Más allá del ataque a un alcalde
La perplejidad mostrada por el Gobierno y sus autoridades regionales ante el flagelo del crimen organizado es preocupante. Si los planes no han dado los resultados esperados, se transforma en una obligación implementar nuevas líneas de trabajo.
La brutal agresión y asalto que sufrió el alcalde de Zapallar y presidente de la Asociación de Municipalidades de Chile (Amuch), Gustavo Alessandri, se constituye en uno de los hechos de seguridad pública más graves ocurridos en el último tiempo, no porque se ejerció sobre una autoridad puntual, sino porque revela el arrojo y violencia al que están dispuestos los grupos de delincuentes que operan en la Región de Valparaíso y desliza la complejidad de un fenómeno criminal que el Gobierno -nacional y más aún a nivel regional- no aquilata correctamente, manteniéndose en una actitud de suficiencia, pese a lo poco hecho, que colinda con la irresponsabilidad.
"Ya, si eres el alcalde pásame la plata, pásame las joyas", le decían reiteradamente al jefe comunal los seis delincuentes que entraron de madrugada a su vivienda. Este amedrentamiento, con tal grado de violencia, profundiza la sensación de indefensión que ya afecta al resto de la sociedad, como bien lo muestran todas las últimas encuestas que miden este tipo de indicadores, pero más complejo aún es que la actuación de los delincuentes que atacaron a Alessandri confirma la consolidación de un tipo de delincuencia que no tiene ningún temor de la acción coercitiva del Estado. Hemos visto en otros países las consecuencias de este camino, aún incipiente aquí, y sería una tragedia que dicho fenómeno se profundizara hasta el punto de secuestrar cualquier voluntad por enfrentarlo. Hay que atajar al crimen organizado ahora, antes que penetre las instituciones y disuelva los mecanismos que permiten su persecución. La acción debe ser concreta, urgente y con los recursos adecuados para garantizar que el Estado asuma de forma adecuada su rol de garante ante la sociedad. Si los planes vigentes no han dado los resultados esperados, se transforma en una obligación del Gobierno y sus dirigentes implementar nuevas líneas de trabajo. La peor actitud es la perplejidad.