RECUERDOS DE UN FUNCIONARIO Después de la elección de 1970 (II)
POR DEMETRIO INFANTE FIGUEROA, ABOGADO Y EXDIPLOMÁTICO
Terminada a elección de Salvador Allende como Presidente de la República hecha por el Congreso Pleno, se llevaron a cabo actos tradicionales para el caso. El secretario del Senado, Pelagio Figueroa, llevó en persona a la casa de Allende la comunicación oficial por medio de la cual el Presidente del Senado - en su calidad del Presidente de Congreso Pleno- lo notificaba del resultado de la elección recién habida, la que en la práctica significaba que sería el próximo Presidente de Chile. Ambos se conocían bien, pues Figueroa era funcionario de carrera del Senado desde hacía más de 30 años y había sido el secretario cuando el Senador Allende fue elegido Presidente de dicha Corporación. Habían trabajado muy bien juntos. Allende le agradeció delante de los periodistas la entrega del oficio pertinente y le agregó que el país podía estar cierto que como Presidente haría respetar la Constitución y las leyes y que sería un garante de la democracia. Figueroa le respondió "eso es lo que todos los chilenos esperamos". Luego, Salvador Allende y su señora recibieron la visita del Presidente Eduardo Frei y su esposa, en la cual el segundo felicitó al primero por su elección. Habían sido amigos por muchos años, pero los últimos seis habían puesto una verdadera barrera entre ambos. Frei no podía conformarse con que pasaría a la historia como el Jefe de Estado que debió entregar el mando a un marxista. Si se ven las fotos de esta visita se puede comprobar que los Allende denotan una cara de felicidad como si estuvieran asistiendo al Carnaval de Río de Janeiro, mientras que los dos Frei parecían estar concurriendo a un funeral.
Como se recordará después de la elección popular que dio la primera mayoría a Salvador Allende, la DC había exigido a la UP como condición para apoyar a su candidato en el Congreso Pleno un estatuto de garantías que asegurara el respeto a ciertos principios básico de la democracia. Conseguido ese acuerdo, este debía plasmarse en un proyecto de reforma constitucional que contuviera las ideas consensuadas. Para ello se inició la tramitación del proyecto respectivo. Cuando el Senado conoció de este, Salvador Allende era un senador que tenía sólo la calidad de Presidente electo, por lo cual podía seguir ejerciendo su condición de miembro del Senado y votar los proyectos que allí se conocieran. Cuando el Senado conoció del proyecto que contenía el Estatuto de Garantías en la sesión del 22 de octubre, el senador Allende fundó su voto señalando textualmente: "Estas disposiciones deben entenderse no sólo como principios consagrados en la Carta Fundamental, sino como la regla moral de un compromiso ante nuestra propia conciencia y ante la historia". Estas palabras llevan a preguntarse una vez más qué calidad moral tenía Salvador Allende para ser Presidente de Chile cuando después reconoció al periodista Régis Debray, en una entrevista en los Jardines del Palacio de Cerro Castillo, que el acuerdo con la DC había sido una maniobra táctica, no existiendo intención alguna de cumplirlo. Actos fraudulentos como este, insisto, son los que no deben repetirse nunca más en la historia de Chile y los que deben tener en cuenta quienes desean conmemorar los 50 años del 11 de septiembre de 1973.
Pero el hecho más trascendente en los días posteriores a la sesión del Congreso Pleno que proclamó a Allende fue y es uno de los más negros de la Historia de Chile. Fue un acto incalificable, vergonzoso, artero, contrario a la moral y a la historia, y hasta hoy día es motivo de vergüenza nacional. Me refiero al atentado que terminó con la vida del comandante en jefe del Ejército, general René Schneider. Desde 1837, cuando unos desalmados le quitaron la vida a Diego Portales, que la historia patria no registraba un acto tan deleznable. El día 22 de octubre, como se indicó antes, un grupo de extrema derecha, esencialmente formado por gente joven ligada a la aristocracia, en contubernio con algunos oficiales en retiro del Ejército, con la ayuda de la CIA y con conocimiento de algunos altos mandos en actividad, intentaron secuestrar al general Schneider desde su auto oficial en el cual iba acompañado solo por su chofer. Rompieron con un combo el vidrio trasero en la idea que podría ser antibalas y luego intentaron hacerse del general, quien al verse en esa situación trató de sacar su revólver para defenderse, momento en que fue asesinado por disparos de sus secuestradores. La idea de estos era retenerlo por 48 horas a fin de que el Ejército reaccionara y tomara el gobierno impidiendo así que la UP se hiciera de La Moneda. El acto en sí mismo, insisto, fue además de una cobardía inmensa, pues un grupo armado atentó contra un hombre que estaba solo y que tenía como única arma de defensa su revólver. El hecho causó consternación nacional y los principales noticiarios del mundo dieron cuanta de él. En lo personal, sentí hondamente este cobarde acto, pues lo había conocido muy de cerca cuando como general de brigada asistía en representación del Ejército a los seminarios que todos los lunes se realizaban en el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile bajo la dirección de Claudio Vélez. En representación de la Armada concurría el entonces capitán de navío Ismael Huerta. El general Schneider era una persona ponderada, en extremo caballero en sus maneras, inteligente en sus intervenciones y muy dispuesto a aceptar los pensamientos de otros. Era un hombre brillante que no merecía ser víctima del alevoso y cobarde acto que lo llevó a la muerte.