LA PELOTA NO SE MANCHA Busco representante
POR WINSTON POR WINSTON
Durante estas últimas semanas, los periodistas se han lanzado en picada contra los representantes de los jugadores de fútbol. El clásico programa de investigación, Informe Especial, reunió algunos reportajes que se habían hecho sobre este tema y, de repente, como ocurría en la caricatura de Scobby Doo, se develó que quien ejercía de presidente de la ANFP no era Pablo Milad, sino Fernando Felicevich, el más famoso de los agentes ocupando una máscara del curicano.
Antes de sumarme a la patota linchadora contra esta figura de rasgos mercenarios, vale la pena recordar cómo era el mundo antes de estos oscuros personajes y cuál fue el contexto que favoreció su proliferación.
En un tiempo no muy lejano, el jugador de fútbol, generalmente, de entornos vulnerables, con escasa educación e infinitas necesidades, debía negociar su contrato con el dueño del club. A veces el gestor era el padre o algún primo con el título de técnico contable, en una relación de total asimetría. En este escenario, no era poco común que el amo y señor del equipo condicionara la firma a una serie de obligaciones que él consideraba las más ventajosas, bajo la amenaza de que el futbolista de no jugara más en su vida, en caso de no aceptarlas. No siempre los contratos eran miserables, pero estaban muy lejos de ser justos. Esto quedaba en evidencia cuando un club del extranjero preguntaba por el goleador. Si al jugador le pagaban cien, cuando pedían cotización, decían que costaba un millón, no existiendo ninguna relación entre el sueldo que tenía y su extraordinaria valorización.
Fue en este mundo plagado de abusos y malos tratos que surgieron los representantes, intentando poner algo de racionalidad y justicia entre dirigentes y jugadores, asesorar a los últimos en materia laboral, orientarlos en tema de remuneraciones, encargarse de los términos del contrato e incluso pactar los mejores acuerdos comerciales. No eran ángeles de la guarda, pues su interés económico era muy concreto, llevarse un pedazo de la torta en cada negociación, pero eran los mediadores en una industria cada vez más sofisticada. En este sentido, da la sensación de que la gracia de Felicevich fue que subió el estándar y mejoró esas condiciones de los futbolistas, por lo menos los materiales, porque de formación y educación de sus representados, se ha visto bastante poco.
Ahora, si lo pensamos bien, qué distinta sería nuestra vida si tuviéramos un representante o promotor atento a mejorar nuestras injustas condiciones. Me lo imagino, por ejemplo, negociando con el director del diario. De partida, a través de él, pediría el doble de sueldo por esta columna, que no me presionen cuando me retraso y que cambie la caricatura de Churchill, que nada tiene que ver con mi esbelta figura.
En mi casa, mediaría a través de mi representante las obligaciones domésticas para no tener que enfrentar a mi señora: negociaría no hacer la cama a cambio de pasear a los perros; ir a dejar, pero no ir a buscar a los niños; poner la mesa, más no lavar los platos; ver a lo menos dos partidos de lunes a viernes y eliminar de mi agenda cualquier actividad que coincida con el día en que juega mi equipo, a cambio de sacar la basura siempre. Son condiciones básicas, bastante razonables, pero que jamás me atrevería a negociar sólo. Con un representante, en cambio, ante cualquier reclamo de mi señora, le diría con voz sabía y serena que, por favor, lo vea con mi agente.
Algo similar en mi trabajo, él se tendrá que encargar de negociar un aumento de sueldo, más días de vacaciones y un baño privado que me evite estar compartiendo espacios y olores con mis compañeros de oficina. En ese escenario, y ante las demandas de mi jefe, me encogería de hombros y le diría, por favor, velo con él, te mando su contacto.
A él le pasaría mi whatsapp, por lo menos los de grupos de excompañeros y apoderados del colegio de mis hijos. Él se tendría que encargar de esos saludos sosos de cumpleaños, de poner dedito arriba ante una noticia que, en realidad, no me importa; y poner "jajaja" cada vez que alguien mande un trillado meme de Julio Iglesias.
Analizándolo bien, en el fondo de este asunto, más que un afán de justicia o un ataque de compromiso ético, lo que pareciera generar molestia entre los periodistas es una profunda envidia por un personaje que, aunque saque una jugosa rebanada de nuestro sueldo, nos entregaría a cambio, una vida más sencilla, sin rencillas, discusiones y humillaciones.
Fernando F., espero su llamado.