APUNTES DESDE LA CABAÑA El poder y el juego de la piñata
POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO
¿De verdad nos sorprende el escándalo de la repartición de multimillonarios fondos públicos a fundaciones vinculadas con el oficialismo? A mí no me sorprende, por el contrario, me parece que es la desembocadura usual de muchos impulsores de las "transformaciones profundas" o la refundación de naciones en cuanto llegan al poder. Lo sorprendente para mi es la premura, la impaciencia y la celeridad con que asaltan -no el cielo- sino nuestras arcas fiscales.
Toda revolución no es sólo una insurrección de masas que, mediante la violencia, destrona al sector social dominante e instaura un orden nuevo, supuestamente más justo. Pero el revolucionario logra el cambio radical no sólo en el supuesto beneficio de una mayoría, sino también en beneficio propio, aunque a primera vista no se exprese así.
Me di cuenta de eso -de que una revolución no es sólo en favor de masas anónimas y enfervorizadas, sino también en provecho de sus líderes- leyendo la novela de Carlos Fuentes, La muerte de Artemio Cruz. Esta gira en torno a la Revolución Mexicana y un revolucionario que decenios más tarde, ya en el lecho de su muerte, repasa su vida desde que era un don nadie hasta llegar al presente, cuando es un hombre corrupto, temido y acaudalado.
Después vi esto en Cuba en los años setenta, cuando viví en la isla, y la dictadura castrista "apenas" llevaba catorce años (hoy lleva sesenta y cuatro). Recorriendo los exclusivos barrios de Miramar, Nuevo Vedado y El Laguito, construidos antes del castrismo, comprobé que las bellas residencias de urbanizaciones de influencia estadounidense (nada ni siquiera parecido existía en Chile entonces) habían pasado rápido, tras la revolución, a manos de los líderes revolucionarios o las ocupaban embajadas o instituciones estatales de comercio exterior o seguridad del Estado.
Como lo narro en mis memorias "Nuestros años verde olivo", comprobé que los proletarios revolucionarios que habían refundado desde 1959 el país en nombre de la clase obrera y el pueblo, se habían adueñado de las mansiones de los antiguos burgueses hasta con sus cuadros y muebles. Los propietarios habían dejado la isla -cuando los autorizaban- llevando una sola maleta. Al recorrer esos barrios soñados junto al mar con cocoteros y piscinas comprendí lo que era una revolución.
Lo confirmé en Alemania oriental pocos años después: la dirigencia comunista había pasado a ocupar, al término de la Segunda Guerra Mundial, las casonas que quedaban en pie en los otrora buenos barrios berlineses. Decenios después se fueron a vivir todos juntos a un vasto condominio amurallado y resguardado por tropas especiales junto al lago Wandlitz, al norte de Berlín Este. Tras el desplome del comunismo, el condominio fue convertido en centro geriátrico. Si uno echa un vistazo al resto de los ex países comunistas se da cuenta que allí se produjo la misma sustitución de clase y la ocupación de las mismas casas por la nueva casta.
Y la Nicaragua sandinista volvió a confirmarme en mi convicción, y enriqueció a su vez mi visión de la revolución refundadora: tras derrocar a la dictadura de Anastasio Somoza, el sandinismo victorioso, apoyado por el régimen cubano y voluntarios latinoamericanos, imitó el modelo castrista. Los comandantes se apoderaron de las más espectaculares mansiones del país, de aquellas donde hasta hacía poco moraban sus odiados enemigos. Allá se bautizó la repartija de casonas con el concepto conocido ya por doquier: la piñata, el juego infantil en que caramelos, galletas y juguetes caen de una bolsa de papel colgada del techo a la que hay que azotar a garrotazos.
Hoy Daniel Ortega es uno de los hombres más ricos de Nicaragua. Lo mismo ocurre con muchos de sus compañeros guerrilleros. Y para qué vamos a seguir con la tiranía de Nicolás Maduro, cuando sabemos que él y otros mandamases del régimen revolucionario chavista-bolivariano-castrista son hoy potentados a nivel internacional.
Particularmente trágico -más allá de los asesinatos, la cárcel, el exilio y la represión que imponen esos regímenes - es que los países que pasaron por una revolución fueron arruinados precisamente por quienes accedieron al poder enarbolando banderas de justicia, igualdad, compromiso con los pobres y ofreciendo una utopía donde todo estaba resuelto. Trágico también es que los progresistas chilenos vinculados con los escándalos y sus referentes internacionales han comenzado a perjudicar a los jóvenes chilenos que -legal, legítima y honestamente- aspiran a dedicarse a la política. ¿Habrá muchos que deseen destacar su juventud como un argumento para llegar a La Moneda? Grave también que en el hoy cuestionado concepto de fundación caigan también respetables fundaciones privadas apegadas a derecho, propias de la sociedad democrática y que cumplen tareas encomiables.
Por todo esto que vi y conocí no me sorprende lo que está ocurriendo en Chile con las fundaciones de marras manejadas con liviandad e irresponsabilidad. Sólo me azora, como ya dije, la impaciencia y la obsesión de sus ejecutivos progresistas por enriquecerse a través de recursos fiscales y usando de escudo las vicisitudes de sectores vulnerables, así como me indignan su desdén hacia la ciudadanía, la frivolidad con que ejercen el poder y el discurso populista que tejen para llegar a él.
Siendo honestos debemos reconocer que, frente a sus referentes revolucionarios de América Latina y Europa del este, los revolucionarios nuestros son unos principiantes en cuanto a la envergadura del botín logrado. Pero también es cierto que los nuestros, a diferencia de los primeros, estuvieron sólo a punto de conquistar el poder. Las elecciones de este año lo frustraron. La historia indica que todo cambia a partir del momento en que logran conquistar todo el poder.