que cambié el violeta por la Roja.