RECUERDOS DE UN FUNCIONARIO
POR DEMETRIO INFANTE FIGUEROA, ABOGADO Y EXDIPLOMÁTICO
Conocido el resultado de la elección del 4 de septiembre de 1970, que dio como ganador con mayoría relativa a Salvador Allende, se produjeron en Chile y en el extranjero una serie de reacciones que es útil recordar. Lo mejor para ordenar las ideas es empezar por lo acaecido en cada una de las candidaturas que habían participado en esos comicios.
Entre quienes eran partidarios del representante de la UP, la alegría se transformó en euforia. Salieron a las calles en varios puntos del país a celebrar el triunfo tan esperado. En Santiago hubo una larga manifestación pacífica en La Alameda. Entre los miembros jóvenes de la UP se mezclaron algunos grupos de la juventud DC que, si bien habían sido derrotados, expresaban su felicidad por la pérdida del representante de la derecha, Jorge Alessandri.
El candidato Allende, como se indicó antes, pronunció un vibrante discurso desde los balcones de la Federación de Estudiantes, ubicada en La Alameda, donde dio muestra de su conocida y reputada capacidad oratoria. Había perdido tres elecciones presidenciales seguidas, por lo que de seguro sabía perfectamente qué y cómo tenía que hablar.
Luego de pasado el embrujo del triunfo, venía la gran tarea de intentar conseguir los votos de la DC en el Congreso Pleno, trámite constitucional necesario al no haber obtenido el postulante la mayoría absoluta de los votos populares. Los dirigentes de la UP sabían que la tarea no era fácil y se daban cuenta que la derecha haría todo lo que estuviera a su alcance para evitar el respaldo del Partido de Tomic a Allende. La idea generalizada en las huestes allendistas fue no provocar hechos o pronunciar declaraciones que llevaran malestar o inquietud a la gente por la posible llegada de un confeso marxista a La Moneda. La instrucción general fue "ser muy cuidadosos en los actos públicos". Dentro de los seguidores de Jorge Alessandri, para muchos la preocupación se transformó poco a poco en desesperación. Hubo personas que el mismo día de la elección empezaron a planear el modo de dejar el país y emigrar a otro sitio del mundo. Todo el sistema económico y financiero, que en su gran mayoría había apoyado a Alessandri, presenció el inicio de una crisis económica. Se produjo de inmediato una muy fuerte contracción económica, lo que obligó al ministro de Hacienda de la época, Andrés Zaldívar, a salir en televisión y la prensa en general a pedir calma al país. Las acciones cayeron a extremos no imaginados y la demanda por dólares se incrementó dramáticamente. Cabe recordar que el mercado de la moneda norteamericana no tenía la libertad que tiene hoy día. A todo lo anterior hay que agregar que muchos chilenos, incluso de clase media, centraron sus preocupaciones personales y familiares en la idea que se venía la instauración en Chile del comunismo y que el país pasaría a ser otra Cuba u otra Bulgaria. Pero hubo un grupo de personas de extrema derecha que rechazó de plano la idea de que Allende llegara a La Moneda y comenzó a dar vida a un plan que produjera una crisis política de proporciones no conocidas, que obligara a las Fuerzas Armadas a intervenir e impedir aquello. Ese grupo de derecha, compuesto en su mayoría por gente más bien joven, perteneciente a familias tradicionales de Santiago, con asistencia de contados miembros de las Fuerzas Armadas y de la CIA, pensó en varias alternativas. Al fin, llegó a un plan que en la realidad tenía un final casi demencial. Se intentaría secuestrar al comandante en jefe del Ejército, general René Schneider, y ello obligaría a los uniformados a tomar el control de la situación. La acción tuvo el final dramático que todos hoy conocemos y al cual me referiré en detalle en la próxima entrega. Sólo me queda indicar aquí que, en lo personal, el hecho me produjo una repulsión visceral, no sólo por lo que significaba atentar contra un ser humano altamente respetado y jefe de una de las instituciones fundamentales de la República, sino porque lo conocí bien y le tenía gran respeto.
Aquel era, en esencia, más allá de su resultado, un hecho intrínsecamente repudiable. Por ahora, invito a los lectores, especialmente a los menores de 60 años, a que se imaginen lo que era realmente la vía del Chile de esa época. El comandante en jefe del Ejército se movilizaba en un auto fiscal sin escolta alguna. Sólo era acompañado por su chofer.
En el PDC, la conducta generalizada era de desconcierto. El partido había aparecido en 1964, con Eduardo Frei a la cabeza, como la fuerza política renovadora capaz de poner ante el país una alternativa popular y de prosperidad que derrotara en las urnas al marxismo representado por la UP y, al mismo tiempo, de llevar adelante un programa de reformas fundamentales que Chile necesitaba, todo ello dentro del más absoluto respeto a la democracia y a las tradiciones políticas.
En los hechos, en seis años de administración, la DC no sólo había conseguido producir tremendos avances sociales, políticos y económicos, sino que además había puesto a Chile a la vanguardia de los países del tercer mundo, demostrando con hechos que se podía progresar en libertad.
El tremendo respaldo que había recibido Eduardo Frei en Europa, donde le rindieron homenajes nunca vistos para un jefe de Estado latinoamericano -en Londres, la Reina Isabel y su marido fueron a recibir a los Frei a la estación de trenes y se pasearon con ellos en carroza abierta por todo el centro de la ciudad-, y el respeto que se tenía por la figura y acción del Mandatario, se habían ido al tacho. Para el Presidente era inconcebible pasar a la historia como el hombre que le había entregado el gobierno al comunismo, por más democrático que fuera el medio usado.
En la soledad, de su oficina se lo confidenció a varios de sus más cercanos. El hombre estaba destruido internamente. Para el propio candidato de la DC, que en una declaración había sostenido que la victoria de Frei en 1964 significaba en la práctica tener gobiernos DC por 30 años, era un fracaso muy duro de aceptar. Pero más allá de las consecuencias futuras, había un hecho que era necesario resolver de inmediato: qué iban a hacer sus parlamentarios en el Congreso Pleno. ¿Respaldarían a la primera mayoría relativa (Allende), como había sido la tradición, o votarían por la segunda (Alessandri)? Ambas opciones eran totalmente válidas, de acuerdo a la Constitución.
Con el fin de resolver ese tremendo dilema, se citó a un Congreso Nacional del PDC, el que se llevó a cabo entre los días 2 y 4 de octubre, donde debía resolverse la incógnita. Allí, al final, se decidió establecer negociaciones con la UP para crear un Estatuto de Garantías que asegurara al país la mantención del régimen democrático y el compromiso de la nueva administración a respetar el derecho y las libertades fundamentales.
Para obtener ese fin se creó una comisión compuesta por representantes de ambos sectores -a lo cual ya me he referido-, la que llegó a un texto que satisfacía a ambas partes. La UP, en el fondo, no tenía intención alguna de respetar lo consensuado. Esta verdadera maniobra de mala fe de parte de la UP, reconocida públicamente por el propio Allende como una "acción estratégica para conseguir los votos DC en el Congreso Pleno", constituye, a mi juicio, el hecho más repudiable de la historia política de Chile.
No me produce objeción intelectual alguna afirmar que Salvador Allende llegó a la Primera Magistratura del país por una vía moralmente inaceptable, lo que pone en tela de juicio todo lo que vino después. Soy de los que cree que en estos días, más que buscar caminos para "conmemorar" los 50 años del 11 de septiembre de 1973, debería crearse una Comisión de Hombres Buenos, que confeccionara un listado de las acciones u omisiones que a contar del 4 de septiembre de 1970 nunca los chilenos deberíamos repetir. En ese listado debería aparecer, en primer lugar, como un acto absolutamente repudiable y deleznable, el engaño con que Allende y su gente consiguieron la mayoría dentro del Congreso Pleno en ese octubre de 1970.
Los chilenos, por años, hemos pasado por alto aquella actitud dolosa con que la UP entró a esa negociación clave y hemos pasado también por alto el actuar de ciertos personeros DC, que tuvieron la responsabilidad de ser miembros de aquella instancia y a los pocos meses renunciaron a su partido para pasar a ser parte del gobierno encabezado por Salvador Allende.
Algunos de ellos siguen caminando por la calle con un respeto que en verdad no se merecen. El día 24 de octubre de 1970, a las 10.40 horas, se celebró el Congreso Pleno bajo la presidencia del senador DC Tomás Pablo. Realizado el conteo de las cédulas, el secretario del Senado, Pelagio Figueroa, anunció que contabilizados los votos el resultado era: 153 votos para Salvador Allende, 36 votos para Jorge Alessandri y 7 votos en blanco. Justo cuando el secretario terminó su anuncio, se escuchó la voz fácilmente reconocible del peculiar diputado socialista por el Tercer Distrito de Santiago, Mario Palestro, que con un grito descomunal expresó: "Viva Chile, mierda".